Y del cielo, ¿qué?

Hace un par de semanas me preguntaron en el programa "El Té caliente" cómo entendía yo la trascendencia. El pastor John Miranda explicó que había recibido críticas sobre los mensajes de salvación centrados exclusivamente en el aquí y el ahora por ser semejantes a los que realiza cualquier ONG. Desde ese día sigo dando vueltas a esa pregunta, y me han surgido algunas más: ¿Al hablar de salvacion hemos de escoger entre trascendencia o inmanencia? ¿Olvidamos la trascendencia para que nuestro discurso sea más aceptable? ¿Nos centramos en el aquí y el ahora por falta de fe? ¿Se puede hablar de cristianismo cuando no hay esperanza de resurrección?

Algunos podrían pensar que las maricas no hablamos sobre trascendencia porque para nosotras la trascendencia es el infierno. Y por eso nos centramos en la inmanencia, en lo carnal, lo momentáneo y efímero, que es nuestro lugar natural. Nosotras no trascendemos, nuestros cuerpos queer habitados por la depravación, se aferran a lo terrenal. Y es desde esta conciencia, y también desde el sentimiento de culpa, que nos lanzamos a decorar el mundo, haciéndolo más habitable. Nuestras Ikea-teologías dan el pego a primera vista, pero tras el felpudo rainbow no se vislumbra el Reino de Dios, sino decorados diseñados por nosotras mismas para que quienes los visiten nos den su aprobación. Entre tratar de construir un mundo funcional y confortable, con toques de Feng shui, o elevarnos hacia una trascendencia en la que no nos espera nada bueno, las maricas inteligentes habríamos decidido quedarnos con la primera opción.

No digo que no debamos preguntarnos si hay algo de verdad en todo esto, pero sinceramente creo que hay pocas "desviadas" afortunadas que puedan poner su infierno en la trascendencia. Seamos sinceras, gran parte de quienes por cualquier razón no cabemos en los cánones de la diosa normalidad ya hemos pasado por él: no aceptación, percepción negativa de una misma, rechazo familiar, insultos, terapias, acoso, amenazas, agresiones, no reconocimiento de nuestros derechos, marginación.... Por esta razón hay personas que opinan que en realidad las maricas con ansias de sobrevivir tenemos tendencia a huir de la realidad, y estamos abiertas a la trascendencia más que cualquier otro colectivo. Queremos un cielo nuevo y una tierra nueva que no tenga nada que ver con la que tenemos ahora, y nos aferramos a la promesa de que "enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron" (1). Según este punto de vista, nosotras no andamos por el mundo como el resto de mortales, sino que más bien tratamos de levitar. No somos seres de carne y hueso, sino seres espirituales para los que la lectura de la Biblia, la meditación o la oración, son como chutes de helio que nos elevan hacia el más allá.

Personalmente pienso que la mayoría de las maricas tenemos serios problemas con el blanco y el negro, y que preferimos situarnos en zonas multicolor. Además, tenemos un temor irracional a permanecer quietas, supongo que por puro instinto de supervivencia. Es por esa razón que nuestra relación con lo inmanente y lo trascendente es más compleja que cualquiera de los tópicos reduccionistas anteriores. Hay días que nos ponemos zapatos con tacón de aguja para adherirnos mejor a la tierra, y otros que nos colocamos una corona y unas alas para tratar de llegar hasta el cielo. Hay veces que solo vemos lo que tenemos delante de nuestras narices, y otras que vislumbramos lo invisible. Hay días que dudamos de si somos cristianas, y otros que nos sentamos a tomar el té a las cinco con nuestro Jesús genderqueer. Sin embargo, sin negar que todo lo anterior nos ocurra alguna vez, la mayor parte del tiempo vivimos tratando de compaginar lo inmanente y lo trascendente, el aquí y el ahora con lo que está más allá del espacio y el tiempo que conocemos. Y no es fácil, cada una lo hacemos a nuestra manera, marcadas indudablemente por nuestra biografía, pero también por el entorno y las circunstancias que hoy nos envuelven.

Decía Dietrich Bonhoeffer que “Solo desde las profundidades de la tierra, solo pasando a través de las tormentas de la consciencia humana, se nos abre la visión de la eternidad” Únicamente desde el aquí, podemos vislumbrar el más allá, no hay cielo sin tierra. El Reino de Dios irrumpe cada día en las acciones de liberación que cada una de nosotras realiza en el mundo, y cuando abandonamos lo concreto, cuando decidimos no actuar ante el sufrimiento de otras personas, el nuestro, o el de la creación misma, para ir en busca del más allá, no estamos trascendiendo sino huyendo. Por lo que eso que vemos, aquello en lo que nos refugiamos llamándole esperanza, cielo, más allá, o cualquiera de las bellas palabras que se nos pueden ocurrir; no es la trascendencia y ni siquiera apunta hacia ella. La marica que no se esté rompiendo las uñas para acabar con la LGTBIQfobia que vive cada día, no sigue el llamado de Jesús, no abre espacio al Reino y es incapaz de intuir alguna cosa sobre la eternidad. 

Pero aunque nuestras propuestas de justicia para este mundo patriarcal, capitalista, contaminado, eurocéntrico, LGTBIQfóbico, clasista, racista (pueden ir añadiendo aquí todo aquello que debemos transformar), sean maravillosas e ideales, el Reino de Dios no lo vamos a traer nosotras. De la misma forma, aunque nos aferremos a la tierra y a la vida con todas nuestras fuerzas, habrá un día en el que la enfermedad y la muerte nos alcancen. La última palabra no depende de nosotras. Al final, como siempre, perderemos y seremos derrotadas. Desde ese convencimiento miramos más allá de lo que tenemos delante y nos abrimos a la esperanza de aquello que ni podemos imaginar. Esperanza de vida, de reencuentro, de reconciliación, de amor, de perdón, de lágrimas y abrazos. Esperanza de justicia para toda la creación de la que formamos parte. Después del final, aguardamos un nuevo comienzo, porque la injusticia y la muerte no pueden tener la última palabra, sino el Dios de amor y de vida que nos reveló Jesús de Nazaret.


Carlos Osma

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NOTAS:

(1) Ap 21,4.

(2) Bonhoeffer, D. 


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