Entre las imágenes de la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, la del evangelista Franklin Graham haciendo una oración de agradecimiento a dios por: «haberlo levantado con tu poderosa mano», creo que fue para mí una de las más duras. Relacionar al dios de Jesús con un hombre que identifica la migración con la delincuencia, invisibiliza a personas no binarias, se opone a los programas de diversidad, equidad e inclusión, niega la emergencia climática, indulta a personas que trataron de bloquear la entrada a clínicas donde se realizan interrupciones del embarazo, o también a aquellas que intentaron dar un golpe de Estado en enero de 2021, es otro de los hechos alternativos, a los que parece tenemos que acostumbrarnos.
En realidad no todos están de acuerdo con las formas o las propuestas de Trump, pero el poder del miedo con el que pretende imponer los intereses de los magnates de Estados Unidos al mundo hace que muchos hayan inclinado su face(book) ante él, que le rindan pleitesía para no salir escaldadas, o que hayan cerrado la boca para no se les escape algo inapropiado que les pueda salir muy caro. Y no es para menos, los compañeros X del nuevo salvador de mundo son grandes oligarcas que no tienen suficiente con sus actuales fortunas, quieren dirigir el mundo, y para ello están dispuestas a pasar por encima de todo, y de todes, aunque sean sus propias hijas. La guerra fratricida no ha hecho más que empezar.
Tengo que reconocer que las imágenes de la toma de posesión con la que nos bombardeaban constantemente los medios de comunicación ese día me produjeron un gran desánimo, de hecho —no sé si como una petición o una queja a dios— me vino a la mente las palabras de Jeremías: «Señor, si trato de discutir contigo, tú siempre llevas la razón. Sin embargo, quisiera preguntarte el porqué de algunas cosas. ¿Por qué les va bien a los malvados? ¿Por qué viven tranquilos los traidores? Tú los plantas, y ellos echan raíces, crecen y dan fruto. De labios afuera te tienen cerca, pero en su interior están lejos de ti»[1].
Al día siguiente de la toma de posesión, en la Catedral Nacional de Washington la obispa Episcopal Mariann Edgar Budde interpeló a Donald Trump directamente con respeto, sin miedo, pero con determinación: «En nombre de nuestro Dios, le pido que se apiade de las personas de nuestro país que ahora tienen miedo. Hay niños gais, lesbianas y transexuales… Le pido que tenga piedad, Señor Presidente, de aquellos en nuestras comunidades cuyos hijos temen que sus padres sean llevados, y que ayude a quienes huyen de zonas de guerra y persecución en sus propias tierras a encontrar compasión y acogida aquí. Nuestro Dios nos enseña que debemos ser misericordiosos con el extranjero, porque todos fuimos extranjeros en esta tierra».
Que el momento en el que nos encontramos sea peligroso para tantas personas —también para nosotros, no deberíamos ser ingenuos—, que sea mucho más difícil confrontar el poder de quienes quieren el (anti)Reino YMCA, hace más necesario que dejemos atrás el desánimo, y sigamos construyendo sociedades más justas. No deberíamos rendirnos ahora, cuando nuestras sociedades estan siendo amenazadas por la ultraderecha. Es en este momento cuando es más neesario promover el mensaje de respeto y amor al prójimo que está en la base del cristianismo. Como dijo la obispa Miriann Edgar para acabar su sermón: «Que Dios nos conceda la fuerza y el valor para honrar la dignidad de todo ser humano, para decirnos la verdad unos a otros con amor, y para caminar humildemente unos con otros y con nuestro Dios por el bien de todas las personas de esta nación y del mundo. Amén.».