No es cierto que el silenciamiento de las personas queer dentro de la mayoría de comunidades cristianas responda a la voluntad de negar nuestra existencia. Todas esas comunidades saben que lo queer siempre ha estado y estará presente dentro de ellas. Conocen nuestros nombres y apellidos desde que cantábamos en el coro infantil: «Yo tengo un amigo que me ama, y su nombre es Jesús», con el mismo ritmo que lo hubieran hecho los Village People. Por mucho que cuando una(s) década(s) después salimos del armario se hicieran las sorprendidas y nos dijeran: «¿Quién lo iba a decir? No se te nota nada». Y nosotras, como siempre, nos hiciéramos las tontas y respondiéramos: «No te preocupes cari, es que soy una pecadora rainbow que sabe mentir a las mil maravillas».
Si se quieren explicar las razones de
este comportamiento tan poco cristiano y tan mucho LGTBIQfóbico se pueden
escribir libros con los que decorar las estanterías de bibliotecas enteras,
muchos de ellos con verdades como puños, aunque para simplificar podemos decir
que la razón es que prefieren renunciar antes a nosotras que al literalismo
bíblico, en caso de los evangélicos, o a la moral sexual de un magisterio
manchado de pedofilia, en el de los católicos. Pero no es esto lo que creo que
para nosotres necesita una explicación, porque lo realmente sorprendente, al
menos eso dicen el resto de bitransmaricabollos que nos miran atónitas desde
fuera de las iglesias, es: ¿Por qué y para qué queremos seguir formando
nosotres parte de comunidades cristianas asociaciones fundamentalistas
LGTBIQfóbicas? O traduciendo la pregunta a un lenguaje más bíblico, más nuestro:
¿Por qué queremos al oír la trompeta, la flauta, la cítara, la lira, el
salterio, la gaita, y toda la música con la que adornan su teología del odio,
arrodillarnos y adorar a la estatua de treinta metros de alto por tres de ancho
que han construido los Fobicodonosores de la Verdad? Lo suyo sería ponernos Divas,
subirnos a nuestras plataformas, y sacar las Drags Sadrac, Mesac, y
Abed-negó que todas las que hemos pasado por la escuela dominical llevamos
dentro, para decirles: Nosotras no nos inclinamos ante vuestro ídolo, aunque lo
hagan otros, nosotras no. La diosa que adoramos, y que nos mostró Jesús de
Nazaret, nos librará del infierno en el que queréis meternos, y aunque no lo
hiciera, preferimos arder antes que arrodillarnos ante esa caricatura de
divinidad que habéis construido. Nosotras no.
Pero es que tampoco es esta la razón,
no somos heroínes, ni descerebradas a las que nos gusta que nos quemen vivas,
somos cristianas, aunque lo nieguen, nos ignoren, nos insulten. Somos
cristianes, nosotres sí. Pertenecemos a Jesús. Y lo que queremos no es que las comunidades
cristianas asociaciones LGTBIQfóbicas nos acepten y se transformen en un
espacio rainbow tan fundamentalista como siempre, o al menos no
deberíamos malgastar energías persiguiendo eso. Lo que hacemos es decir nuestro
nombre, reconocernos seguidoras de Jesús, aferrarnos al evangelio del amor y la
fraternidad que encontramos en los evangelios, y tratar de aplicarlo a nuestro
alrededor, y en nosotres mismes. ¿Por qué tenemos que callar? Lo que nos
constituye cristianes queer no es la lucha contra o por la iglesia, sino el
seguimiento de Jesús. No es demostrar a nuestras familias o excomunidades que
podemos seguir siendo cristianes aunque ellas digan que no, sino nuestra
respuesta a la llamada de Jesús. Entiendo que es complicado para las compañeras
de luchas bitransmaricabollos que no se consideran cristianas comprenderlo, y
de verdad que a nosotras nos duele el doble escuchar, ver, y sufrir la
LGTBIQfóbia de quienes se han erigido en portavoces de Jesús, en parte porque
en ocasiones esas personas han sido familiares o amigas. Y no queremos negarlo,
ni justificarlo, es odio lo que esas comunidades cristianas asociaciones
LGTBIQfóbicas lanzan contra nuestro colectivo. Pero nosotras no pertenecemos a
esas asociaciones LGTBIQfóbicas, nos lo han dicho de todas las formas posibles:
ya lo hemos entendido, aceptado, e incluso celebrado. Somos cristianas, nosotras
sí, como muchas otres, y condenamos al Fobicodonosor de la Verdad. Pertenecemos
a Jesús, con la ambivalencia de Simón Pedro a veces, pero pertenecemos a Jesús,
y es su seguimiento, el que nos trans-forma en cristianes.
Carlos Osma
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