Las barbas de nuestros vecinos de Jumilla

 


Acabo de disfrutar, en la población donde estoy pasando mis vacaciones, de las fiestas patronales en honor a un determinado santo que ahora no viene a cuento. Las calles llenas a rebosar durante tres días, por la mañana y por la noche, con el ruido que eso supone y la suciedad que lleva asociada, los delitos menores, y algún que otro accidente que ha hecho perder un dedo de la mano a una turista. Unas fiestas que tienen actividades con un carácter religioso católico y otras que no, aunque a veces una no sepa de cuál de ellas está participando. Sea como fuere, como protestante no me importa asistir a un concierto de órgano del protestante Bach en la iglesia católica del pueblo, ni como padre tener que soportar un concierto de música electrónica en el campo de fútbol.

 

En Jumilla, una población murciana que aparece citada por primera vez como Gumalla en unos textos árabes del siglo XIII, también tienen celebraciones esta semana por su patrona. Nunca he estado en estas fiestas, pero solo ver la completísima programación de las actividades —que van desde un concurso de sangría, otro de lanzamiento de azadón, hasta una cabalgata del vino, sin olvidar varias solemnes eucaristías y procesiones católicas— uno se imagina que las calles van a estar también tomadas noche y día. Así somos los mediterráneos: nos encanta la fiesta, las aglomeraciones, las celebraciones familiares o con amigos hasta que el cuerpo aguante. Aunque hay que reconocer que nos suele importar más bien poco que el de nuestro vecino no lo aguante, por la razón que sea, nos da igual, que echen mano de la resignación cristiana porque las denuncias por ruido e incivismo se las suele llevar el viento del espíritu festivo.

 

En Jumilla además de católicos, hay musulmanes —aproximadamente un diez por ciento de la población—, también evangélicos —una consulta en Google me dice que hay al menos tres iglesias evangélicas—, y doy por hecho que habrá personas de otras confesiones religiosas. Mi experiencia me dice que los evangélicos y los musulmanes no suelen sentirse parte de las fiestas patronales, al menos como evangélicos y musulmanes. Y alguna vez he pensado sobre esto, y no he llegado a una conclusión definitiva, pero creo que nos queda camino por recorrer. Aunque sea cierto que las fiestas mayores de nuestros pueblos y ciudades tienen mayoritariamente un origen católico, y veneran a un santo o a una virgen: ¿De verdad que no hay forma de celebrar las fiestas de una población de la que formamos parte adaptándola a nuestra respectiva confesión? Si las personas que ya no se identifican como cristianas no tienen problema en participar y hacérselas también suyas: ¿por qué no podemos hacerlo nosotras? No sé, dejo esta pregunta en el aire. A mí me encantaría, por ejemplo, que los protestantes catalanes pudiéramos celebrar el día de Sant Jordi a nuestra manera, recordando por ejemplo todos los dragones contra los que hemos tenido que luchar y —como buenas catalanas— contra los que hemos acabado perdiendo.

 

Pero bueno, no sigo divagando sobre este tema de las fiestas como lugar de encuentro entre ciudadanos —tengan una, otra, o ninguna religión— porque no era sobre esto que quería escribir, sino sobre todo lo contrario. Creo que ya no queda nadie en este país que no sepa que a la derecha del PP, y la ultraderecha fascista de Vox no le gusta que los musulmanes tengan acceso al espacio público de la población de Jumilla como el resto de sus conciudadanos. Lo de la integración no va con ellos, parece que están más bien por subordinarlos, borrarlas, o directamente expulsarles. Visto lo visto, entiendo que la derecha del PP estaría por retroceder al siglo XVI y proponer la conversión forzosa al catolicismo, y Vox por volver a comienzos del siglo XVII y expulsar directamente a quien no lo haga. 

No sé cuál ha sido el (des)cálculo político de esta medida, que ha chocado evidentemente con la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas, pero también con  la Iglesia Católica y las principales instituciones evangélicas —que supongo habrán recordado no solo la represión de la Inquisición, sino también la del nacionalcatolicismo franquista, aunque hayan olvidado quienes son hoy sus herederos—. Las encuestas dicen que la mayoría de musulmanes no votan —o no pueden votar—, pero que el voto de católicos practicantes y evangélicos se lo lleva la derecha y la ultraderecha de PP y Vox… y aunque es evidente que esta salida de tono no es suficiente para hacer que una católica practicante, o una evangélica nacida de nuevo, decida votar a partidos que promuevan libertades diferentes a las religiosas, quién sabe, tampoco es positivo que, al menos en el caso de los evangélicos, puedan sentir también amenazado su derecho a utilizar el espacio público para realizar cualquier tipo de actividad.
 
Volviendo ahora al PP y a Vox, nos engañaríamos si pensáramos que estos partidos subvencionados por poderes económicos a los que les viene muy bien la mano de obra barata y sin derechos para aumentar sus beneficios empresariales, quieren de verdad expulsar a la gallina de los huevos de oro. El Estado español no se mantiene con una población cada vez más envejecida, y esto implica que necesite gente de fuera que venga a trabajar. Las personas migrantes traen riqueza a nuestro país, aunque no es solo eso lo que traen: vienen con sus costumbres, su fe, sus familias, sus enfermedades, sus sueños, sus prejuicios —como lo hicieron nuestras abuelas y abuelos cuando emigraron—, y es necesario un proceso de integración (que no de eliminación de su identidad) a las normas que nos hemos dado entre todas en este país. Este es el tema sobre el que se debería hablar —primeramente con ellos y ellas— sobre cuáles son las mejores estrategias para hacerlo, pero no es un tema que en este momento le de votos a PP y Vox.

En España hay cientos de miles de personas —no solo migrantes, claro, pero sí la mayoría— que viven en esclavitud, que trabajan sin cotizar, que lo hacen sin un horario justo, que no tienen derechos laborales, y que no pueden levantar su voz para quejarse porque tienen miedo de ser expulsadas. Entre mis alumnos hay personas migrantes que a veces me han explicado situaciones abusivas e indignas por las que tienen que pasar, el miedo que tienen a quedarse sin trabajo, a tener que volver a su país, o ser deportadas. Y aquí es donde encaja el discurso del PP, Vox, o Alianza Catalana: es el discurso del temor, para hacer que esta gente viva escondida, soportando la discriminación, y la esclavitud. Se las quiere al margen, no como ciudadanos, sino como esclavas. Estos partidos defienden los intereses de los poderes económicos que los subvencionan, que son los de sacar el mayor beneficio con el menor coste. Y para ello, se necesita mano de obra barata… no llevando sus fábricas a Pakistán, Túnez o Marruecos, sino trayendo aquí la mano de obra barata de estos y otros países. Máximo beneficio, al menor coste. Pero ese bajo coste, aunque sea por puro egoísmo no lo deberíamos aceptar como sociedad, porque los beneficios de estas empresas no repercuten en el bien de todes, solo en los del Ibex. Para empezar porque un esclavo o una esclava, no paga ni IRPF ni Seguridad Social.

Creo que la Conferencia Episcopal Española, y la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España, así como la mayoría de partidos políticos, y muchas instituciones que no tienen carácter religioso, han hecho muy bien en ponerse del lado de los derechos de nuestros conciudadanos y conciudadanas musulmanas, porque como dice el refrán —y más si estamos frente a una derecha y ultraderecha envalentonada—: Cuando las barbas de tu vecino veas cortar pon las tuyas a remojar. Todes sabemos, o deberíamos saber, que siempre se empieza por las personas que son más vulnerables —el fascismo es profundamente cobarde y siempre lo ha hecho así—, y después se lanzan a por el resto. Pero deberían ver más allá, o si lo ven, que entiendo que sí, manifestarse también en este sentido: no se trata solo de un ataque a la libertad religiosa, la finalidad es quitar derechos, ocultar para esclavizar, para dar mayores beneficios a los de siempre. Nuestra España sabe muy bien como enriquecerse a expensas de los cuerpos diversos de personas que buscan como todes, una vida mejor para ellas y sus familias. El espacio público es de todas, pero no deberíamos normalizar que las personas con las que lo compartimos estén siendo explotadas de forma tan inhumana.

 
Carlos Osma

 

 

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