Personas LGTBIQ: el nuevo filón evangélico




Si no hubiera personas LGTBIQ en las iglesias, habría que inventarlas, o por lo menos convencerlas para que se apuntaran a alguna y se dejaran torturar en nombre de dios. Y es que la historia confirmará que al comienzo de este siglo somos nosotras las que más influencia tenemos en las principales instituciones cristianas. Aunque oficialmente no hay personas LGTBIQ dentro de ellas, porque supuestamente ambas naturalezas son como el agua y el aceite, la realidad es que estamos por todas partes. Si no fuera porque se nos percibe como una amenaza, casi llegaría a afirmar que somos el Espíritu Santo… Nos intuyen, saben que estamos, pero nadie puede (quiere) vernos. La realidad es que a nuestra costa se ha construido un relato de terror, de sospecha, que hace que muchos crean que podemos aparecer en medio de la noche para hacer alguna monstruosidad a algún despistado o a alguna dulce doncella. Somos las brujas del siglo XVI, los masones del XVIII, somos vampiresas y hombres lobo. No existimos (o eso dicen), pero les quitamos el sueño.

Ya sé que con eso de las vampiresas y los hombres lobo se me ha visto demasiado la pluma romántica porque, como decía al principio, en realidad somos un filón inagotable para nuestras iglesias. Se montan foros, aquelarres para decir quién es realmente evangélico y quién no a nuestra costa. La identidad evangélica ya no la define el evangelio, ni siquiera la Biblia, ni la actitud hacia los demás o la implicación por hacer un mundo mejor… La identidad evangélica la definimos nosotras y nosotros con nuestra manera de amar, de contonearnos, de vivir nuestro cuerpo. Y dependiendo de lo que unas personas piensen sobre lo maravillosos o detestables que son nuestros polvos divinos, se puede afirmar si son, o no son, realmente evangélicas. ¡Vamos, que nuestros coitos, efímeros y placenteros, son la prueba del algodón de su identidad! No sé si Lutero y Calvino, o mas cercanos a nosotras, Casiodoro de Reina y Pere Galès, sabían de la importancia que nuestros placeres, identidades y formas de vivir el cuerpo, acabarían por tener en las comunidades evangélicas. Imagino que no, y habría que decir que si lo hubieran previsto el movimiento evangélico en vez de estar dividido en infinitas denominaciones, lo estaría en únicamente dos (o como mucho tres si contamos a los indecisos): los que detestan los lechos ardientes en los que bisexuales, lesbianas, gais y trans practicamos sexo hasta la extenuación, o los que los respetan (o incluso tienen curiosidad). Vamos, que lo más lógico es que ahora en vez de preguntar a los nuevos conversos aquello de: “¿crees en Jesús como tu salvador?”, hay que preguntar otro tipo de cosas: “¿qué es para ti una mujer? ¿y un hombre? ¿qué opinas del sexo anal? ¿son aceptables las relaciones sexuales entre dos mujeres si no hay un dildo de por medio?” Y en vez de educar a las niñas y niños cristianos para que sean ejemplares y se comporten de forma respetuosa en el colegio con sus compañeras y profesores, ahora hay que darles una carta para que entreguen a su tutora en la que diga que si toda la educación que reciben no es heterocentrada, patriarcal, cisgénero y paleolítica, pues las familias super cristinas se reservan el derecho de imponer las correspondientes acciones legales. ¡No me dirán que las personas LGTBIQ no hemos revolucionado la manera en la que los evangélicos damos testimonio público de nuestra fe! Creo que no exagero si afirmo que actualmente somos el verdadero motor de transformación eclesial, y digo más, hacía siglos que un colectivo no había aportado tanto a nuestras iglesias.

Esto último, lo de necesitar abogados que defiendan a las niñas y niños de una educación que supuestamente no respeta la (falta de) educación sexual, y la manera en la que sus familias quieren (intentan obligar) que sus hijas e hijos entiendan su cuerpo, es un nuevo filón que las iglesias han encontrado y que no van a dejar escapar. Y es que aquí entramos en otro elemento determinante que les aportamos, y no es otro que el económico… Seamos sinceros, si solo sirviéramos para proporcionarles identidad, en tres o cuatro días seríamos desbancadas por otras personas mucho más interesantes que nosotras, pero la razón de ser influencers es que producimos riqueza económica. El mercado LGTBIQ es transversal, no solo creamos puestos de trabajo en la discoteca Diana, en la librería Cómplices o en el hotel Axel, sino que también ofrecemos puestos de trabajo a nuestros hermanos y hermanas en la fe. El psicólogo Martínez puede ayudar a una familia a explicarle a su hijo Juan de cinco años que no es una niña porque tiene esa cosita tan pequeñita que le cuelga entre las piernas, por solo 50 euros la sesión (precio amigo porque van a la misma iglesia), mientras la coach García va dando pañuelos de papel a las cristianas llorosas que le cuentan que se han enamorado de la directora del coro de la iglesia y no saben cómo decírselo a su marido, a 60 euros la caja de pañuelos. Y lo bueno de todo esto, es que como la promesa del cambio es una fábula que tanto el psicólogo, como la coach y sus clientes quieren creerse, estas sesiones se repetirán durante mucho tiempo y darán unos ingresos estables. Luego tenemos a los escritores, teólogos mediáticos, opinadoras, charlatanes y demás, que cobrarán sus libros e intervenciones en las iglesias a precios reducidos. Gracias a estos dinerillos no darán más palo al agua en su vida, y se desconectarán del mundo real donde viven el resto de mortales. Lo interesante es que con sus mensajes de odio, con sus facks news sobre nosotras, ayudarán a que psicólogos y coaches cristianos sigan teniendo pacientes. Tampoco podemos obviar, seríamos demasiado ilusas, que los comentarios y las acciones LGTBIQfóbicas dan puntos en el mundillo evangelical, así que con ese currículum se puede optar después a los mejores puestos de representación remunerados en diferentes instituciones cristianas… Esas que luego organizarán o auspicirán foros de reflexión sobre la verdadera identidad evangélica. Y podemos seguir y seguir con las formas de hacer que fluya el dinero dentro de las comunidades cristianas gracias a que nosotras perdemos la cabeza por David en vez de por Abigail. No hay campo que no pueda ser utilizado para este servicio, con un poco de imaginación cualquiera puede sacar tajada de este filón (de nuestro filón, de nosotras y nosotros, que por definición no existimos). ¿Quién nos iba a decir hace unos años que hasta los tristes abogados cristianos se iban a forrar con nosotras? En verdad, en verdad os digo, que somos una mina.  

A las personas LGTBIQ que colaboráis más activamente en el sostenimiento del sistema homofóbico evangelical con los dineros que ganáis con el sudor de vuestra frente, os diría que por muy importante que seáis para su sustento, os planteárais si vale la pena seguir haciéndolo. Llevar una iglesia a cuestas de vuestros cuerpos, deseos e identidades puede ser una carga demasiado grande para vosotras solas. Y en realidad, no os preocupéis tanto por vuestras comunidades porque “a rey muerto, rey puesto”, y seguro que después de vosotras, vendrán otros colectivos que se ofrecerán a descender a las galeras de sus barcos para ser encadenados y remar en dirección a la injusticia. Mejor poner vuestro dinero en otros lugares que os ayuden a aceptaros tal y como sois y os proporcionen al menos una alegría de vez en cuando. En vosotros mismos, por una vez, por ejemplo. O en instituciones que ayuden a gente que tiene problemas de verdad, que sufre por cosas reales como el hambre, la enfermedad o la muerte, y no por discursos infantiles de odio de gente reprimida. Y a los cristianos y cristianas LGTBIQfóbicos que os estáis forrando con nosotras, pues sé que no me vais a hacer ni caso, pero yo os recomendaría que os largarais de nuestras comunidades a lugares donde podréis seguir haciendo caja a precios más suculentos, sin necesidad de haceros pasar por cristianos. En España se me ocurre el partido político Vox, si todavía no estáis apuntados, no os limitéis a votarles, subiros a su barco que aquí tenéis mucho dinero que ganar. Y si sois de otro país, pues seguro que habrá partidos de extrema derecha parecidos. Si vuestra vocación es sacar provecho a costa de quien sea, montar vuestros foros en otros espacios que no comprometan al evangelio (y las instituciones cristianas que nos representan a todas) y lo lancen al lodo de vuestra LGTBIQfobia. No seáis tan tontos, el filón económico es más grande fuera del pequeño mundo evangelical, y además no tendréis que estar continuamente comportándoos de esa manera “santurrona”, os podréis quitar la careta, y decir las cosas por su nombre, sin necesidad de menospreciar la Biblia, y crear identidades evangélicas que nada tienen que ver con el evangelio.




Carlos Osma








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