Huir de Sodoma

 


Quienes hemos vivido en dos mundos de galaxias diferentes, quienes tenemos la sensación de haber habitado dos vidas totalmente distintas, quienes pasamos fronteras, umbrales, límites, dejando una parte nuestra —aunque en realidad no éramos del todo nosotras— hacia vidas tan inimaginables como necesarias para nuestra existencia; hay momentos en los que paramos y miramos hacia atrás. Y al volver la mirada vemos las llamas, el humo, la destrucción y la muerte en Sodoma, el lugar donde nacimos, donde nos educaron para que no fuéramos nosotres. Observamos los escombros del que un día fue nuestro hogar, aunque nunca llegara a serlo realmente, donde quisimos y quisieron a quienes pensaban que éramos, donde aprendimos a rechazarnos, a odiarnos, a ocultarnos. A sobrevivir.

 

Esa otra vida envuelta en penumbras ya, tiene una extraña relación con la de ahora, es el lugar de donde venimos, es absurdo ocultárnoslo, aunque hubiera sido mejor no haber estado allí. A veces la idealizamos, la transformamos, la pensamos como no fue para que no nos duela tanto. Para, recreándola, hacerla desaparecer y así liberarnos, curando la herida que nos ha dejado. Pero esa herida, de la misma manera que no duele como cuando estaba abierta, tampoco puede desaparecer. Queda la marca, que es nuestra historia, porque nosotres no tenemos comunidades, instituciones, tradiciones que rememoren nuestras batallas —ni las ganadas, ni las perdidas— tenemos únicamente nuestros cuerpos para leernos. Y se resiente, ¡cómo se resiente!, cuando giramos la cabeza y miramos hacia Sodoma.

 

Por eso nunca entenderé a quienes habiendo pasado por todo esto, son incapaces de desear algo diferente, algo nuevo, algo que les dé oxígeno, espacio, vida. Y se embarcan vez tras vez —mientras relatan sus tormentos en Sodoma— en construir el mismo mundo del que salieron. Como si no hubiera otra posibilidad de existencia, como si estuvieran condenados al no amar, al no sentir, al no ser. Como si hubieran interiorizado el odio del que fueron objeto y solo fueran capaces de construir desde allí, no desde la herida que desea ser sanada, o la sed que busca ser saciada, sino desde el odio que busca resarcirse, que necesita venganza. Las nuestras son unas vidas que deberían buscar justicia, y en la Sodoma que conocimos no había ni un ápice de ella. Hay que huir de Sodoma, no volverla a edificar.

 

Estoy convencido de que nos equivocamos si pensamos que la ciudad donde crecimos ya no existe, que está lejos, en un enclave que podemos fácilmente ubicar. En Sodoma hay formas opresivas de mirar y representar los cuerpos, de leer los textos bíblicos, de entender el deseo y al amor. Hay un dentro y un fuera, un nosotros y un ellos, verdad y mentira; además de miles de maneras perversas de representar la fe, la esperanza y el amor. Hay alambradas, policías, sacerdotes, extranjeros, jueces, médicos, hombres vestidos de mujer, feministas terf, defensores de la patria, de las verdades de toda la vida, y de los privilegios de quienes los han conseguido por la fuerza.  Allí al principio no es el Verbo, sino el olor a incienso, el fuego abrasador, los chantajes emocionales, la mentira, el maltrato, las condenas y las amenazas. En Sodoma los opresores no son enemigos, sino compañeras, hermanos, amigues, tu propia familia. Es una ciudad que existe y visitamos en algunos de nuestros deseos, en el reencuentro con una persona del pasado, en un discurso fundamentalista cristiano, en las propuestas fascistas de la extrema derecha.

 

Quizás la mujer de Lot se convirtió en una estatua de sal porque al girarse miró con nostalgia la Sodoma de la que huía. Y quizás sea eso lo que le está pasando hoy a tanta gente a nuestro alrededor. Personas que no hace tanto escaparon por los pelos del fuego —siendo testigos de cómo acabaron abrasadas quienes no pudieron hacerlo— y ahora desearían no haber salido nunca de aquella ciudad. ¡Que la sal las conserve petrificadas por los siglos de los siglos! Nosotres no podemos hacer otra cosa más que correr, alejarnos de Sodoma, buscando lugares donde poder vivir a salvo con las personas a las que amamos, con nuestra nueva familia. Si miramos hacia atrás que sea solo para coger impulso, para recordar de dónde fuimos liberados, qué es lo que debemos transformar, en qué no podemos transigir, y qué nos espera si desfallecemos. Sodoma nos hizo daño, no es nuestro hogar, pero nos ha enseñado como no debemos construirlo. El mundo que buscamos está en dirección contraria.

 

Carlos Osma

 

 

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