Profe, ¿puedo hacerte una pregunta personal?

 

 

Cuando hacía más de quince minutos que había acabado la clase ha entrado José María en el aula, y lo ha hecho con muy mala cara y con un: «Lo siento profe». No le he dejado acabar y le he recordado que el próximo lunes tiene que entregar un trabajo, y que  hoy era el momento de preguntar las dudas. «¡Ya se ha acabado la clase! Profe, es que llevo dos días muy mal». Le he dicho que tengo una reunión en treinta minutos, pero que saque el dosier y me pregunte las dudas que tenga. «Ahora profe, dame dos minutos», y se ha puesto a mirar dentro de la mochila mientras yo trataba de apagar mi ordenador.

 
José María tiene veinte años, aunque parece mucho más joven. Es un alumno con diversidad intelectual. Es una persona muy curiosa, cuando explicas te hace preguntas y observaciones que ningún otro alumno haría. Recuerdo el día que le plantee un problema en el que había una persona esperando un autobús, y dándole algunos datos debía calcular cuánto tiempo tardaría esa persona en llegar al instituto. A José María la abstracción no le va -algo que yo debería haber tenido en cuenta-, así que inmediatamente se pensó a sí mismo en la parada de autobús, y me respondió el problema explicando las dificultades que tenía todos los días para llegar al instituto con transporte público. «Profe, la respuesta a tu pregunta depende de un montón de cosas, la primera, que no has puesto, es cuánto tiempo de retraso llevará el autobús cuando llegue a mi parada». No trataba de tomarme el pelo, es su manera de ver el mundo.

 

Vive con su padre en una habitación minúscula en una ciudad como Barcelona donde grandes inversores y empresas inmobiliarias someten a la población a una violencia a la que los responsables políticos no saben o no quieren poner fin. Es lo que se llama una familia en riesgo de exclusión social, ese tipo de familia que parece importarles bien poco a todas esas entidades que han surgido en los últimos años para defender a las familias como Dios manda. La relación con su padre no es demasiado buena, tienen conflictos constantes, pero en realidad es lo único que tiene. A pesar de todo eso, viene todos los días contento al centro para tratar de obtener el título de educación secundaria que le permitirá hacer un ciclo formativo relacionado con el diseño. Hoy no está contento, levanto la cabeza después de cerrar el ordenador, y lo encuentro mirándome.

 

  - Profe, ¿puedo hacerte una pregunta personal? 

 - José María, mejor nos centramos en el trabajo que tienes que entregarme el lunes. 

 - Bueno, solo era una pregunta, y no es nada malo. 

 - Venga, pregunta. 

 - ¿Te fue difícil decir que eras gay cuando eras joven? 

 - Sí, eran otros tiempos -caigo en el error de olvidar que además del tiempo también hay que tener en cuenta el espacio, y eso para algunas personas no ha cambiado-, antes las familias no tenían tanta información como ahora. 

 - A mi padre no le gusta que sea gay. Dice que quiero hacerle daño. Además, ahora tiene una novia evangelista que anteayer me dijo que ser gay es un pecado, y que en la Biblia dice que me voy a ir al infierno. Que voy a ser infeliz toda mi vida. Tú, profe: ¿Eres feliz con tu marido? 

 

Como dirían algunos de mis alumnos, me acaba de explotar la cabeza, así que trato de recomponerme rápidamente, pero no lo consigo. No sabía que José María era gay, yo que nunca doy por hecho la heterosexualidad de nadie creo que en el caso de José María sí lo había hecho. ¿Tiene eso que ver con que sea una persona con diversidad intelectual? No encuentro otra respuesta a esta pregunta que el sí. Y eso, es violencia, lo sé por experiencia. También me pregunto: ¿Cómo encaja su realidad con la imagen del gay que le venden en TikTok -donde se pasa horas- o aquella que se ha impuesto como hegemónica dentro del colectivo gay? ¿Habrá encontrado alguna vez en estos espacios un modelo positivo de gay pobre, con diversidad intelectual y que sufre homofobia en su propia casa, que le pueda ayudar? Pienso que ni José María encaja en las expectativas que tenemos las personas docentes del alumnado LGTBIQ, ni los modelos que como sociedad ofrecemos a los jóvenes LGTBIQ son útiles para personas como José María -algunos de ellos son incluso negativos-.

 

Por otro lado, soy consciente de que estoy siendo espectador en primera fila de cómo los discursos pseudocristianos impactan en la vida de las personas. El discurso de odio de la novia evangélica del padre de José María se sostiene porque existen personas e instituciones que lo fomentan. Quizás escucha a Will Graham en YouTube, lee Protestante Digital, o asiste a una iglesia bautista o pentecostal donde se predica que familia solo hay una y no cincuenta y una. Pero también se sostiene gracias a evangélicos tolerantes, esos supermodernos y progres que miran a los fundamentalistas por encima del hombro, que dicen que no son homófobos porque estaría mal visto, esos intelectuales del cristianismo cuya teología no tiene nada que ver con la realidad, sino con frases y pensamientos que otros ya han dicho y que se limitan a repetir porque no tienen ni idea de cómo se llevan a la práctica. José María resuelve mejor que ellos los problemas reales que se le proponen,  él sabe que los autobuses nunca pasan cuando en teoría deberían pasar, y que esperar sentado a que pasen no te acerca ni un milímetro al instituto. 

 

 - Sí, José María, soy feliz, pero que no lo fuese no significaría que mi orientación sexual sea un problema. A ti, ¿lo que te hace infeliz es tu orientación sexual? 

 - Bueno, no, pero no tendría este problema con mi padre. 

 - Y si tratas de hablar con él y explicarle que no eres gay para hacerle daño, y que como él no puedes decidir qué personas te gustan. 

 - Tranqui profe, no te preocupes, él eso no lo va a entender.

 

Seguimos hablando los dos un buen rato -llego tarde a la reunión-, sé que le ha venido bien desahogarse, que necesitaba hacerlo. Pero también que las cosas no se resuelven solo con una conversación. José María es una persona que sufre diferentes violencias interconectadas entre ellas, haciendo que su vida sea más complicada que la de la mayoría de nosotros. La buena voluntad de quienes estamos a su lado no le va a servir de mucho, lo que necesita son leyes que impidan que tenga que vivir en una habitación de doce metros cuadrados, leyes que disuadan a quienes se escudan en la libertad de expresión para promover el odio y la discriminación hacia las personas queer, colectivos LGTBIQ más sensibles a la diversidad que recorre sus siglas, teologías más valientes para denunciar la utilización de la fe cristiana para discriminar a otras personas, comunidades cristianas que sin complejos se abren a reconocer y promover la diversidad, centros educativos que promueven la inclusión de la diversidad afectivo-sexual, la diversidad funcional, la intelectual… Lo que José María necesita son cosas tangibles que hagan que su vida sea como la del resto de mortales. Y en la medida que nos ponemos en el lugar de quienes están tratando de construir estas cosas, estamos ayudando a todos los José María que cualquiera de nosotros tiene alrededor.

 

Carlos Osma

 

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