Cómo salir del armario en Navidad
Es posible que ya estés
algo cansada de que todo el mundo crea que eres heterosexual y te estés
planteando afrontar ese rito de inicio por el que, cual circuncisión judía,
tenemos que pasar las personas gais: la salida del armario. Supongo que ya
sabes que no hay momentos más o menos buenos para dar este paso, y que
cualquiera que escojas será visto como inoportuno por quienes te quieren como
ellos quieren. Pero como me imagino que lo que más te importa es la reacción de
tu familia, y estamos justamente en época navideña, pues llámame tonta, pero yo
diría que si no quieres ir haciendo salidas del armario todos los días, o que
tu tía María se entere de “lo tuyo” por una llamada de tu primo Moisés;
una estrella del cielo puede estar mostrándote que quizás el día de la comida
de Navidad, con toda tu familia reunida alrededor de una mesa, es el mejor
momento para hacerlo.
Si tu estrategia se
resume en presentarte en tan señalada fecha con una botella de vino y tu guapísimo
novio, yo no te lo aconsejaría. Mi amiga Elisabeth lo probó, apareció con su
novia Agar en casa de sus padres el día de Navidad del año pasado, y a pesar de
pasarse toda la comida enganchadas como lapas, y dándose más de un beso con
lengua y todo, nadie pareció percatarse. De hecho, la madre de Elisabeth le
dice de vez en cuando que vuelva a invitar a casa a esa amiga que tiene, que no
recuerda como se llama, pero que le pareció muy maja. Algo parecido le pasó a Pablo,
que trajo al novio que había conocido la semana anterior en un bar leather,
y se le olvidó comentarle que para una comida tan importante era mejor que
llevase puesto algo más que unos pantalones de cuero que dejaban al aire todo
su trasero, unos tirantes que apenas tapaban las estrellas que llevaba en los
pezones, y un látigo. Sorprendentemente toda la familia actúo como si el novio leather
llevara puesto un esmoquin, menos el tío Santiago que de vez en cuando le daba
una palmadita en el culo y le decía: “Tienes
que venir a nuestra iglesia, yo puedo enseñarte lo que Dios quiere para ti”.
No se trata de algo
personal, tu familia se aferrará a tu heterosexualidad hasta límites
inverosímiles, y no vas a conseguir que abra los ojos a la realidad simplemente
porque seas gay. Así que renuncia a las soluciones fáciles, no metas a nadie en
algo que debes afrontar sola, y échale valor. Piensa que eres el Josué de la
diversidad y que lo único que tienes a favor son las palabras de Dios que te
dicen: “Mira que te mando que te
esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque el Señor, tu Dios,
estará contigo dondequiera que vayas[1]”.
Si lo piensas bien, este versículo puede serte de mucha ayuda, y después de que
tu padre haya bendecido durante diez minutos la cena de Navidad, y antes de
hincarle el diente al pollo relleno (mientras tu hermana le echa un ojo a los
bíceps del novio de tu prima), puedes coger la copa de cava, darle golpecitos
con una cuchara, y cuando tengas la atención de todo el mundo, lees la cita,
carraspeas, y anuncias que te has armado de valor para anunciarles algo muy
importante. Te aseguro que menos tu tío Jonás que nunca se entera de nada, los
demás van a poner una cara de terror que flipas.
Antes de entrar en
materia, yo te recomendaría haber ensayado antes en casa o en tu habitación lo
que vas a decir. En el caso de que tengas las llaves de la iglesia, puedes ir
cuando no haya nadie, subir al púlpito y ensayar desde allí. Si tienes alguna
amiga o amigo de la iglesia que sabe “lo
tuyo”, que te acompañe en los ensayos, porque nosotras tenemos cierta tendencia
al melodrama. De lo que se trata es de que digas con la convicción de la
samaritana (que incluso hizo cambiar de opinión al mismo Jesús) lo que quieres
decir. Ni más, ni menos. Nada de momentos lacrimógenos, por mucho que quieras a
tu familia, no se lo merecen. Si al menos te hubieran echado un cable cuando
tenías doce años y estabas más perdido que Marco buscando a su madre, se
entendería, pero si decidieron callarse “el
secretito” que sospechaban, y controlar toda emoción que pudiera
delatarles, pues ahora sigue su ejemplo. Tú limítate a transmitirles quién
eres.
Estaría bien ponerle algo
de música de fondo, como en la iglesia. De algo te tiene que haber servido
pasar en ella todas las mañanas de los domingos desde que naciste. Así que si tienes
un teléfono móvil con conexión a algún altavoz cercano puedes llevar preparada
una canción que refuerce lo que vas a decir, te ayude a no perderte, y permita
entender a tu auditorio que estamos ante un momento divino. Si tu móvil es del
paleolítico o no quieres estar pendiente de la logística del momento sino del
contenido, necesitarás contar con la ayuda de algún familiar que sepa de
tecnología. Si tienes un hermano o hermana entre 5 o 15 años, es la persona
perfecta. Con esta edad controlan la tecnología como nadie. Yo pondría la
canción “Ain’t no mountain high enough”, pero
eso va a gustos, lo que sí que te diría es que no pongas ninguna de Marcos
Vidal, porque si tu padre o tu madre se ponen a llorar, no vas a saber si lo
han hecho por lo que has dicho, por que se sienten culpables, porque tu tía
Abigail ha puesto demasiada cebolla al consomé, o porque no hay ser humano que
pueda escuchar a este cantautor sin que se le salten las lágrimas.
Llegados a este punto, si
estás convencida de que quieres salir del armario ante tu familia en la comida
de Navidad, recapitulemos y situémonos de nuevo en la mesa. Estás de pie, con
la copa en la mano, el discurso ensayado, el tono decidido y la música sonando
por fin de fondo. Míralos entonces a todos y diles la verdad, que los quieres
pero que te has callado hasta ahora quién eres porque son la mejor familia del
mundo y tenías miedo de perderles. Repíteles que los quieres, que lo vuelvan a
escuchar, pero que tú no te has sentido tan querida como crees que mereces. Que
sabes que no lo han tenido fácil tampoco, que seguro que no han sabido como
afrontarlo, pero que tú eras la niña o el niño que necesitaba su ayuda y no la
tuviste. Explícales que estas más que agradecido por la educación cristiana que
te han dado, que te ha aportado muchas cosas buenas, pero que también ha sido
uno de los elementos que más difícil ha hecho que te quieras y te aceptes.
Diles que has tenido tus problemas con ese dios al que te enseñaron a orar y
cantar en la escuela dominical, que es un dios que no se ha portado bien
contigo, que estás un poco perdido con todo eso de la fe, que ahora incluso
dudas, pero que si con algo te has sentido siempre identificada es con el niño
Jesús que nace en un pesebre porque todas las puertas de los hostales le fueron
cerradas. Toma aire, y vuelve a decirles que los quieres, pero que solo puedes
hacerlo como lesbiana, como gay, que te niegas a quererlos con mentiras. Que
así eres tú, que lo tomen o lo dejen, pero que te aterra y siempre te ha aterrado perderles. Diles que estás decidida a ser feliz, a querer y que te quieran, a
acertar y equivocarte, a vivir en definitiva. Diles que vengan contigo, y que
tú quieres ir con ellos, pero que sabes que eso no depende ahora solo de ti.
Mira a tu madre, a tu padre, a tus hermanos y hermanas, míralos a todos a los
ojos, diles de nuevo que los quieres, bébete por fin la copa de cava (te la
mereces), explícales que es la primera vez que en este día sientes que ha
irrumpido de verdad la vida y la esperanza, y antes de sentarte agotada;
deséales una feliz Navidad.
PD. El discurso final es
solo una propuesta, no olvides adaptarlo a tus circunstancias… ¡Y una cosa más!
Dales al menos dos o tres meses para que hagan la digestión de la comida, no mucho más, que si no se acomodan y volverás a estar en las mismas. A la valentía ahora necesitarás añadir paciencia y algo de suerte. Te deseo lo mejor. Feliz Navidad.
Carlos Osma
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