Un Jesús en mallas en el lago de los cisnes
Hay veces que uno se
cansa de escuchar noche y día tantos lamentos, tantos discursos cargados de
miedo y de verdades basadas en fantasmas divinos. Y es que uno llega a pensar
que el enorme ruido que nos envuelve, y que supuestamente crea la naturaleza
para acabar con todos nosotros, no permite pensar a nadie con claridad. Estamos
a merced del vaivén de los discursos de odio, a un tris de ser derribados por
huracanes de ignorancia, a medio camino entre el desierto y una llanura fértil.
Justo en ese momento de la existencia en el que todo parece más oscuro que
nunca, y aunque sabemos que no falta mucho para que llegue el amanecer, a nuestro
alrededor nadie cree que vayamos a sobrevivir para contarlo. ¿Dónde estás
maestro?
Estamos decididos a salir
de este bucle, de este círculo de muerte que no nos aporta nada más que falsedad,
negación y desconfianza. Así que agudizamos nuestro oído todo lo posible para
escuchar otras voces que estén fuera de la barca del temor y la desesperación. Y
serán nuestras ganas, pero hemos escuchado un claro “ven” que no suena a amenaza, ni a condena, sino que es una llamada
sencilla que invita a la apertura, a lo imposible e imprevisible, a hacer cosas
extrañas, diferentes, divertidas; cosas necesarias que cambien el mudo y lo
dignifiquen. Así que sin duda es la voz del maestro. Quienes nos acompañan,
sacan su fe de toda la vida para decirnos que nos hemos vuelto locas, que lo
que escuchamos es únicamente el silbido del huracán de nuestros propios deseos
que acabarán por destruirnos; pero seguimos escuchando “ven”. Y como la fe de ir tirando, esa que a veces parece
evaporarse por encima de lo lógico y lo biológico, se parece tan poco a la fe
de toda la vida; nos armamos de valentía y nos ponemos de pie en el borde de la
barca. Y al ponernos de puntillas, como si fuéramos la princesa Odette en El lago de los cisnes, escuchamos de
nuevo ese “ven”, un “ven” definitivo, que no sabemos si
volverá a repetirse, que podemos dejar pasar si tenemos miedo, o al que podemos
responder, aunque el vértigo nos haga temblar. ¿Dónde estás maestro?
Y hacemos un entrechat[1] que
nos lleve de la barca hasta el mar, y al ver que no nos hundimos, sentimos que
tenemos fe, que vamos a lograr todo lo que deseamos, que dejamos atrás a
quienes nos limitaban con sus lamentos y soñaban con una barca en la que solo
había lugar para ellos. Realizamos después un cabriolé[2]
de noventa grados con las piernas bien extendidas en el aire y volvemos a
caer sobre el mar para ver, ahora sí claramente, que quien está delante nuestro
es Jesús, nuestro maestro, que lleva unas ajustadísimas mallas. No estamos
solas, él nos acompaña, y la emoción nos invade de tal forma que queremos bailar
con él y hacer un pax de deux[3],
pero saltándonos los pasos previos y haciendo directamente la coda. Justo entonces nos percatamos de
que las fuerzas que pretenden hundirnos no tienen su origen en la barca, y que
no es únicamente ella quien las padece. Y hacemos un Fouetté en Tournant[4],
un giro espectacular, pero nuestra mirada ahora está puesta en la oscuridad y
nuestro cuerpo nota que lo golpea un huracán de odio que quiere que el mar del
olvido lo trague para siempre. El último paso que intentamos es un balancé[5],
porque notamos que el agua ya nos llega hasta la cintura: tenemos miedo. Y
entonces gritamos y nos desesperamos como aquellos con los que compartíamos
aquella barca tan pequeña. Al final no somos tan distintos, la falta de fe es
la razón de nuestra desesperación también, y hemos acabado por creernos que es
imposible bailar sobre el mar con Jesús. ¿Dónde estás maestro?
“¡Hombre
de poca fe¡,¿por qué dudaste?” Nos dice Jesús mientras
extiende su mano y nos sostiene para que el mar embravecido no nos trague.
Sería estúpido explicarle todas las experiencias vividas que han acabado por dejar
nuestra fe tal y como se la ha encontrado, suerte tenemos de que no se haya esfumado
en alguna de las hogueras donde han intentado quemarnos en más de una ocasión. Pero
justo cuando su mano está impidiendo que nos ahoguemos, no es el mejor momento
para decirle todas estas cosas. Así que nos callamos que dudamos porque
pensábamos que no estaba, porque no le percibíamos por ningún lado y porque nos
sentíamos solas. Nos lo callamos, pero sabiendo que nos ha leído la mente, y
que nos mira de reojo mientras nos lleva hasta la barca donde nos espera toda
esa gente con una fe de toda la vida que antes no paraba de gritar y temblar de
miedo. Esa gente que prefería el negro de la noche y el blanco de la espuma de
las olas que rompían en sus caras, antes que los colores del arcoíris que
recorren nuestro cuerpo. Volver a la barca, ¿estás seguro maestro?
Y nos lleva hasta allí,
pero no estamos en el mismo sitio, es como si hubiera hecho una nueva barca que
avanza firme hacia la ribera donde la vida es abundante. No es la misma barca,
no. Si lo fuera, preferiríamos lanzarnos otra vez solas al mar y jugarnos la
vida para llegar a tierra firme, antes que la fe de toda la vida se dispusiera
a acabar con la nuestra. Pero en esta barca humilde, tosca, que no sabemos si aguantará
la próxima ola, ya no hay miedo. La naturaleza no lo determina todo, no hay
condenas, y la fe se alimenta también de la diversidad. En ella, uno se siente
parte, se atreve incluso a coger un extremo de la red para lanzarla con el
resto de discípulos al mar. En esta barca, uno es consciente de que está el
maestro. Ya no importa el viento, ni las olas, ya no hay lugar para el miedo,
sino para quienes quieran ponerse de rodillas y reconocer que ese Jesús en
mallas, que nos acompaña a todas y baila tan bien El lago de los cisnes, verdaderamente es el Hijo de Dios.
Carlos Osma
Notas:
[1] Salto de ballet
donde se despega con un pie al frente y se van cruzando las piernas en el aire.
[2] Un paso del
allegro en el cual las piernas extendidas se baten en el aire.
[3] Gran danza para dos. Como regla general el grand pas
de deux se realiza en cinco partes: entrada (entrée), adage, variación para el
bailarín, variación para la bailarina, y la coda, en el cual ambos bailarines
bailan juntos.
[4] Espectacular giro
donde el pie de trabajo es estirado y recogido durante las vueltas.
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