El éxodo evangélico lgtbiq+

 

 

Año tras año cientos de jóvenes lgbtiq+ en España abandonan las iglesias evangélicas en las que han crecido. Son nietos o hijas de profesoras de seminarios, de cantantes reconocidos, de dirigentes de entidades que dicen representar la diversidad evangélica, de fundadores de editoriales, de músicos, de trabajadoras del Hospital Evangèlic, de pastores, de directoras de coro, de maestros de escuela dominical, de teólogas, de periodistas, de ancianos de la iglesia, de referentes históricos del protestantismo, de miembros comprometidos con el sustento de la comunidad, de familias evangélicas de toda la vida.

  

Algunos lo hacen porque han perdido la fe, o al menos la evangélica. No todo el mundo encuentras respuestas significativas para vivir su vida y su espiritualidad en la fe que le transmite su familia. Pero la mayoría lo hacen por pura salud mental y por supervivencia, aunque su fe en dios se mantenga en pie contra viento y marea. En eso hemos avanzado mucho en las últimas décadas, años atrás la huida era casi imposible, y muchas personas lgtbiq+ vivían atrapadas en una especie de relación destructiva con su fe. Se comportaban como si no pudiesen vivir fuera de esas comunidades, ni imaginar una espiritualidad que nos las hiciera daño.

 

Hay unas que se ponen a salvo, pero siguen añorando de alguna forma ese entorno, por lo que son incapaces de integrarse en las pocas comunidades protestantes inclusivas que hay en nuestro país. Su mentalidad es replicar la comunidad de la que han salido, sin hacer un mínimo análisis crítico de todo lo que han vivido. No se han parado a reflexionar sobre cuáles son las razones por las que estas comunidades han sido capaces de abrirse a la diversidad, mientras que aquellas de las que proceden no lo han hecho. Es absurdo que evangélicos lgtbiq+ traten de exportar el fundamentalismo –inclusivo dicen- que tanto daño las ha hecho, les iría mejor si estuvieran atentas y pusieran en valor los aprendizajes que estas comunidades históricas inclusivas han hecho.

 

Otras, todavía una minoría, pero cada vez más, y sobre todo las más jóvenes, se percatan de que la homofobia es hermana de otros pecados del evangelicalismo hispano: el literalismo, el sectarismo, la falta de empatía, la penosa formación de los dirigentes, del nosotros y el mundo, de la Verdad que se posee, de la incapacidad de integrarse en la sociedad, de la falta de respuestas a las preguntas que la gente realmente se hace hoy… Pero todo eso se queda siempre en un aprendizaje personal, como si la lgtbiqfobia que han vivido fuera algo individual, como si no fuese un artefacto de control que va más allá de su propia experiencia y que han padecido miles y miles de evangélicos más. Como si fueran las únicas, como si no se quisieran asumir junto a otras como ellas. Como si renunciaran a la denuncia de la opresión que han vivido, a ayudar al prójimo queer que sigue sufriendo, a vivir la fe junto a otras personas lgtbiq+. Como si hubieran escapado de la iglesia, pero no del odio interiorizado.

 

Ya sabemos que somos muchas, pero no tenemos voz. Siempre damos un paso al lado para que otras ocupen nuestro lugar, nos borramos solas, se lo ponemos fácil. Todavía no hemos contado todes nuestra opresión, nuestros aprendizajes, nuestra liberación. Y siguen diciendo que no estamos, que no existimos, que somos casos aislados, ovejas descarriadas. Nos dibujan, nos deforman. Es hora de que construyamos nosotras mismas espacios para encontrarnos y explicarnos, para compartir lo que hemos vivido, para apoyar a quienes hoy están sufriendo la lgtbiqfóbia evangélica, para depurar nuestra fe del odio, para visibilizarnos. Para explicarnos que, como a Daniel, un día dios envió a sus ángeles para cerrar la boca de los leones que querían hacernos daño. Depende solo de nosotras hacerlo, está en nuestras manos.

 

Carlos Osma

 

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