Solo un Jesús machote puede salvarnos
Será que llevo uno días intensos,
que quizás me estoy pasando con el café, o ambas cosas, pero el otro día tuve
una experiencia de esas “extraordinarias” que me gustaría compartir con todas
vosotras. Estaba yo durmiendo, en mi cama, con mi marido, cuando de pronto tuve
la sensación de ser arrebatado (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo
sé; solo Dios lo sabe) y llevado a un paraíso evangelical. Que era tan
divino lugar no lo deduje por la belleza de la estancia, o porque me produjera
una sensación de paz y amor, en realidad me pareció un sitio muy triste y
patético. Me percaté de que me encontraba en el paraíso evangelical cuando
vislumbré a cuatro ángeles asexuados delante de mí, con sus sandalias, vestidos
blancos, alas rebosantes de plumas, una diadema en su cabeza repleta de rizos
rubios, y una cara de muy mala leche, que me decían: “En este paraíso, solo
un Jesús machote puede salvarnos”. Yo
buscaba por todos lados para ver si veía alguno, pero lamentablemente no lo encontré.
Tras ellos, y trayendo consigo un
aire gélido que casi me reseca los labios, apareció un ángel de melena taheña
al que adoraban una multitud de seres. Sin embargo, puso sus ojos sobre mí, y
me explicó que el dios en el que yo creía no se podía encontrar en el cielo de
los hombres de toda la vida, que el mío era demasiado subjetivo para vivir
allí. La verdad es que por un momento me dio una envidia terrible no formar
parte de ese cielo evangelical, y tener que conformarme con ser un simple
mortal condicionado por mis experiencias. Así que estuve a punto de echarme en
brazos del ángel bermejo para conocer el bien y el mal, lo bueno y lo malo, lo
divino y lo humano. Quería ser también yo un ángel, y gritar la verdad de las
verdades sin subjetividades que valgan, levitando por encima del común de los
mortales como si los maestros de la sospecha no hubieran existido nunca. Quería,
como él, poder sentarme todas las tardes a tomar un café con dios para
preguntarle cuál de las teologías de todos los ángeles era la de verdad
verdadera, sin subjetividad ninguna. Pero una voz varonil, que yo creí divina,
me dijo que tenía que ser más hombre para superar lo de la subjetividad, que
solo a ellos se les ha ofrecido este precioso don, y que todas las plumas que llevo
conmigo no son suficientes para convertirme en un ángel de este cielo. Me
exigió después que pusiera los pies en el suelo, y que me marchara inmediatamente
de allí.
No le hice caso e intenté hacer
como que no le había oído. Fue entonces cuando, de repente, se puso delante de
mí otro ángel barbudo que llevaba una Biblia en sus manos. Tenía un acento peculiar,
como también lo tenía el primer ángel, aunque algo distinto, y en perfecto
español me dijo que aquel libro era el mensaje de Dios (me aclaró que en
mayúsculas) para los hombres. Yo empecé a saltar de alegría y le dije que
quería leerlo, que quería saber que podía decirme a mí. Sin embargo, el ángel
puso una de sus manos en mis ojos y me dijo que yo no podía ni siquiera
mirarla, que solo los hombres de verdad podían entenderla correctamente, que ese
era el regalo del Dios (me volvió a recalcar que iba en mayúsculas) machote para
los que han sido creados a su imagen y semejanza. Que únicamente ellos podían
entender el mensaje de su Jesús bañado en Varón Dandy, y que todas las demás deformábamos
a Jesús a nuestra imagen y semejanza. Yo le iba a decir que hace más de cien
años ya Albert Schweitzer había denunciado que todos los autores que buscaban a
Jesús introducían en él una parte de sí mismos, y qué si no era posible (o al
menos remotamente posible), que también los teólogos machotes lo hubiesen hecho. Que si no era mejor, en vez de esconder que “lo
macho” condiciona la mirada sobre Jesús, ser honesto y decir desde el principio
desde dónde se está leyendo. Pero entonces, enfadado y con algún que otro insulto
que ahora no recuerdo, me tapó también la boca para que no hablara y me dijo
que quizás era mejor que me marchara de allí. Que para los ángeles del cielo
evangelical, mis propuestas eran demasiado carnales, o vegetales, no sé… Le
arrebaté la Biblia de sus manos, y salí de allí. Tengo que reconocer que en ese
momento me sentí como Robin Hood robándole a los ricos para dárselo a los pobres.
Desperté sudoroso de mi sueño,
tanto que tuve que levantarme y darme una ducha. Al volver a mi cama, junto a
mi marido, volví a caer en un profundo sueño, y esta vez fue el Espíritu el que
me llevó a la mismísima isla de Patmos (Lo leí en un cartel cuando desembarcaba
que además añadía: “El infierno según los
justos”). Una vez allí, detrás de mí sonó una voz de trompeta, me giré, y
lo vi… Llevaba un vestido ideal que le llegaba hasta los pies, en sus pechos un
cinturón de oro, su pelo con un maravilloso tinte blanco reluciente, en sus
ojos unas lentillas de color fuego, y en sus pies unas espectaculares botas de
bronce con plataforma. Abrió su boca para hablar (aunque yo pensé que iba a
cantar “I will survive” como lo haría la divina Gloria Gaynor) y me
dijo: “No temas”. En ese momento caí muerta a sus pies y me dije: “Solo
un Jesús marica puede salvarnos”. Pero él me contestó: “levántate y deja
de hacer la payasa”. Yo le hice
caso, me levanté y le seguí, y me subió con él al cielo, y me puso delante de
un trono. Le dije entonces muy digna, que era republicana, que eso del trono no
me gustaba nada, pero no me hizo ni caso y me invitó a mirar fijamente a quien
estaba sentada en el trono. No la pude ver, un arcoíris a su alrededor me
deslumbraba. Pero me gustó esta propuesta divina tan colorida, aburrida del
blanco y negro de los cielos como dios manda. Aunque lo que más me impactó, fue
que en este cielo había seres diversos, no tan comunes y previsibles como los
de mi primer sueño. Unos tenían todo su cuerpo lleno de ojos, otro parecía un
león, otra un águila… y había además un montón de ancianos que adoraban a este
Dios tan rainbow diciendo lo que en el otro cielo nadie decía: “Señor,
digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas
las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”[1].
Tras ser testigo de todo esto abrí mi ordenador rápidamente (qué
hacía un ordenador en mi sueño no lo sé, pero os recuerdo que en los sueños
ocurren cosas que solo Freud puede explicar), y empecé a recibir multitud de
mensajes de seres con muchas plumas por todo su cuerpo que habitan en el
infierno de los justos, bajo el cielo donde reside el trono del arcoíris, que
alababan a Dios y cantaban al unísono: “Solo un Jesús marica puede
salvarnos”. Yo les dije que
tampoco había para tanto, que hay que saber que hay detrás de la estrofa para
entender lo que se quiere decir. Que desgraciadamente hay Jesús maricas para
todos los gustos, y que yo me refería a los maricas, maricas de verdad, a esos
que nadie quiere tener como mesías al que seguir, y con el que nadie quiere
construir el reino de las maricas. Si ese Jesús no puede salvarnos, si tiene
que ser respetable, entonces no puede hacerlo ningún otro. Si está atrapado en
nuestro cielo particular, entonces queda claro que no tiene la posibilidad de
resucitar en las vidas reales de todos los seres humanos. Un Jesús machote no
nos salva a nosotras, eso lo tenemos claro, un Jesús machote nos maltrata y nos
destroza la vida. Los Jesús machotes solo les sirven a unos cuantos, quizás por
eso no salvan a nadie. Pero los Jesús maricas de diseño, son tres cuartos de lo
mismo… El Jesús marica enfundado en unas botas de bronce con plataforma de 30
centímetros que puede salvarnos, es el que baja todos los días de sus botas,
para subir en ellas a las personas que a su alrededor han sido humilladas (30
cm no es mucha cosa, pero eso es lo que le falta a mucha gente para mirar al
resto de seres humanos de tú a tú).
No sé si me entendieron, porque me desperté justo en el momento en el
que estaban a punto de volver a cantar.
Así que con estos sueños todavía dando vueltas en mi cabeza, me levanté
y fui a la cocina, me hice un café, cogí mi libro y leí: “Al final de lo
aceptable, de lo deseable, de lo digno, para un dios que se hizo papel, es
posible que Dios se haga una de nosotras. Tras la realidad fija y excluyente
que dicta la verdad de unos pocos, pero que se ha divinizado como verdad
absoluta, surge la realidad de carne y hueso, la realidad diversa, imperfecta,
sucia unas veces y brillante otras, por la que aquel niño vino a la vida. En
los despojos de la religión, de la economía, de la moral, de la salud, de lo
divino… irrumpe el Mesías”[2].
Carlos Osma
Notas:
[1]
Ap 4,11
[2]
Osma, C. Solo un Jesús marica puede
salvarnos (Barcelona: Ediciones Homoprotestantes, 2019), 124.
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