Benditos los gatos persas, los siameses, los bobtail japoneses, los tonkineses y los monteses. Benditos los perros rottweilers, los bulldogs, los caniches, los pastores alemanes y los salchichas. Benditos los canarios, las cacatúas, los loros, los jilgueros y los papagayos. Benditas las tortugas, las iguanas, las cobayas, los hámster y los hurones. Benditos los caballos, las vacas, los burros, las gallinas y los cerdos. Benditos éstos y el resto de animales que nos acompañan, dice el sacerdote el día de San Antonio Abad.
Benditos los pantanos, los puentes, las plataformas petrolíferas y los diques. Benditos los palacios, los museos, los monumentos, las plazas y los ayuntamientos. Benditas las autopistas, las autovías, las carreteras nacionales y las locales, y los caminos que llevan hasta las ermitas. Benditas las catedrales, los conventos, los monasterios, las casas parroquiales y las capillas. Benditas las primeras piedras de los rascacielos, los grandes hoteles, los edificios de oficinas, las urbanizaciones, las casas unifamiliares y los edificios de viviendas. Benditas estas y otras construcciones humanas, dice el diácono cuando comienzan las obras.
Benditas las espadas, las flechas, las pistolas, los subfusiles, los lanzagranadas y las ametralladoras MG42. Benditos los soldados rasos, los sargentos, los cabos, los coroneles y los generales. Benditos los cazabombarderos, los submarinos de guerra, los tanques, los helicópteros apache, y los misiles GBU-43. Benditas las guerras santas, la Reconquista, las cruzadas, la conquista de América, las guerras de religión, la quema de brujas y la invasión de Irak. Benditos los Reyes Católicos, Mussolini, el régimen franquista, Jorge Rafael Varela, Obiang y el Valle de los Caídos. Benditas las armas, los ejércitos, las guerras y los tiranos, benditos quienes nos acercan al poder, han dicho papas, obispos, o capellanes castrenses de todos los siglos.
Benditas las monjas que robaban bebés a las madres que vivían en pecado, benditos quienes usurparon los bienes de los demás y los pusieron a nombre de la Iglesia Católica, benditos los sacerdotes que realizaron terapias de reconversión a homosexuales que acabaron por suicidarse, bendito el dinero que se depositó en las catatumbas del Banco Vaticano, benditos los obispos y arzobispos que silenciaron los abusos sexuales del clero, benditos los sacerdotes que abusaron de niños y niñas. Benditos los curas y las monjas que se opusieron a la liberación de la mujer, al derecho al aborto, a la eutanasia y al reconocimiento civil del matrimonio entre personas del mismo sexo. Benditas y benditos quienes sostienen con sus impuestos tanta bendición.
Benditos los maltratadores que se casan por la iglesia, benditos los matrimonios concertados, las bodas de divorciados y divorciadas que han pagado lo que conviene al Tribunal de Rota, bendito el matrimonio católico y romano de reyes y reinas ateas, benditos los dineros que han de depositar las parejas heterosexuales que quieren casarse en una iglesia. Bendita la boda de Franco y Carmen Polo, la renovación religiosa de votos matrimoniales de Mussolini y Rachele Guidi, el matrimonio de Pinochet y Lucía Hiriart, o la boda del genocida Robert Mugabe y la defraudadora Grace Ntombizodwa que ofició el arzobispo católico Patrik Chakaipa.
Hace unos días La Congregación para la Doctrina de la Fe aclaró que la Iglesia católica no puede bendecir la unión de dos mujeres o dos hombres que se aman porque «Dios no puede bendecir el pecado». Como en otras ocasiones que escucho mensajes de odio de esta u otras iglesias hacia sus hermanos y hermanas LGTBIQ, me vienen a la mente las palabras que proclamó el profeta contra quienes pervierten los principios morales de Yahvé; y las bendije: «¡Ay de los que a lo malo dicen bueno y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo… los que por soborno declaran justo al culpable, y al justo le quitan su derecho! Por tanto, como la lengua del fuego consume el rastrojo y la llama devora la paja, así será su raíz como podredumbre y su flor se desvanecerá como polvo, porque desecharon la ley del Señor y abominaron la palabra del Santo de Israel».[1]
Carlos Osma
Notas: