Refugiarse en el evangelio


Los cristianos son peligrosos, al menos para las personas LGTBIQ, parece que cual vampiros necesitan de nuestra sangre para poder seguir viviendo. Somos su objetivo, su presa más preciada, vienen a por todas nosotras, no importa si somos maricones con plumas de infinitos colores, u honorables hombres gais de negocios. Les tiene sin cuidado si anunciamos a bombo y platillo que somos lesbitransfeministas, o respetables esposas de machos de toda la vida a los que engañamos con la vecina de enfrente. La última cruzada de cristianas y cristianos pasa por reventarnos el cerebro a todas, reseteárnoslo y convertirnos en trofeos que mostrarán en sus iglesias o revistas, y que servirán para reforzar su ideología criminal. 

No nos engañemos, no son seguidores de un mesías que habla de amor y de ponerse al lado de las excluidas, su evangelio no tiene nada que ver con locuras de este tipo. En el fondo sus obras de caridad son pura estrategia para imponer su agenda política y defender sus intereses. Unos intereses que en la actualidad pasan por nuestros cuerpos, por hacer saltar por los aires la responsabilidad que tenemos sobre ellos, impidiendo que vivamos con la absoluta seguridad de que lo que nos hace mujeres u hombres no es una vagina o un pene. Vienen a por nosotros, a destrozarnos la vida porque sí, porque nos odian. Les producimos rechazo, asco, y un profundo miedo: nuestra esencia es la mayor amenaza a su ideología criminal. Y ellas y ellos lo saben, así que no nos dejemos engañar por falsas palabras de amor, ni asustar por discursos de odio, salgamos corriendo y pongámonos a salvo: vienen a por nosotras. 

Los cristianos son peligrosos, han abandonado el mensaje del evangelio para abrazar el de la LGTBIQfobia. No quieren ayudarnos, ni apoyarnos y mucho menos amarnos, su clara voluntad es destrozarnos la vida hasta que no podamos más y nos lancemos al vacío. Son como perros de presa, que huelen nuestra sangre, esa que compartimos con algunos de ellos. Pero mejor no les enseñemos las heridas, no tendrán compasión, nos prefieren antes muertos que maricas. No salgamos a defender su estrategia porque como nosotros son cristianos, no saquemos la cara por ellos, no minimicemos sus víctimas e intentemos entenderlos. Mejor no colaborar de ninguna forma con estos criminales y asesinos. Vayámonos bien lejos, y quitémosles la careta ante el resto del mundo.

Si el cristianismo ahora es eso, nosotras no somos cristianas, únicamente seguidores decididos de Jesús. Y la mejor manera de alejarnos de las posiciones cristianas diabólicas es refugiándonos en el evangelio. Allí no pueden venir a por nosotras porque están en territorio enemigo. Su odio, su miedo y su ignorancia, quedan al descubierto frente a la cruz de Jesús. Pero tengamos cuidado y no nos refugiemos en el evangelio que han tergiversado a su conveniencia, haciéndonos creer que la buena noticia es únicamente heterosexual, cisgénero, blanca, y patriarcal. No caigamos en su red, porque después de habernos cazado, nos arrancarán el corazón para hacernos como ellos. El evangelio de Jesús está muy lejos del suyo, así que hagamos una carrera de tacones en dirección contraria para poder encontrarlo. Sabremos que hemos topado con él cuando ya no tengamos temor, porque el amor echa fuera el temor, y el evangelio es sobre todo eso: amor.

Afrontemos la realidad, tenemos enemigos. Nosotras no los hemos escogido, ni hemos hecho nada para que nos odien, pero lo hacen. Y muchos de ellos son cristianos que trabajan todos los días para que nuestra existencia sea lo más complicada posible. Desean que suframos para que ese sufrimiento acredite que su ideología está en lo cierto. Esperan que muramos de cualquier enfermedad lo antes posible para explicar que la paga del pecado es la muerte. No importa que sean nuestros hermanos, madres, o amigos de toda la vida: anhelan sobre cualquier otra cosa que fracasemos en nuestro intento de ser felices. Y dicen que hacen todo esto en el nombre de dios, refugiándose en un evangelio que no tiene nada de buena noticia. Ser consciente de todo esto hace daño, sí, pero no sobreviviremos lamiéndonos constantemente las heridas.

Mejor observemos sus vidas, cómo funcionan, cómo se relacionan con los demás y cómo se enfrentan al mundo. Así nos daremos cuenta de que no queremos la vida que nos proponen, esas vidas llenas de odio que nos resultan tan tristes e insustanciales. No queremos las vidas de quienes piensan que las suyas son las únicas posibles, porque para nosotras son un enorme castigo. Esas vidas que dicen ser cristianas, es posible que lo sean, pero que dejen de torturarnos con ellas. No las queremos, tenemos las nuestras que seguro son imperfectas, pero son reales, y las únicas con las que podemos seguir a Jesús sin engañarnos a nosotros mismos. Los cristianos son peligrosos, no lo dudemos ni un momento y pongámonos a salvo alejándonos de ellos. Allí comienza el evangelio para las personas LGTBIQ.


            Carlos Osma






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