Descubrir mi homosexualidad fue una experiencia muy extraña. A partir de los once años aproximadamente me fui dando cuenta que algunos varones me atraían poderosamente. Al mismo tiempo no me atrevía a mostrarles ningún afecto especial. Crecía en un ambiente rural cerrado y represivo en el que era peligroso “pasarse” y reinaba la conformidad en todo. La homosexualidad era un tema tabú y, como medida de autoprotección, yo guardaba instintivamente mi secreto. Durante toda mi adolescencia, nadie se enteró de mi vida sentimental.
En cuanto a Rom 1:26-27 la situación es distinta. Según la tradición cristiana, Pablo critica allí a las personas homosexuales. Sin embargo, si sometemos estos versículos a un cuidadoso análisis literario, veremos que todos los verbos principales aparecen en tiempo pasado indicando que el apóstol se refiere a sucesos históricos conocidos. Algunos traductores de nuestra época se han atrevido a modificar los verbos convirtiéndolos en tiempo presente, tal vez para herir a
Para entender mejor a Pablo en la Carta a los Romanos, hay que leer la carta entera hasta llegar al capítulo 16. Demasiados lectores se limitan a estudiar algunos versículos del capítulo 1, ignorando que el texto continúa y que sirve para criticar a una persona determinada que vive en Roma. Esa persona aparece en el capítulo 2. En tiempos del apóstol no existía la división en capítulos que conocemos nosotros. Las denuncias expresadas en el capítulo 1 desembocan en el capítulo siguiente donde Pablo castiga verbalmente al “instructor” de origen judío que siembra la confusión en la comunidad cristiana recién constituida. Hacia el final de la carta (16:17) Pablo previene a sus lectores contra quienes predican doctrinas que le son ajenas: “Os ruego, hermanos, que os guardéis de los que suscitan divisiones y escándalos contra la doctrina que habéis aprendido”.
Es muy importante esa pregunta. Reconozco de plano que yo mismo caigo a veces en la postura defensiva viéndome obligado a justificar mi compromiso cristiano y mi derecho de pertenecer a una iglesia determinada. Hace tantos años que nos tienen acostumbrados a esta rutina que nos cuesta una barbaridad salir de ella, por muy incómoda y desagradable que sea. Yo he dedicado los últimos diez años de mi vida a reinterpretar los textos bíblicos explicándolos como mensajes que no condenan a las personas LGTB. Ya estoy seguro, completamente convencido, de que la Biblia no es enemiga sino una gran amiga nuestra. Pero todos necesitamos educarnos y estudiar mucho, tanto heterosexuales como las y los que nos definimos de otro modo. Llevamos encima una larga tradición eclesiástica que nos ha amargado