Carta para el prisionero Dietrich Bonhoeffer

 


[Menorca] 26 de julio de 2025


Querido Dietrich,

 

Primero de todo disculparme por la familiaridad con la que me dirijo a ti en esta carta pero, aunque fuiste asesinado casi treinta años antes de que yo naciera, tus pensamientos han sido para mí tan relevantes desde que era joven, que te sigo considerando como un profesor por el que siento un profundo agradecimiento, y al que tengo que volver a leer de vez en cuando para no olvidar que «Dios no nos llama a la religión, sino a la vida»[1]. Solo como anécdota te explicaré que cuando mi marido y yo nos casamos —eso es hoy posible, siento que tú no pudieras vivirlo—, lo hicimos en la congregación de Barcelona donde tú fuiste asistente de vicario durante un año. No fue una casualidad, era una forma de agradecerte el empujón final para —como lo decimos hoy — salir del armario.

 

Imagino que te sorprenderá recibir esta carta, pero no te la envío a la prisión de Tegel donde la Gestapo te encerró en 1943 acusándote de conspiración, ni al campo de concentración de Buchenwald, o al de Flossenbürg donde —como treinta mil personas más durante los siete años en los que estuvo abierto— fuiste asesinado en abril de 1945 por tu relación con el complot que intentó asesinar a Hitler. Te la envío a la prisión en la que estás encerrado desde entonces, y no me refiero a esa en la que eres una especie de santo protestante —¡Tú, que escribiste que «ante los religiosos, me avergüenzo con frecuencia de nombrar a Dios»[2]!— sino a esa otra donde el heterocentrismo te tiene hoy prisionero. Tengo que reconocer que yo mismo te había situado allí, y ahora no entiendo cómo ha sido posible. Te pido disculpas, y que sirva esta carta como un intento de liberarte.

 

No me ha gustado nunca leer comentarios o biografías sobre la obra de autores que me han influido, prefiero hacerme yo mismo una idea leyendo sus obras. Por eso cuando en 2018 Charles Marsh publicó una biografía sobre ti[3], no tuve ningún interés en leerla. Evidentemente me equivoqué. Había leído algún artículo en el que se afirmaba que Marsh insinuaba que estabas enamorado de tu amigo Eberhard Bethge, pero no le di credibilidad —la homofobia interiorizada entre otras cosas nos hace pensar que una persona es heterosexual hasta que no se demuestre lo contrario, sobre todo si como ocurre en tu caso eres uno de los teólogos más importantes del siglo XX—. Pero este verano, por un buen comentario que hizo un amigo sobre el libro, decidí hacerlo. Cuando llegué a la primera descripción de vuestra relación, me quedé perplejo:

 

«Desde que la Gestapo cerró Finkenwalde el 28 de septiembre de 1937, y hasta poco antes del arresto de Bonhoeffer en abril de 1943, Bethge y él permanecieron juntos, compartiendo un dormitorio en la casa de sus padres de Marienburger Alle siempre que estaban en Berlín. Tenían también una cuenta bancaria en común, firmaban las postales navideñas como “Dietrich y Eberhard”, discutían sobre los regalos que hacían en común, planeaban sofisticadas vacaciones, y tenían numerosas peleas. Karl y Paula Bonhoeffer, así como sus hijos y familiares, guardaron para sí cualquier tipo de reserva que el dúo pudiera suscitarles, y pronto dieron la bienvenida al “señor Bethge” al círculo familiar»[4].

En una entrevista que le realizaron a Marsh sobre la biografía Extraña Gloria afirmó que sobre tu homosexualidad los especialistas habían debatido mucho en las conferencias que se han hecho sobre tu vida y reflexión teológica, pero ese debate siempre tenía lugar entre comidas, copas y cervezas, nunca en sesiones académicas.[5] Me alegra que se haya atrevido a dar valor a esta área tan importante de tu vida, ofreciendo muchos datos que ponen de relieve tu relación con Bethge, y que te libera de los márgenes, de los cuchicheos entre especialistas, y de la prisión en la que muchos te querrían. Quizás el dato que más me sorprendió, porque muestra la naturalidad con la que tu familia vivía vuestra relación, es la forma en la que se refirió a Bethge tu sobrina Marianne al describir el momento en el que sacasteis a su familia de Alemania para ponerla a salvo porque tu hermana gemela Sabine estaba casada con un cristiano de origen judío:

 

«Nuestro coche estaba repleto, pero de manera que pareciera que simplemente íbamos de vacaciones. Christiane y yo estábamos acostadas en la parte trasera. El tío Dietrich y el "tío" Bethge habían traído un coche»[6].

Decidí después de leer a Marsh, volver a leer las cartas que tú y Bethge os mandasteis cuando estabas en la prisión de Tegel. Unas cartas que podían pasar la censura de la Gestapo, o ser leídas por los intermediarios que os las hacían llegar. Pero aun así, leía y volvía a leer frases que hasta ese momento me habían pasado totalmente desapercibidas, y que daban cuenta de vuestra relación:

 

«Solamente hablando contigo llegaba a saber si mi pensamiento servía para algo o no... Pensaré cada día en ti y pediré a Dios que te guarde y te vuelva a traer».[7]

 «Para nosotros dos fue muy hermoso el estar juntos y no puedo imaginarme que en los años que vengan se haya de cambiar algo en esto. Eso es una posesión real, quizás obtenida lenta y trabajosamente, pero ha merecido la pena todo lo que los dos hemos invertido en ello»[8].

«Cual claras y frescas aguas, donde el espíritu se purifica del polvo del día, en las que se refresca del abrasador calor y se fortifica a la hora del cansancio; cual baluarte, adonde tras el peligro y la confusión se retira el espíritu, donde se encuentra asilo, consuelo y fuerzas, así es el amigo para el amigo»[9].

 

«Hoy hace ocho años, por la noche, nos hallábamos sentados ante la chimenea… Sé que estás pensando en mí en este día, y si tus pensamientos no solo contienen recuerdos del pasado, sino también esperanzas para el futuro, incluso aunque sea un futuro cambiado, entonces seré feliz»[10].

Sé que nunca te han gustado ni los novelistas ni los teólogos que están obsesionados con la vida íntima y personal, y que para ti la esencia de un ser humano no radica ahí, pero algo más de dos décadas después de tu muerte el movimiento feminista puso sobre la mesa que lo personal es político, y a partir de entonces quienes sentimos atracción afectivo-sexual por personas de nuestro mismo sexo hemos utilizado la estrategia de visibilizarnos para tratar de lograr espacios de libertad, y leyes que nos protejan a nosotros y nuestras familias. Supongo que a ti te sonará todo esto un poco extraño, no puedo hacer que pienses como yo lo hago en el siglo XXI, como tampoco trato de trasladar acríticamente mi experiencia a la tuya. Sin embargo, creo que es importante que se visibilice tu relación de amor con Bethge, es necesario que puedas salir de esa prisión, primero por vosotros, por dar dignidad y reconocimiento a vuestra relación, a vuestros sentimientos. Pero también porque has sido y sigues siendo un referente para muchos cristianos y cristianas, a los que puedes ayudar a entender el amor y el deseo entre dos personas del mismo sexo como parte también de la creación de dios.

 

Muchos se han aferrado a la amistad —así es como os reconocíais el uno al otro— para explicar la naturaleza de vuestra relación. Pero tus cartas muestran algo más que una amistad, más bien un intento de responder a las preguntas que realizó Foucault sobre el deseo de querer estar con una persona de tu mismo sexo:

 

«¿Cómo pueden dos varones estar y vivir juntos, compartir su tiempo, su comida, su dormitorio, su ocio, sus desgracias, sus experiencias, sus confidencias? ¿En qué consistiría eso de estar entre hombres a pelo, ajenos a las relaciones institucionales, familiares y de compañerismo impuesto?»[11].

Y para dar más peso a su argumento se aferran a tu compromiso matrimonial con María von Wedemeyer, ignorando que el matrimonio era casi la única posibilidad que se os abría a la mayoría de hombres y mujeres gais de vuestra generación. Bastan las palabras de María, explicando una de sus visitas a la prisión de Tegel, para comprenderlo:

 

«Y era tan buena, tu cálida mano; todo lo que deseaba era que la dejaras ahí… Un escalofrío me recorrió entera, me llenó por completo, sin dejar espacio para el pensamiento. Pero la quitaste. No te gusta ser romántico, ¿verdad?”[12].

He leído también varios comentarios de personas que te han rescatado de la prisión de la  heteronormatividad, pero que te hacen pagar un precio por ello. El primero es el propio Marsh en su biografía cuando afirma cosas como:

 

«La relación de Bonhoeffer con Bethge siempre había tratado de moverse en la dirección del amor romántico, siempre casto»[13].

Y llega a afirmar incluso, sin prueba alguna, que moriste célibe. Supongo que trata de presentarte más aceptable a esas instituciones religiosas que te tienen como referente pero muestran verdaderos problemas con el sexo en general, y entre dos hombres o dos mujeres en particular. No sé si te producirá una sonrisa lo que te voy a decir, pero creo que al igual que son incapaces de pensar que el nacimiento de Jesús se debió a una noche de amor entre María y José, a las que les precedieron y siguieron muchas más; no quieren ni imaginarse lo que tú y Bethge podrías haber hecho en la habitación de tus padres. Esa obsesión por problematizar el sexo, sobre todo el de las personas gais —ahora solemos identificarnos así— me parece que habla más de sus temores y frustraciones que de nuestra realidad. O somos célibes, y por tanto santos, o tenemos sexo compulsivo, convirtiéndonos en degenerados. A mí no me importa lo que pasara en vuestra intimidad, pero espero que os hiciera felices.

 

Nunca necesité que fueras gay para sentirme interpelado por tus reflexiones, y en el fondo no intenté entrar en tu intimidad cuando las leía, sino en la mía. Quizás por eso no me di cuenta de que amabas a otro hombre, mientras tus palabras me preparaban para que yo pudiera hacerlo aunque eso significara perderlo casi todo:

 

«Cuando uno ha renunciado por completo a llegar a ser algo, tanto un santo como un pecador convertido o un hombre de iglesia, un justo o un injusto, un enfermo o  un sano… entonces se arroja uno por completo en los brazos de Dios, entonces ya no nos tomamos en serio nuestros propios sufrimientos, sino los sufrimientos de Dios en el mundo, entonces velamos con Cristo en Getsemaní»[14].

Espero de todo corazón que algún día seas liberado completamente de la prisión heteronormativa donde la religiosidad pretende mantenerte encerrado. Pero, antes de despedirme, me gustaría saber si te sientes de alguna forma culpable por no haber levantado también la voz por esos hombres que murieron en campos de concentración como el tuyo llevando un triángulo rosa en el pecho. No es un juicio, no soy nadie para tratar de ponerme en tu lugar así a la ligera; sin embargo es una de las muchas preguntas que me hago después de descubrir tu amor por Bethge. Sé que no voy a obtener una respuesta definitiva a la pregunta, o quizás ya la diste en tu diario poco tiempo antes de tu muerte:

 

 «No debes dudar nunca de que recorro con gratitud y alegría el camino por el que soy conducido. Mi vida pasada está colmada de la bondad de Dios, y sobre la culpa se halla el amor perdonador del Crucificado»[15].

De corazón muchas, muchas, muchas gracias por todo. Te envío todo mi afecto, y mi deseo de liberación. Tuyo,

 

Carlos Osma

 

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Notas:

[1] Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y sumisión. Cartas y apuntes desde el cautiverio, Salamanca: Ediciones Sígueme 2001, p. 253.

[2] Ibid. 198.

[3] Charles Marsh, Extraña Gloria. Vida de Dietrich Bonhoeffer, Madrid: Editorial Trotta 2018.

[4] Ibid. 316.

[5] Christopher Benson, Dietrich Bonhoeffer and the Romance of Friendship [en línea], Spiritual Friendship <https://spiritualfriendship.org/2014/06/05/dietrich-bonhoeffer-and-the-romance-of-friendship/> [Consulta: Julio 2025].

[6] Marsh, Extraña Gloria, p. 354.

[7] Bonhoeffer, Resistencia y sumisión, p. 99.

[8] Ibid. 230.

[9] Ibid. 272.

[10] Marsh, Extraña Gloria, p. 468.

[11] Michel Foucault, ¿Qué hacen los hombres juntos?, Madrid: Ediciones Cinca. Colección Empero 2015.

[12] Marsh, Extraña Gloria, pp. 452-453.

[13] Ibid. 494.

[14] Bonhoeffer, Resistencia y sumisión, p. 258.

[15] Ibid. 274.


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