Se quieren colar, te quieren robar

Ser gay y cristiano hace que a lo largo de la vida tengas que enfrentarte a experiencias de abuso por parte de quienes se otorgan para sí la posesión de la verdad. Y aunque con el tiempo aprendes a ver detrás de tanto dogmatismo el miedo y la inseguridad, eso no quita que las palabras hieran, y que seas consciente de que vives en un mundo donde hay gente, también cristiana, que pretende hacerte daño a ti y a tu familia. Personas que se creen autorizadas para entrar en tu vida y decirte desde su posición privilegiada, cómo debes vivirla o definirla correctamente. Gente que parece sentirse segura porque ocupa un lugar de poder, ese que les otorga la heteronormatividad, y que las capacita para repartirnos la aceptación o exclusión divina.

Hay personas, muchas personas, que quieren robarnos la juventud, el descubrimiento del propio deseo, el amor, el sexo, la pareja, los padres, los hijos: la vida. Y te dicen sin ni siquiera preguntar, que no existen los gais, sino prácticas sexuales entre personas (confundidas) del mismo sexo que dios califica de pecado. Ellos lo tienen todo, la heterosexualidad lo es todo, o al menos es el lugar privilegiado que tienen para atreverse a entrar sin permiso en tu vida para definirla. Son colonizadores de deseos, de cuerpos, de identidades a los que no les interesa para nada quienes somos, sino para qué podemos servirles. Y la historia deja claro que las colonizaciones dejan siempre víctimas y que se realizan donde existe la posibilidad de obtener algún beneficio. Así que algo deben tener nuestros cuerpos, algo necesitan de nosotras, si gastan tantas energías en intentar colonizarnos.

Vivir con la sensación de que has padecido un abuso, puede ser muy duro, y lleva a muchas personas a la depresión y el rencor. Estar convencido de que te han quitado personas, experiencias, sensaciones, que ya nunca podrás volver a tener, hace que las cosas más básicas, las que todos los demás dan por hecho, en tu caso las percibas amenazadas. Si te robaron la adolescencia, peleas para recuperarla y pones toda tu energía y dinero en que nadie te la pueda volver a quitar. Si te despojaron de la familia, vives pensando que la que ahora tienes puede desaparecer en cualquier momento. Si te usurparon durante años el placer sexual, cada día necesitas recobrar el tiempo, y el sexo, perdido. Si te arrebataron que pudieras expresarte como la mujer o el hombre que eres, ahora necesitas que todo el mundo te reconozca como tal.

Solo quienes lo han tenido todo sin necesidad de luchar siempre, tienen una verdadera sensación de posesión. Ese sentimiento no cae del cielo, sino que se otorga únicamente a quienes forman parte de lo que ellos llaman “normalidad”, pero que a nosotros nos parece “inhumanidad”. Y por mucho que algunas personas gais pretendan formar parte de este club, y se autoengañen pensando que sus bíceps, su bigote, o sus sujetadores con puntilla, les otorgan el derecho a ser admitidos, están perdiendo el tiempo y la energía. Quienes están dentro, nunca han luchado por estarlo, es su lugar, su hábitat, su hogar. Lo nuestro son los márgenes, lo exterior, lo que necesita de una protección especial y permanente para no ser invisibilizado, atacado o eliminado.

Cuando las personas gais nos identificamos como cristianas, cuando sentimos que el mensaje de Jesús también nos interpela y estamos decididas a integrarlo en nuestra vida en los márgenes, el poder heteronormativo se siente amenazado y no duda en defenderse, intentado arrebatarnos aquello que únicamente puede ser vivido en el templo de la “normalidad”. Y así nuestra experiencia como cristianos gais acaba siendo de nuevo una reacción ante ese intento de robo, aferrándonos a una fe que se desarrolla milagrosamente en los márgenes. No leemos la Biblia, vamos a la iglesia, o hablamos de Jesús, como lo hacen quienes siempre han tenido la seguridad de que la Biblia, la iglesia y Jesús, eran para ellos. En nosotras, ha habido una lucha, una batalla campal para integrar en nuestra vida todas estas cosas. Una batalla que no ha acabado y que cada día nos obliga a seguir luchando contra quienes quieren arrebatárnoslas.

Jesús se dirigió a los escribas y fariseos en una ocasión y les dijo: “por dentro estáis llenos de robo y de injusticia”[1]. Y es que, quizás porque leo desde uno de los márgenes, tengo la convicción de que el movimiento de Jesús no formó parte de “la normalidad”, y que ese sentimiento tan nuestro de tener que defenderte de quienes se creen autorizados para entrar dentro de ti y robarte todo lo que eres y tienes, es profundamente evangélico. No tengo que preguntarme si se puede o no ser seguidor de Jesús desde los lugares de poder, sobre todo cuando se ejercen contra la dignidad y la vida de otras personas, hace tiempo que respondí esa pregunta. Pero sí cómo es posible vivir desde los márgenes, y con las heridas sufridas tras tantos robos por parte de personas que dicen ser cristianas, el evangelio. Quizás comenzando por no querer tener la seguridad de poseerlo todo, ni siquiera la verdad, posiblemente no aferrándonos al deseo de experiencias que nos fueron usurpadas, o a lo mejor intentando que los márgenes sean espacios de vida abundante para las personas que cada día, como nosotros, son expulsados hacia ellos.

Mirar constantemente hacia atrás, o dentro de uno mismo tratando de decorar aquellos vacíos que nos recuerdan los abusos padecidos, es otra forma de dejarse robar, de permitir que nos sigan teniendo a su merced, de dejar la puerta abierta para que, como siempre, se nos cuelen dentro. La mejor medida de seguridad ante tanto ladrón obsesionado con nosotros, es poner las energías en vivir hoy de la forma más intensa posible. Esa es la manera de guardar las distancias, de construir muros de protección que les hagan imposible acceder hasta nosotros. La mejor alarma que nos avisará cuando estemos en peligro, o el mejor perro guardián que morderá a quienes pretendan colarse en nuestra vida sin permiso.

Hay que estar absolutamente determinados a no dejarnos hurtar nada más, a menos que nos hayamos abandonado al victimismo. Lo que pasó ayer es imposible cambiarlo, pero dejarnos arrebatar hoy alguna cosa más depende en gran parte de nosotros. Tenemos un ejercito de cristianos homófobos acampando alrededor nuestro, sí, eso es innegable. Pero si las fuerzas que tenemos las utilizamos en aprovechar la vida hoy, no temerá nuestro corazón, y podremos vivir confiados en quien es nuestra luz y nuestra salvación.


Carlos Osma

 

Si quieres saber dónde conseguir el libro, 

haz un click sobre la imagen:

 

 

 

Correo electrónico: homoprotestantes@gmail.com

Sígueme en mi página de Instagram:@blogcarlososma

Sígueme en mi página de Twitter: @blogcarlososma

Suscribirte a mi canal de Telegram: Blog Carlos Osma



Notas:



[1] Mt 23,25
















Entradas que pueden interesarte

Haz clic en la imagen para saber dónde encontrar:



El Discípulo Que[er] Jesús Ɐmaba

Una lectura original e innovadora de las siete escenas del Cuarto Evangelio donde aparece El Discípulo Que[er] Jesús Ɐmaba. Un libro que toda persona debiera leer porque presenta una forma de seguimiento de Jesús alternativa a las que tanto sufrimiento y muerte han provocado.



Solo un Jesús marica puede salvarnos

Tras este título provocativo e inovador, encontramos una selección de artículos en los que el autor nos invita a dejar atrás las lecturas fundamentalistas de la Biblia con las que se pretende oprimir a las personas LGTBIQ, para buscar otras que sean liberadoras.



Only a Faggot Jesus can save us

If Jesus did not represent a gay or a lesbian person, if he did not represent a trans or bisexual person and many more, then, he is not a Jesus who could save and make us happy. If he excludes even one person, he cannot save anyone.