Acabo de disfrutar, en la población donde estoy pasando mis vacaciones, de las fiestas patronales en honor a un determinado santo que ahora no viene a cuento. Las calles llenas a rebosar durante tres días, por la mañana y por la noche, con el ruido que eso supone y la suciedad que lleva asociada, los delitos menores, y algún que otro accidente que ha hecho perder un dedo de la mano a una turista. Unas fiestas que tienen actividades con un carácter religioso católico y otras que no, aunque a veces una no sepa de cuál de ellas está participando. Sea como fuere, como protestante no me importa asistir a un concierto de órgano del protestante Bach en la iglesia católica del pueblo, ni como padre tener que soportar un concierto de música electrónica en el campo de fútbol.
En Jumilla además de católicos, hay musulmanes —aproximadamente un diez por ciento de la población—, también evangélicos —una consulta en Google me dice que hay al menos tres iglesias evangélicas—, y doy por hecho que habrá personas de otras confesiones religiosas. Mi experiencia me dice que los evangélicos y los musulmanes no suelen sentirse parte de las fiestas patronales, al menos como evangélicos y musulmanes. Y alguna vez he pensado sobre esto, y no he llegado a una conclusión definitiva, pero creo que nos queda camino por recorrer. Aunque sea cierto que las fiestas mayores de nuestros pueblos y ciudades tienen mayoritariamente un origen católico, y veneran a un santo o a una virgen: ¿De verdad que no hay forma de celebrar las fiestas de una población de la que formamos parte adaptándola a nuestra respectiva confesión? Si las personas que ya no se identifican como cristianas no tienen problema en participar y hacérselas también suyas: ¿por qué no podemos hacerlo nosotras? No sé, dejo esta pregunta en el aire. A mí me encantaría, por ejemplo, que los protestantes catalanes pudiéramos celebrar el día de Sant Jordi a nuestra manera, recordando por ejemplo todos los dragones contra los que hemos tenido que luchar y —como buenas catalanas— contra los que hemos acabado perdiendo.
En España hay cientos de miles de personas —no solo migrantes, claro, pero sí la mayoría— que viven en esclavitud, que trabajan sin cotizar, que lo hacen sin un horario justo, que no tienen derechos laborales, y que no pueden levantar su voz para quejarse porque tienen miedo de ser expulsadas. Entre mis alumnos hay personas migrantes que a veces me han explicado situaciones abusivas e indignas por las que tienen que pasar, el miedo que tienen a quedarse sin trabajo, a tener que volver a su país, o ser deportadas. Y aquí es donde encaja el discurso del PP, Vox, o Alianza Catalana: es el discurso del temor, para hacer que esta gente viva escondida, soportando la discriminación, y la esclavitud. Se las quiere al margen, no como ciudadanos, sino como esclavas. Estos partidos defienden los intereses de los poderes económicos que los subvencionan, que son los de sacar el mayor beneficio con el menor coste. Y para ello, se necesita mano de obra barata… no llevando sus fábricas a Pakistán, Túnez o Marruecos, sino trayendo aquí la mano de obra barata de estos y otros países. Máximo beneficio, al menor coste. Pero ese bajo coste, aunque sea por puro egoísmo no lo deberíamos aceptar como sociedad, porque los beneficios de estas empresas no repercuten en el bien de todes, solo en los del Ibex. Para empezar porque un esclavo o una esclava, no paga ni IRPF ni Seguridad Social.
Creo que la Conferencia Episcopal Española, y la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España, así como la mayoría de partidos políticos, y muchas instituciones que no tienen carácter religioso, han hecho muy bien en ponerse del lado de los derechos de nuestros conciudadanos y conciudadanas musulmanas, porque como dice el refrán —y más si estamos frente a una derecha y ultraderecha envalentonada—: Cuando las barbas de tu vecino veas cortar pon las tuyas a remojar. Todes sabemos, o deberíamos saber, que siempre se empieza por las personas que son más vulnerables —el fascismo es profundamente cobarde y siempre lo ha hecho así—, y después se lanzan a por el resto. Pero deberían ver más allá, o si lo ven, que entiendo que sí, manifestarse también en este sentido: no se trata solo de un ataque a la libertad religiosa, la finalidad es quitar derechos, ocultar para esclavizar, para dar mayores beneficios a los de siempre. Nuestra España sabe muy bien como enriquecerse a expensas de los cuerpos diversos de personas que buscan como todes, una vida mejor para ellas y sus familias. El espacio público es de todas, pero no deberíamos normalizar que las personas con las que lo compartimos estén siendo explotadas de forma tan inhumana.
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