Esclavos del Señor
“Toda la congregación de Israel le
dijo a Roboam: Tu padre agravó nuestro yugo. Alivia tú ahora algo de la dura
servidumbre de tu padre y del pesado yugo que nos impuso, y te serviremos”[1].
Si preguntamos quién construyó el Templo
de Jerusalén, cualquier persona que conozca mínimamente la Biblia nos
responderá que fue el rey Salomón. No es que hoy en día tenga demasiado valor
conservar en la memoria esta información, porque basta buscar en Google y en
menos de cinco segundos tienes la respuesta: “El Primer Templo fue
construido por Salomón” nos dirá Wikipedia, “El Primer Templo fue
construido en el siglo X aNE por Salomón” afirmará una y otra vez cualquier
página que consultemos. Pero la verdad es que lo construyeron treinta mil
israelitas[2]
que sintieron lo que el texto con el que he empezado refleja: que estaban
siendo oprimidos para construir un templo que paradójicamente se dedicaba al dios
que los liberó de la esclavitud.
Buscando un poco más de información en la
Biblia sobre dicha construcción, sorprende saber que de estos trabajadores
setenta mil llevaban las cargas, y ochenta mil eran cortadores en el monte[3].
No hace falta ser matemático para percatarse de que las cuentas no cuadran, y
que setenta mil y ochenta mil hombres no dan los treinta mil israelitas a los
que Salomón había obligado a realizar la construcción. Así que uno se pregunta: ¿quiénes eran esas decenas de miles de personas de más que tuvieron que
construir el Templo? La respuesta puede descolocarnos un poco: esclavos. Sí, eran
personas tan esclavas como las que movieron el corazón de dios en Egipto y
fueron liberadas. Debe de ser duro ser el esclavo de un dios liberador. Creo
que incluso más que de uno opresor, porque cuando uno ya no puede confiar en
los dioses liberadores, entonces solo le queda la resignación o la
desesperación.
Todo esto me ha hecho pensar en el dios
que nos liberó a los cristianos LGTBIQ. Sí, ese que nos dio la valentía que no
teníamos, las fuerzas, y las razones, para romper con el chantaje de la
heteronormatividad, con la imposición de un género que no es el nuestro, o con
la manera correcta de expresarnos para ser tomados en serio. Ese dios por el
que dejamos todo atrás y nos lanzamos a la consecución de la justicia, de la
dignidad para todas, del respeto a la diferencia, de la vida sin corsés ni
camisas de fuerza. Y me pregunto si corremos el riesgo de haber caído de nuevo
en la esclavitud, obligados a construir a nuestro dios liberador un templo para
que pueda descansar. Un templo que sirva también para que la memoria de nuestro
Salomón particular sea recordada para siempre. No creo que sea una pregunta estúpida,
ni que seamos únicamente las personas LGTBIQ quienes nos la tengamos que hacer.
Si hemos crecido rodeados de personas que eran verdaderas esclavas del dios
liberador sin ni siquiera percatarse, ¿qué nos hace estar tan seguros de no
estar corriendo la misma suerte?
Como cristianos, si hay un templo donde descansa
nuestro dios, ese es Jesús. No en un edificio de piedra o en una institución. Espero
que no se me malinterprete, no quito ningún valor a las comunidades cristianas,
todo lo contrario, pero lo que hace que en ellas resida dios mismo, es que el
evangelio sea su centro. Cuando nos sentimos oprimidos por un dios liberador,
es porque quizás estamos construyendo un templo diferente de aquel que fue crucificado
para darnos vida abundante. Porque Jesús no necesita esclavos que lo
construyan, que hagan de él un templo aceptable, sino que es él mismo el que
nos construye a nosotros, liberándonos y dándonos vida. Ese es el lugar donde
dios reside, donde podemos encontrarlo, donde las personas LGTBIQ vivimos y
compartimos la buena noticia con otros seres humanos.
Dice el evangelio que una vez que Jesús
estaba frente al Templo de Jerusalén, les dijo a sus discípulos: “¿Veis todo
esto? De cierto os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea
derribada”[4]. Y
sin embargo, ¿cuántas veces nos descubrimos esclavizados intentando que no se
caiga abajo? Hay muchos templos que necesitan de seres humanos humillados, utilizados,
despersonalizados y heridos, para poder seguir en pie. Pero ese no es el templo
de Jesús, aunque en él resida el dios que se autodefine como liberador. Nuestro
templo es Jesús, un Jesús marica donde dios padre-madre se hace presente de una
manera totalmente nueva. No es un gran templo, como aquel con el que Salomón
mostró al mundo su poder, tampoco es fácil de localizar, ya que muchas veces lo
confundimos con nuestros propios deseos, ni siquiera es hermoso, porque es en
lo vil donde se hace presente. Pero es el único que puede hacer de nosotras
personas realmente libres. El único que nos reveló a un dios de amor al que le
conmueve de verdad la opresión de su pueblo, y está decidido a actuar para
quitarles ese pesado yugo.
Carlos Osma
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