Lo "bi" en la Bi-blia
La identidad “bi” de
Jesús fue un tema que levantó mucha controversia en los primeros siglos del
cristianismo. Hubo dos tendencias para intentar explicar cómo era eso de ser
“bi” en Jesús representadas por las escuelas de Alejandría y Antioquia. Los
alejandrinos ponían en primer plano la divinidad de Jesús, y tendían a
minimizar su humanidad, mientras que los antioquenos hacían exactamente al
contrario. Pero propuestas había de todo tipo y grado: Cristo era divino pero
no tenía un espíritu humano, Cristo era hombre y Dios pero sin mezcla alguna de
ambas naturalezas, la naturaleza humana de Cristo fue absorbida por la divina,
etc… A primera vista uno puede pensar que estas discusiones ni nos van ni nos
vienen, o que a falta de Facebook, Instagram o Twitter, nuestros antecesores
cristianos estaban igualmente dispuestos a perder el tiempo en cosas que tenían
poco que ver con la realidad. Aun así no os dejo con la duda, y os explico que
la propuesta que finalmente tuvo más followers
se estableció en el Credo de Calcedonia[1]
del año 451 d.C. y afirma que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre,
y que ningún medio de distinción de naturalezas desaparece por dicha unión.
Antes de seguir con mi
reflexión, intentaré hacer una última aclaración de lo que he dicho en la
introducción para todos aquellos lectores LGTHIQ que se hayan perdido a
mitad de párrafo (cambio la b de bisexuales por la h de heterosexuales, porque
los “bi” saben mejor que yo lo que voy a decir, y porque hoy me he levantado
inclusivo). Tomemos como ejemplo una persona bisexual; algunos pensarán que en
realidad es una persona gay que no se acepta, otras que es una heterosexual
confundida, los más ecuánimes afirmarán que es 50% homosexual y 50%
heterosexual, y los progres que depende del día se levanta gay o hetero.
Lo que vendría a decir el Credo LGTBIQ de Calcedonia es que las personas
bisexuales son siempre 100% bisexuales, capaces de enamorarse de una persona
del mismo sexo sin dejar de sentirse atraídas por las de distinto, o de diferente
sin dejar de suspirar por las del mismo. Reconozco que la aclaración tiene sus
lagunas, pero aún así espero que haya sido clarificadora. Si no es así, podéis
eliminarla de vuestro cerebro y quedaros con el original: Jesucristo es
verdadero Dios y verdadero hombre, y ningún medio de distinción de naturalezas
desaparece por dicha unión.
Toda esta larguísima
introducción, con aclaración incluida, viene a cuento porque quería hablar de
la Bi-blia, o mejor dicho de la manera que tenemos de entenderla, de
aproximarnos a ella. Y no estoy mezclando churras con merinas, porque existe
una tendencia clara e influyente dentro del cristianismo actual que pretende
sustituir a Jesús por la Biblia (o mejor dicho, por una interpretación
legalista de ella). Por esta razón, el antiguo problema “bi” de Jesús, se ha
trasladado a una problemática similar con la Bi-blia. Hay personas que se
encuentran cómodas con afirmaciones como “La
Biblia es una reflexión humana que intenta aprehender y comprender lo divino”,
mientras que otras, se aferran a la base doctrinal de algunas iglesias que
reconocen únicamente “la divina
inspiración de la Biblia”. Dicho de otra manera: la Biblia o es una cosa o
es otra, pero no puede ser las dos cosas al mismo tiempo. Y aunque muchas de
ellas acaben por reconocer a regañadientes esa doble naturaleza, a la hora de
reflexionar sobre algún texto bí-blico, lo “bi” no tiene demasiada importancia.
Cierto es también que muchos y muchas defensoras de tener en cuenta la doble
naturaleza, se pasan la noche y el día determinado qué elementos son humanos y
cuáles divinos. Y uno siempre se queda con la duda, de si lo divino es lo que
tiene que ver con la ideología que profesan, y lo humano con la que profesa la
hereje y pecadora vecina.
Pero mejor me centro y
voy a lo mío, porque el problema más grave al que se enfrenta el cristianismo
hispano es el de aquellos que pretendiendo quedarse para ellos la Bi-blia, la
han divinizado a su imagen y semejanza. Quizás no nos hubiéramos dado cuenta si
esa imagen hubiera rebosado amor y empatía, pero sorprendentemente (y esto no les
deja en buen lugar) lo que rebosa es miedo, odio y discriminación. Dicho de
otra manera, por mucho que han querido situar la Biblia en el cielo de la
divinidad, han acabado por enterrarla en su estrecha y aterrorizada humanidad.
Así que el ejercicio al que debemos invitarles, y el que nosotros mismos hemos
de practicar siempre que abramos la Bi-blia, es el de leerla con unas lentes
que no pierdan de vista que es verdadera palabra de Dios y verdadera palabra humana.
Aunque para algunas la
revelación haya tenido lugar en una experiencia extracorporal, y sobre todo extracerebral,
lo que afirma el cristianismo es que la revelación se da de manera histórica… y
eso, querámoslo o no, la condiciona. La Bi-blia no son 1189 wathsapps recibidos del cielo, sino un
conjunto de libros escritos por unos seres humanos que vivían en un ambiente cultural,
sociopolítico y religioso determinado. La historia ha sido el lugar escogido
por Dios para revelarse, y por tanto, quien pretenda estudiar la Bi-blia como
si fuera un libro divino que no puede ser analizado con métodos histórico-críticos,
o con cualquier otro método científico, está ignorando por alguna razón que la
Bi-blia es tan “bi” como mi amigo Luís. Y seamos sinceros, detrás de muchas de
esas ignorancias encontramos manipulaciones subjetivas de aquellos y aquellas que
utilizan la Bi-blia, o cualquier otra herramienta a su disposición, para
decirle al resto del mundo qué deben creer y cómo deben comportarse.
A quienes no les gusta el
mundo, porque son unos inadaptados, tienen miedo, o les resulta excesivamente
complicado, y han decidido huir de la historia porque no son de este mundo;
pues que no se lleven con ellos la Bi-blia, no les servirá de nada. No importa
que la enseñen en sus seminarios o en sus iglesias, que la utilicen para
decirles a los demás que deben creer que Jesús anduvo sobre el mar, que Dios condena
a las personas LGTBIQ, que el Mar Rojo se abrió y se tragó el ejercito del
Faraón, que las esposas deben someterse a sus maridos, o que David mató a Goliat.
No importa que se autoproclamen defensores de la Palabra de Dios. En realidad niegan
su naturaleza, y son sus mayores enemigos. Quienes niegan lo “bi” de la Biblia,
quienes divinizan su ignorancia con ella, pueden ser todo lo evangélicos,
católicos, u ortodoxos que quieran; pero el cristianismo va de otra cosa. La
invitación al suicidio de la razón no puede ser el primer paso para la fe.
Únicamente cuando la
Bi-blia se encarna en la realidad de los seres humanos y del resto de la
creación, llega a ser Palabra divina que nos interpela. Solo cuando la
estudiamos y profundizamos en ella, como lo haríamos con cualquier otra obra humana,
para entender cómo, porqué y para qué se escribieron cada uno de sus libros, empezamos
a percibir que Dios puede hablarnos a través de ella. Y solo cuando la leemos a
partir de las enseñanzas y ejemplo de Jesús, lo hacemos como cristianos. Quienes
afirman que Dios ha dado un valor absoluto a los condicionantes que dieron
lugar a la aparición de los textos bí-blicos, y creen que estos no pueden ser
actualizados, niegan lo “bi” de la Bi-blia, y por esa razón son incapaces de
entenderla correctamente.
Carlos Osma
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