En octubre de 2004, hace ahora 20 años, el Consejo de Ministros español aprobó el proyecto de ley sobre el matrimonio igualitario que en junio de 2005 sería finamente aprobado por el Congreso de los Diputados. En aquellos meses de impás mi marido y yo —como la mayoría del colectivo lgtbiq+— temíamos que al final no tuviese nada de igualitario, y que el Partido Popular junto a los grupos de presión conservadores obligaran a José Luis Rodríguez Zapatero a rebajar sus pretensiones para dejarlo en aquello que había prometido dos años atrás en la revista Zero: «Matrimonio, sí. Adopción, ya veremos» —poniendo aún más dificultades a nuestra decisión de tener hijas, y a la de miles de familias lgtbiq+ que ya las tenían—. O, en el peor de los casos, se optara por crear una figura alternativa al matrimonio, una especie de apartheid para las familias lgtbiq+.
El primer comunicado oficial de una iglesia evangélica española sobre homosexualidad lo realizó en febrero de 2004 el obispo Carlos Lozano de la Iglesia Evangélica Reformada Episcopal (IERE) en contra de la consagración del obispo episcopaliano abiertamente gay, Gene Robinson, donde aprovechaba para posicionarse contra el matrimonio igualitario con la misma rotundidad como ignorancia: «dos personas del mismo sexo nunca podrán complementarse». La inseguridad y la falta de visión del obispo de una iglesia en la que otras voces sí se estaban posicionando a favor del matrimonio igualitario y de la inclusión de las personas lgtbiq+ dentro de sus comunidades, le hizo acabar el comunicado identificando las demandas de derechos de las familias lgtbiq+ con los ataques «con los que la Iglesia de Dios ha sido atacada a lo largo de la historia», y animando a sus comunidades a centrarse en la buena noticia de que Dios ama a este mundo. Le faltó decir, a este mundo heteronormativo y patriarcal, pero supongo que en aquel momento no hacía falta, todo el mundo lo sobreentendía.
En octubre de 2004, con Pablo Martínez Vila como presidente y Jaume Llenas como secretario general, llegó el comunicado La homosexualidad: ley y moral de la Alianza Evangélica Española (AEE). En él defendían que «no existe un derecho civil al matrimonio heterosexual, porque el matrimonio es una institución esencialmente heterosexual», y mostraban su preocupación porque «una opción de vida desde la orientación homosexual se confunda cada vez más con un derecho humano fundamental». Que los hijos y sucesores de los evangélicos/protestantes que padecieron el franquismo utilizaran frases que bien podrían haber escrito sus antiguos opresores cambiando algunos términos: «no existe un derecho civil al matrimonio evangélico, porque el matrimonio es una institución religiosa esencialmente católica», o «una opción de vida desde cualquier secta evangélica no se puede confundir con un derecho humano fundamental», y que no fueran conscientes de ello, dejaron en evidencia la deriva sectaria en la que se habían embarcado.
En marzo de 2005 llegaría la declaración de la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (FEREDE), una entidad creada para representar a las diversas iglesias evangélicas ante el Estado, no para imitar a la Conferencia Episcopal Católica marcando perfil en cuanto a las doctrinas y creencias válidas y no tan válidas de las iglesias evangélicas/protestantes que la constituyen. Desde la Associació Cristiana de Gais i Lesbianes de Catalunya les enviamos una carta antes de la reunión que dio lugar a dicha declaración —yo mismo firmé aquella carta— pidiendo que nos dejaran asistir y hablar a personas lgtbiq+ evangélicas/protestantes antes de que tomaran una decisión. Su respuesta fue el silencio. En realidad esa ha sido siempre la estrategia de la mayoría de iglesias evangélicas en España, invisibilizarnos, para luego crear una imagen sobre nosotras que no se corresponde con la realidad, sino con la que necesitan para proteger su visión fundamentalista de la Biblia.
El encabezado del comunicado comenzaba con la frase: «Declaración pidiendo protección del matrimonio heterosexual», tratando así de tergiversar la realidad, de manipularla, de hacer parecer las demandas de igualdad de los colectivos lgtbiq+ un ataque al resto de la sociedad. Después, entre otras demandas, pedían que las parejas de distinto sexo o las personas solas que querían adoptar, tuvieran prioridad legal a las parejas del mismo sexo. Mostrando así, no solo la más absoluta ignorancia sobre la diversidad de formas en las que las familias lgtbiq+ —y también no lgtbiq+— se constituyen, sino su voluntad de que fuéramos legalmente discriminados, marcados como los últimos padres y madres que un niño, niña, o niñe necesita.
Cuando pensábamos que el comunicado anterior, firmado por Mariano Blazquez y José María Baena, sería el momento más vergonzoso y alejado del evangelio de la historia reciente de las iglesias evangélicas/protestantes en España, en abril de 2005 llegó el único comunicado conjunto de la historia de los representantes de la Conferencia Episcopal Española, FEREDE, la Federación de Comunidades Judías de España y el Vicario General en funciones y Deán de la Catedral Ortodoxa Griega en Madrid. Y el motivo para tan increíble suceso no fue pedir un salario justo para todos, exigir el final de una guerra, demandar una sanidad pública de calidad, posicionarse contra los delitos de odio, la xenofobia, o los asesinatos machistas, ni siquiera para defender la libertad religiosa; sino para que no se aprobase la ley de matrimonio igualitario y se buscara otro tipo de unión que no pudiera afectar -es decir, que privilegiara- al matrimonio entre personas de distinto sexo.
Una de las cosas que más nos abrió los ojos a mi marido y a mí sobre los efectos de una religiosidad que se aleja de la realidad y del prójimo para tratar de parapetarse tras supuestas verdades que le dan seguridad, es que más allá de las siglas de instituciones como la IERE, AEE o FEREDE, está el nombre de personas que desde esas instituciones trataron de oponerse —y todavía hoy lo siguen haciendo— a los derechos de sus propios hijos, hermanas, padres… a los derechos de personas con las que han convivido y a las que conocen. Personas que hablaron de los homosexuales como si vivieran en otro mundo y fueran un peligro para la sociedad, cuando sabían que eran parte de sus comunidades y de sus propias familias —no entiendo cómo son capaces de mirarles a los ojos—. Cuando alguien es capaz de hacer algo semejante, creo que queda totalmente desacreditado como cristiano, y ya solo le queda recorrer el camino del arrepentimiento y la demanda de perdón a quienes han fallado.
El 1 de julio de 2005, dos días antes de que entrara en vigor la ley de matrimonio igualitario, llegó el comunicado de la Iglesia Evangélica Española (IEE) en el que valoraba como positiva la legalización por parte del Estado del matrimonio igualitario —al que se refería como «nuevas formas de convivencia basadas en relaciones de amor y fidelidad»—. Para nosotros, como para muchas otras personas de fe evangélica/protestante, aquel comunicado fue muy importante porque sentimos que en la lucha por los derechos de nuestras familias había otras personas con nuestra misma fe que nos acompañaban. En aquel comunicado la IEE se comprometía a impulsar un proceso de reflexión dentro de sus comunidades, que en solo diez años —un periodo tan breve para una iglesia como inasumible para una familia— haría posible la Declaración de Mamré de 2015 en contra de la discriminación y a favor de la apertura de sus comunidades a las personas homosexuales y sus familias. Aquello fue sin duda un acto de valentía, alejándose de las posiciones fundamentalistas que imperan en el movimiento evangélico español —que desde entonces han tratado de marginarla—, y una muestra de que es posible vivir el evangelio sin negar la realidad, abriéndose a la realidad del otro.
En diciembre de 2007 mi marido y yo nos casamos en la Església Evangélica de parla Alemanya de Barcelona. El pastor Enric Capó, de l’Església Protestante Barcelona-Centre, ofició nuestra boda. Desde entonces, otras parejas evangélicas/protestantes lgtbiq+ se han casado en diferentes iglesias evangélicas del Estado, sobre todo iglesias de la IEE —pero también de otras denominaciones— a pesar de que FEREDE mantiene su —nada evangélica, lgtbiqfóbica, y opino que ilegal— amenaza de expulsar a las pastoras y pastores que casen a personas del mismo sexo. Quizás ya es hora de que otras iglesias den el paso —pienso por ejemplo en la IERE— y se abran por fin a la inclusión, al reconocimiento y a la bendición del amor entre personas lgtbiq+. No es imposible, solo hace falta valentía, o mejor dicho, solo hace falta estar a la altura del evangelio. Negar la bendición del matrimonio a una pareja del mismo sexo, es negar la bendición a toda la comunidad a la que estas personas pertenecen. Porque bendecir el matrimonio de una pareja del mismo —o diferente sexo— es una bendición que alcanza a toda la comunidad.
Carlos Osma
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