Aunque lo ponga en la Biblia


El teólogo Manuel Villalobos en una entrevista que le realicé hace unos meses dejó caer una frase que me descolocó: «La Biblia no dice nada». Para quienes hemos sido educados en entornos donde se enseñaba que la Biblia lo dice todo, el axioma de Villalobos podría ser demoledor. Tengo que reconocer que en mi caso no lo fue, hace años que siento cierta predilección por personas cuyas acciones y opiniones me invitan a replantearme los fundamentos sobre los que se sustenta mi fe. Así que, después del primer aturdimiento tras leer las palabras de Villalobos, me pregunté qué lugar ocupa la Biblia en mi forma de entender y vivir la fe cristiana.

Si soy sincero diré, que cuando escucho a alguien afirmar que cree en algo porque lo pone en la Biblia, pienso que está mintiendo. Nadie puede creer que Jesús es el camino, la verdad y la vida, porque lo ponga en el Evangelio de Juan. O condenar las relaciones homosexuales porque supuestamente así lo prescribe el libro del Levítico. No, no me trago a quienes gritan a los cuatro vientos que se sienten amadas por dios porque los evangelios así lo enseñan, ni a los que se oponen al aborto porque lo condena un versículo de no sé que capítulo de la Biblia. Decidir sin razón alguna, que un conjunto de libros escritos hace milenios son la norma bajo la que guiarás tu comportamiento, y juzgarás el de los demás, me parece tan absurdo como creer que las personas nacidas el treinta de marzo tienen una energía envidiable porque son Aries. Detrás de la importancia, del valor que tiene para nosotros la Biblia, siempre hay una historia y unas motivaciones previas que influyen en cómo la interpretamos y la utilizamos para justificar nuestros posicionamientos.

Lo cierto es que, aunque en los evangelios encontramos a Jesús apelando en varias ocasiones a las Escrituras, no recuerdo que ninguno de sus discípulos y discípulas lo siguieran, dejaran a sus familias, le rogaran un milagro, o reconocieran en él al Mesías, porque lo ponía en la Biblia. Tampoco creo que las parábolas de Jesús, que revelaban como era su Padre celestial, fueran menos importantes que otras de sus enseñanzas porque no las habían citado los Profetas, o no se encontraban en los Escritos ni en el Pentateuco. A decir verdad, quienes más usaban las Escrituras eran los fariseos y maestros de la ley, y lo hacían para tratar de desacreditar a Jesús y proteger sus tradiciones y estructuras socio-religiosas. Las seguidoras y seguidores de Jesús, quienes vieron en él la Palabra de Dios que les interpelaba, eran personas que por diferentes motivos sufrían una opresión y pusieron en él sus esperanzas para liberarse. Así que, si nos ceñimos a lo que encontramos en los evangelios, hay personas que se apropian de la letra de la Biblia para defender sus privilegios, y otras que tratan de seguir la Palabra de Dios para alcanzar la liberación. Para unas la Biblia dice una cosa, y para otras, algo totalmente diferente.

Puede que la hayamos leído por primera vez siendo ya adultos, o por el contrario, que en el babero que nos ponía nuestra madre para darnos la papilla hubiese un corazón enorme alrededor del versículo: Dios es amor. Sea como fuere, no estaría mal que nos planteáramos cuál es el motivo que nos lleva a utilizar la Biblia como guía en nuestra vida. Podría ser por ejemplo, la voluntad de ser fiel a una tradición que nos han trasmitido personas a las que queremos, y pensamos que si las cuestionamos podemos estar traicionándolas. También puede ser, que estemos cómodos con nuestra vida y nuestro entorno, que nos sintamos protegidos en el mundo que conocemos con la interpretación de la Biblia que nos han enseñado, y que tengamos miedo de hacernos preguntas que lo pongan todo patas arriba y nos dejen a la intemperie. O por el contrario, que hayamos sufrido carencias afectivas en la infancia y necesitemos una comunidad que nos dé el calor que nos ha faltado, por lo que estamos dispuestos a creernos lo que haga falta para seguir formando parte de ella. Quizás tuvimos algún tipo de adicción cuándo éramos jóvenes, o llegamos a sentirnos perdidos en algún momento, y ahora buscamos personas que nos guíen y límites que nos digan lo que debemos hacer. Podría añadir aquí mil motivos más que en mayor o menor medida condicionan nuestras lecturas, le dejo a cada lectora y lector que reflexione sobre los suyos -puede compartirlos en los comentarios, si quiere-; pero para acabar indicaré uno que me parece el más peligroso, y es el de aquellas personas que por alguna razón se han sentido ninguneadas, maltratadas, humilladas, y ahora sienten la necesidad de conseguir algún tipo de poder para controlar a otras personas, escondiéndose tras absolutos que nadie pueda rebatir. Y no hay mayor absoluto que lo que dios pueda decir, ni mayor poder que ser su humilde mensajero.

La Biblia no dice nada, y permite cualquier tipo de interpretación a partir de las motivaciones y experiencias previas de quien la interpreta. Además, a la gente es fácil conocerla por las lecturas que de ella hace, y cuanto más esconden sus condicionamientos tratando de imponerlas como verdaderas, más hacen el ridículo. Mi interpretación de los textos bíblicos nace -sobre todo- de una experiencia que va de la opresión a la liberación. Y la Biblia, o más bien, las interpretaciones que de ella se hacen, me resultan significativas, me interpelan, me cuestionan, me invitan a modificar la forma en la que vivo y me relaciono con los demás, si son liberadoras. El resto de lecturas y visiones que se apoyan en los textos bíblicos para oprimir a la gente, para controlarla, para hacerla sufrir en nombre de dios, para humillarla, para decirle lo que debe hacer… pues no me interesan, porque están basadas en las experiencias opresivas de quienes las hacen, no en la convicción de que el mensaje de Jesús es liberador. O mejor dicho, en la experiencia real y tangible de que el mensaje de Jesús se traduce en vida. Por eso, tampoco las impecables disquisiciones, las hermosas construcciones teológicas que generan debates infinitos, pero no tienen ninguna conexión con la realidad palpable, me aportan gran cosa.

Todas las lecturas tienen los límites propios que le imponen las motivaciones que las generan, no hay interpretaciones perfectas ni definitivas, y desde esa convicción nace el diálogo, el intercambio de perspectivas que a todas y todos nos pueden enriquecer y ayudar en nuestro día a día, que de eso se trata. Pero de las interpretaciones que lo que persiguen es deshumanizarnos hay que alejarse, no importa si son las ortodoxas, si son las que más venden, las verdaderas, o las que más seguidores tienen. Por respeto a la Biblia, o lo que es más importante, por respeto a los demás y a nosotros mismos, si de verdad creemos que dios puede decirnos algo a través de ella, hay que crear, imaginar, soñar interpretaciones que puedan ser llevadas a la práctica para que el dios liberador se haga presente entre nosotras. En mi opinión, solo ese tipo de interpretaciones son fieles al mensaje de Jesús, el resto son rehenes de otros intereses: aunque lo ponga en la Biblia.

 

Carlos Osma

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