La cruz y la cama
Cuentan los evangelios
que mientras Jesús agonizaba en la cruz las personas que pasaban por delante de
tan terrible escenario le decían: “¡Si
eres Hijo de Dios, baja de la cruz!”. Y es que claro, tenían razón, los
Hijos de Dios tienen otros sitios más honrosos donde morir: en su cama por
ejemplo. Desde entonces hasta ahora, aquellos mensajes inhumanos han cambiado
mucho, y ahora los guardianes del orden nos dicen a nosotras que para ser “Hijas
de Dios” hemos de descender de nuestras deshonrosas camas, y subirnos a sus
maravillosas cruces de neón para que todo el mundo pueda ver lo divinas que
somos. No sé, pero tengo la sensación de que para mucha gente el cristianismo
es un viaje de la cruz a la cama, o de la cama a la cruz.
Es verdad que podríamos
decir que, tal y como se narra en los evangelios, la vida de Jesús fue un camino
de la cama a la cruz, o mejor dicho del cajón donde se daba de comer a las bestias
en el que su madre lo acostó al nacer, a la cruz del Gólgota donde el poder Romano
lo hizo crucificar junto a otros dos malhechores. La cama y la cruz fueron para
Jesús dos lugares no escogidos en donde se hizo patente que existía un poder
político, pero también religioso, que controlaba su vida de principio a fin. Fue
el edicto de Julio Cesar el que motivó que sus padres tuvieran que viajar hasta
Belén, y fue la condena del Gobernador Poncio Pilato la que le llevó hasta el
Gólgota.
Las camas y las cruces de
las personas LGTBIQ son lugares donde los poderes patriarcales y LGTBIQfóbicos
nos sacan y nos meten a conveniencia. Si nos mantenemos en silencio nos
crucifican, si lanzamos gritos de dolor al infinito, nos vuelven a crucificar. En
ese lugar, en el Gólgota, donde nos llevan a la fuerza tras golpearnos toda la
vida con sus látigos de cuero negro, nos levantan para mostrar nuestra
caricatura al resto del mundo y para exponer de una forma deformada quienes
somos. Allí, en cada una de las cruces que decoran sus iglesias, nos cuelgan
todos los días junto a otras malhechoras. Y lo hacen mientras nos invitan a
bajarnos de ellas y comportarnos como “Hijos de Dios” en alguna de sus terapias
reparativas. Pero si por el contrario hemos decidido ser felices y alejarnos de
sus cruces sangrientas y sus terapias diabólicas, entonces nos sitúan en la
cama, y allí nos representan como depravadas sexuales que se dejan llevar por
sus instintos. Ya no somos cuerpos deformes, sino puro sexo, animales salvajes
y nada más. De la cama a la cruz, o de la cruz a la cama. Un círculo enfermizo nacido
de mentes que no pueden estar muy sanas.
Lo interesante de Jesús
es que fue consciente de la existencia de poderes que le querían condicionar, a
él y al resto de seres humanos que tenía a su alrededor. Poderes que en su
época se podían denominar demoníacos, pero también otros que tenían nombres
propios. Y ante ellos, no optó por bajar la cabeza, no escogió ni la cruz ni la
cama como lugares donde vivir ante el resto del mundo, sino los espacios en los
que era necesario hacer oposición activa a cualquier poder que limitaba la
libertad y la vida de las personas. Por eso me resulta tan difícil entender el
cristianismo de tanta gente que no choca nunca con los poderes que pretenden
condicionarlas, que les van chupando la sangre hasta dejarlas sin vida. Personas
que no han escuchado a nadie merodeando en sus camas y diciendo que se puede
hacer en ellas, o que jamás han visto la vida desde lo alto de una cruz hecha a
su medida.
No hay otra forma para
salir de la falacia que va de la cama a la cruz y de la cruz a la cama que seguir
el ejemplo de Jesús, de todos aquellos momentos de su vida que él si escogió y
que no le fueron impuestos de una manera absoluta. La cama y la cruz no son
lugares que debamos evitar, por razones bien diversas nuestras vidas se componen
también de ellos. Pero no únicamente de ellos. Lo que determina quienes somos,
no está ahí, sino lo que nos lleva hasta ellos, y cómo hemos sido capaces de luchar
contra esos poderes para ser más libres. Yo diría que verse a uno mismo en el
prójimo, y al prójimo en uno mismo, fue el motor que sí podría definir la vida
de Jesús. Ese fue el poder al que él sirvió, más allá del resto de poderes que
como a cualquier mortal lo influyeron y condicionaron. Y ese, el prójimo, es el
lugar que da sentido al cristianismo y que nos puede alejar de esos círculos
absurdos que se construyen entre nuestras camas y nuestras cruces.
A Jesús se le expulsa de
la cama, y no tanto por motivos históricos, sino porque lo que podría ocurrir
en ella a la mayoría de la gente le parece poco divino, y se le sube a una cruz
donde demostrar con su sufrimiento que fue fiel al mandato de su Padre. No sé
lo que ocurre, o no ocurre, en la cama de estas personas para pensar de esta manera.
Pero también hay veces que se le baja de la cruz a marchas forzadas porque el fracaso
es demasiado desestabilizador para teologías infantiles, y se le lleva solo y envuelto
en una sábana hasta la cama que será el sepulcro donde resucitará
milagrosamente. Me pregunto qué vidas tan naifs tienen estas personas que son
incapaces de integrar el fracaso en sus teologías.
La cama y la cruz de
Jesús, y también las nuestras, son lugares vigilados por poderes que nos
controlan y pretenden condicionarnos de manera absoluta. Y el mensaje de vida
de Jesús es que podemos resistirnos a ellos, aunque a veces nos venzan y
dejemos entrar en nuestra cama ideologías de muerte, o en nuestras cruces
teologías sin experiencia. El sentido que tienen nuestras cruces y nuestras
camas no se encuentran en ellas mismas, sino en lo que ocurre entre ambas. La
cuna de Belén y la cruz del Gólgota solo pueden entenderse a través de la vida
de Jesús, de su implicación en la vida de muchas personas que eran los daños
colaterales de normas y leyes divinizadas por poderes con intereses demasiado
humanos. Es en la vida compartida con el prójimo donde se puede percibir que la
liberación, la salvación, es el origen y la meta de la fe cristiana. Es desde allí
desde donde acabaremos con los poderes que quieren someternos. Sin prójimo, ni
cama ni cruz tienen sentido.
Carlos Osma
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