Esta mañana leía en las redes una frase que no me ha dejado indiferente: «La liberación te saca de Egipto, pero el discipulado saca Egipto de ti». La verdad es que la frase no venía acompañada de una explicación, y como desconozco la experiencia de la persona que la ha compartido ni la interpretación que le quería dar, —creo que puedo intuir alguna cosa, que suscribo, pero tampoco estoy muy seguro— me he puesto a darle vueltas y he acabado hilvanando algunas reflexiones a partir de mi experiencia como cristiano gay —que un día tuvo que escapar del Egipto en el que vivía— que me dispongo a compartir con vosotras.
La liberación te saca de Egipto…
Es cierto, es posible liberarse, romper las ataduras de lo que nos impide mostrarnos tal y como somos. O al menos, tal y como a nosotres nos gustaría mostrarnos. Sé que no ha sido siempre así, que en algunos lugares del mundo sigue sin ser posible, y que quedan reductos en nuestra sociedad —los de las personas dependientes, por ejemplo— en los que tenemos que incidir más entre todes para que sea más fácil, o incluso posible, hacerlo. Pero para muches —si estamos dispuestas a pagar el precio que, por otra parte no es el mismo para todas— es posible salir de Egipto.
Sin embargo, en mi experiencia no hubo ninguna liberación que me sacara de allí, digamos que fue la experiencia de opresión la que me llevó a desear esa liberación. Espero que no se me malinterprete, tampoco fue la opresión la que me sacó de Egipto, ni mucho menos, fueron más bien los pasos decididos que yo hice para dejarlo atrás. Como cristiano, y leyéndolo desde la fe, creo que en todo este proceso dios jugó un papel decisivo, pero los pasitos, más pequeños al principio y más grandes al final, los di yo con mis propios pies. Con miedo, con inseguridad, cometiendo errores, pero poniendo siempre un pie por delante del otro. Bueno, no voy a negar que más de una vez di un paso hacia atrás, pero era tan angustioso lo que allí me esperaba, que no me quedó otra que caminar hacia delante.
Tampoco se corresponde con mi experiencia el individualismo con el que está formulada la frase, porque hubo personas a mi alrededor, también autores que leí, películas que vi, canciones que canté, predicaciones que escuché, asociaciones y entidades de las que formé parte… que fueron decisivas e imprescindibles para que yo pudiera percatarme de la opresión, que me dieron un empujón para salir de allí, y que me acompañaron en algunos tramos del camino para que pudiera recorrerlo. Una no marcha sola por el desierto, incluso aunque tengamos que construir el camino mientras avanzamos —porque parece que no hay camino posible—, las herramientas con las que lo construimos nos las ha dado alguien antes. Digo más, de Egipto también trajimos algunas de esas herramientas. Es importante recordarlo, y explicar a quienes están en medio de la opresión que puede ser de mucha ayuda el testimonio de quienes salieron antes que nosotras, incluso dejarse acompañar —no guiar, porque el camino de cada una es distinto— por su experiencia.
El discipulado saca Egipto de ti
Cuando aquí hablamos de discipulado, entiendo que nos referimos al seguimiento de Jesús, y esta es la primera dificultad con la que nos podríamos encontrar: que en el Egipto del que procedemos, se supone que estábamos siguiendo a Jesús, y para los faraones de ese Egipto ahora ya no lo estamos haciendo. Mi experiencia me ha enseñado que no es fácil eso del seguimiento de Jesús, que hay muchas veces que crees que lo estás haciendo pero al final te das cuenta de que no es así, que ese Jesús al que sigues es más bien una idea, una visión determinada, una imagen idealizada que tienes de alguna cosa, o simplemente una mentira que tú misma te has dado para justificar algún privilegio. Esto es algo inherente al seguimiento, en los Evangelios por ejemplo, los discípulos de Jesús tuvieron que cambiar sus expectativas sobre el discipulado en muchos momentos. Con ello tenemos que lidiar también nosotras. Sin embargo, tengo muy claro que lo que había en el Egipto del que yo salí no era discipulado, era otra cosa: opresión, esclavitud, amenaza, intimidación, falta de empatía, humillación, mentira e hipocresía.
Por otra parte, me parece relevante destacar que en la historia del Éxodo que hemos heredado de la tradición judía, quién dirigió la liberación fue Moisés: un judío que no había sido criado en la esclavitud, sino en un palacio como hijo del Faraón. No todas las opresiones son iguales, no todas las personas lgtbiq+ hemos vivido la misma opresión, es un error creer que es así —como también negar que hay patrones generales que compartimos la mayoría—. Algunas personas por la forma o la intensidad en la que la vivieron se revelan ante ella, mientras que otras la integran en su forma de vida. Es importante no olvidar que estas últimas no nos pueden ayudar a liberarnos, por mucho que lo pretendan. Pero son a ellas a las que los faraones nos piden imitar, y las que erigen como buenas cristianas lgtbiq+ los Egiptos inclusivos.
Pero, ¿podemos realmente liberarnos? ¿O estamos condenados a vagar por nuestro desierto personal toda la vida? De hecho ninguno de los judíos que salió de Egipto pudo entrar en la tierra prometida, probablemente hubieran sido incapaces de vivir allí en paz porque tenían su mirada y su alma en el lugar del que escaparon. Bueno, en realidad solo lo hicieron Caleb y Josué, solo ellos pusieron su mirada en el lugar hacia donde dios los llevaba, solo ellos creyeron que aquel lugar era bueno, que allí podrían vivir como personas libres. Y, sin embargo, una vez instalados en su tierra prometida acabaron por repetir en nombre de su dios las condiciones de Egipto: oprimir al otro. Mientras escribo esto no puedo evitar pensar en las imágenes de destrucción y muerte en Gaza que ha dejado el ejército israelí: ¿podemos realmente liberarnos?
En cada una de las personas lgtbiq+ que he conocido bien, he visto una persona que un día, como yo, fue esclava en Egipto, y he podido percibir algunas de las marcas que esa opresión le ha dejado. Es cierto que se intenta esconder, y creo que no es bueno, que deberíamos hablar más —en los lugares y con las personas indicadas— de esas opresiones que vivimos, y que nos siguen condicionando. Pero también es cierto que a las generaciones posteriores de los israelitas que salieron de Egipto, y que habían superado aquella experiencia, los profetas les decían una y otra vez: «Acuérdate de que fuiste esclavo en tierra de Egipto, y que el Señor, tu dios, te sacó de ella con mano fuerte y brazo extendido» (Dt 5,15).
Quizás podamos sacar algo positivo de llevar dentro nuestro la experiencia de Egipto, huyendo de cualquier engaño por borrarla o negarla, o de la nostalgia por volver a una esclavitud idealizada. Y no me refiero a reproducir la opresión que allí vivimos, sino a utilizarla para tratar de conectar de una forma más humana con quienes tenemos a nuestro alrededor y están viviendo en algún Egipto que se parece —o es totalmente distinto— al nuestro. Utilizándola para aferrarnos a los espacios donde hemos aprendido a vivir liberándonos junto a otras personas.
Sé que no es una frase tan buena para poder memorizar como la que he leído hoy en las redes, pero si tuviera que escribirla bajo mi experiencia lo haría así: «Escapasteis de la opresión de Egipto en busca de una vida con mayor libertad para todes, pero dios y Egipto os acompañará siempre —no todo es fácil, ni tampoco imposible—, lo que habéis aprendido juntes en ese proceso también, y os será útil cuando tratéis de construir espacios de liberación para vosotres y para todas las demás».
Carlos Osma
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