Adecentando al indecente
Hay veces que me pregunto
cómo es posible que architeólogos y viceteólogas que se han
estrujado el cerebro estudiando en las más prestigiosas facultades de teología con
sello evangelical, se atrevan a decirnos que la única posibilidad de
leer la Biblia es al pie de la letra y que todo lo demás son engaños de munditeólogos
y femiteólogas liberales que no tienen otra cosa que hacer que engañar
al personal. Y es que sinceramente considero que, sin necesidad de una
formación teológica superior, únicamente sabiendo leer y teniendo un mínimo de
sentido crítico, uno se da cuenta ojeando la Biblia de que ni siquiera sus
propios autores le dieron demasiada importancia a eso de la literalidad.
Hay un milagro de Jesús
en el evangelio de Juan que siempre me ha llamado la atención: la curación del hijo
del oficial de Herodes Antipas[1].
Y no es por que tenga la extraña característica de ser un milagro a distancia
(Jesús sana al hijo del oficial a 39 Km), sino porque cuando uno lee la misma
historia en Mateo[2] o Lucas[3]
las divergencias son tan notables que podemos llegar a dudar de que se trate
del mismo hecho. La justificación que dan algunos especialistas es que Juan
utilizó una tradición distinta del milagro que Mateo y Lucas. Vamos, que antes
de que todo lo relacionado con la vida de Jesús se pusiera por escrito, sus enseñanzas,
acciones, su vida y muerte, se fue transmitiendo de forma oral. Y esa tradición
oral, además de diversa, no estaba tan interesada por la literalidad como
nuestros hermanos y hermanas evangelicales, sino que su función era
concretamente llevar el mensaje del evangelio (las buenas noticias) a cualquier
persona.
En ocasiones al presentarnos a mi marido y a mí a alguien lo hacen diciendo: “Este es Manel
y Carlos, su compañero”. La palabra compañero es un buen comodín, sirve para
tantas cosas que en el imaginario de la persona que recibe la información puede
querer decir que trabajamos en el mismo sitio, que somos amigos, o que estamos
casados (por poner tres ejemplos). Otras veces, si quien presenta considera que
está en territorio hostil nos definirá como “amigos”, que es bastante
más vago, y difícilmente hará que se nos clasifique como un matrimonio. Y si
por alguna razón nos presentan como “Manel y Carlos” a secas, puede que la otra persona acabe por preguntarnos: ¿Qué sois, hermanos? Con todo lo que tanta gente ha
luchado por el derecho al matrimonio, y con lo que nos ha costado a nosotros, creo que no utilizar la palabra marido es
una ofensa.
He explicado todo esto
porque en el milagro del hijo del oficial pasa algo muy parecido, los
evangelistas parece que tienen discrepancias a la hora de aclarar que relación
tienen dos hombres. Mateo y Lucas no toman este relato del evangelio de Marcos
que es el primero que se escribió y no lo contiene, sino que lo más probable lo
hicieron de otra fuente que los especialistas llaman fuente Q. Mateo dice que
quien pide el milagro a Jesús es un oficial romano (centurión), y lo pide para
su criado (pais). El significado de esta palabra puede ser siervo, hijo,
o amante, y teniendo en cuenta que generalmente las tropas romanas vivían lejos
de su familia, quien lo escuchara pensaría que era su siervo y/o su amante. Que
Lucas no era literalista, y que se dio cuenta de lo que significaba la palabra “pais”,
queda claro porque intenta ser algo más ambiguo y la traduce como siervo (doulos),
que carece de la connotación sexual. Sin embargo, quizás para mantener cierta ambigüedad,
afirma que el centurión “amaba mucho a su siervo”. Pero, ¿qué es lo más
escandaloso de esta historia? ¿qué Jesús sanara al amante de un centurión, un
pagano al servicio del Impero Romano que oprimía a los israelitas? ¿o qué Jesús
sanara al amante de otro hombre?
A la fuente de la que se
sirvió Juan[4] para
escribir su relato parece que le ponía más nerviosa lo segundo que lo primero. Por
eso se salta la santa literalidad y decide convertir al “país” o
al “doulos” en hijo (huios), y como los centuriones no vivían con
su familia, pues el centurión pasa a ser un oficial de Herodes Antípas. De esta forma, haciendo
que la relación entre los dos hombres sea familiar, se acababa cualquier connotación
sexual. Que quien pide un milagro a Jesús sea un indecente pagano y que Jesús
se lo conceda, tiene un pase, incluso una intención teológica que hace que el
cristianismo pueda expandirse por todo el mundo, pero toda indecencia tiene un
límite incluso para los indecentes. Y parece que un centurión que amaba a su
siervo, superaba con creces los límites de algunos cristianos.
Sin embargo, todo este
adecentamiento del milagro del centurión-oficial del rey chirría con el
mensaje que Juan quiere dar con el milagro, y que pone en boca de Jesús: “Si
no veis señales y prodigios, no creéis”. Y es que el protagonista del
milagro, el oficial, es el ejemplo de una persona que tienen fe, que cree en
Jesús, y por eso se acerca a pedir el milagro para quien ama. No necesita
nada más, no exige ver para poder creer, él ya cree, y es exactamente eso lo
que quiere destacar el evangelio de Juan de él para ponerlo como ejemplo para el resto de la comunidad cristiana. Si es la fe sola lo que pide Juan, creo que no hace
falta adecentarlo un poco para que sea merecedor de la acción de Jesús. Y si es
fe impulsada por el amor a un ser humano que sufre, no es necesario que ese
amor sea decente a los ojos de los demás. No hacen falta señales, no es necesario
aferrarse a la literalidad de los textos bíblicos para saber en qué creer.
Nuestro centurión primero, y nuestro oficial después, son ejemplos claros de
que lo importante es la fe, una fe cuyo origen es el amor a los seres humanos y
la meta la manifestación del amor de Dios.
Carlos Osma
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