La máxima de cualquier teología del papel de aluminio es la conservación, y su meta, envolver cualquier reflexión, principio, idea, institución, o identidad cristiana, en una finísima capa de este material para asegurar la inmutabilidad. En ocasiones se les va un poco de las manos y lo que envuelven en tan elástico papel plateado es el cerebro de los cristianos y cristianas que asumen como verdad revelada dichas teologías. Hay que reconocer su éxito, no hay más que mirar los principales medios de comunicación cristianos en castellano, pero de la misma manera deberíamos indicar lo contaminantes y cancerígenas que pueden llegar a ser. Después, proponer teologías más respetuosas con el medio ambiente, con nuestros cuerpos, con nuestras identidades. Teologías que nazcan, crezcan, mueran y se pudran, para dar lugar a otras nuevas y más significativas en los lugares donde logren renacer.
Es evidente que no podemos dejarlo todo, ¡ya nos gustaría a veces!, que el seguimiento de Jesús solo es posible desde lo que somos, y eso son un montón de identidades que nos configuran a todas. Pero en el momento en el que nos ponemos en camino, estamos diciendo que esas identidades no son inmutables, que en el seguimiento nos abrimos al cambio, a la transformación. El cristianismo es esencialmente trans, sin lo trans, no hay cristianismo. Y quienes pretenden envolvernos con sus teologías del papel de aluminio, lo que pretenden es que no nos movamos, que no respondamos a la llamada de Jesús. Por eso no son teologías cristianas, por muy bendecidas que estén por quienes manejan el cotarro de lo religioso. El evangelio, la buena noticia, es que podemos ser cambiadas, que no tenemos que asumir ninguna esencia, biología, naturaleza, o ley de dios. Asumir ser cristiana, es lanzar todo eso por el retrete, y abrirse a la transformación, dejándose guiar por el evangelio de Jesús.
Todo esto tiene también otra consecuencia para quienes reivindicamos los derechos de todas las identidades, y es que no podemos hacer fotos fijas de una identidad, no podemos caer en el error de envolver lo trans, lo gay, lo bi, lo queer, lo lesbico, lo +, en nuestro propio papel de aluminio, aunque sea de colores. No hay una meta de la identidad donde alguien nos espera para decirnos que lo hemos logrado, que eso es lo que somos, que ya nos hemos encontrado por fin… En el seguimiento de Jesús no hay papel de aluminio que valga, habrá veces que seremos más conscientes de los cambios, y otras menos, pero el seguimiento de Jesús, con la transformación que necesariamente trae consigo, es nuestra identidad fundamental.
No lo lograremos completamente, vamos a fracasar, si esa convicción es demasiado perturbadora para nosotros, mejor abandonarse a las teologías del papel de aluminio, porque con ellas al final si se vencerá y se alcanzará la meta deseada. Pero si optamos por no engañarnos, mejor aceptar que siempre habrá un sueño no realizado, una justicia no alcanzada, una caricia que nos gustaría volver a hacer, un abrazo pendiente. Siempre quedará algo que nos hubiera gustado ser, una mirada que nos hubiera gustado recibir, un perdón que no dimos, una forma de ser hombre o mujer que jamás nos atrevimos a explorar. Lo importante del seguimiento, es el camino y su compañía, aquello que sí hicimos, las identidades de las que logramos escapar, y aquellas otras que asumimos como nuestras porque nos hacían felices. Lo esencial es lo que vivimos, quienes amamos y nos amaron, pero también lo que logramos amarnos y perdonarnos. Ojalá que lo último que nos robe la muerte no sea el recuerdo de un versículo sobre cómo deberíamos haber sido, ni un suspiro, sino la voluntad de seguir viviendo, de seguir transformándonos mientras caminamos con el maestro. Y ojalá también, que la muerte no sea el último paso que demos junto a él.
Carlos Osma