Populismo, política, miedo y cristianismo
A mí el concepto de políticos cristianos me da repelús, y
jamás se me ocurriría votar a un partido político que pretendiese amoldar la
Constitución y la democracia a su particular lectura de la Biblia. Sé que en
otros lugares se vive de manera diferente, pero en Europa tenemos cierta
alergia a este tipo de propuestas, ya que la experiencia histórica no ha sido
buena. Por otra parte, como la mayoría de políticas
cristianas están basadas en reafirmar los derechos de los hombres
heterosexuales blancos, ricos y conservadores, un hombre gay como yo las vive
como una amenaza. Y finalmente opino que, si la estrategia más evangélica de
transmitir las buenas noticias de Jesús pasase por tener el poder político
suficiente para poder imponerlas, Dios mismo hubiera hecho nacer a Jesús en
casa del Emperador César Augusto.
Parece ser que el
movimiento evangelical no piensa de la misma forma que yo, y ya es
oficial que su estrategia pasa por llegar a los Parlamentos de los respectivos
países, no para exigir respeto por sus convicciones religiosas, sino para imponer
al resto de la sociedad su visión machista, heteronormativa y contra los
derechos reproductivos de las mujeres. Estos son solo algunos ejemplos, aunque tampoco
podría añadir muchos más, porque la hoja de ruta de las políticas evangelicales
tiene que ver con decir a las personas que pueden (o sobre todo, no
pueden) hacer con su vida, limitando la libertad individual. Su otro campo de
batalla es la educación, en realidad preferirían que sus hijos aprendieran
geografía, historia, sexualidad o biología en la iglesia, y que la Biblia fuese
el único libro de texto. Pero como (todavía) no pueden imponer a todo el mundo
la obligatoriedad de asistir a la iglesia, se desviven por intentar erradicar
de los centros educativos, todo aquello que tenga que ver con potenciar la
capacidad crítica, el respeto a la diversidad, la posibilidad de hablar de
cualquier cosa… Lo hacen por salvar a sus hijos e hijas. O eso dicen, porque es evidente que se trata
de cobardía, de miedo a que sus hijas tengan la oportunidad de escoger un mundo
que no es el suyo… Dicho de otra forma, quieren impedirles la elección libre del
evangelio. Y sin libre elección, podemos estar hablando de Verdad (esa que
conocen por saber leer al pie de la letra), pero no de evangelio.
Lo que resulta más
incomprensible, o según como se mire lo que muestra la esencia del evangelicalismo, son los compañeros de
viaje que ha escogido para alcanzar lo antes posible sus fines. En Estados Unidos,
por ejemplo, se ha aliado con Donald Trump, del que todo el mundo conoce sus affaires con prostitutas a cambio de
dinero, que llamó animales a personas inmigrantes indocumentadas, o que ha
realizado tuits con insultos racistas a varias personas afroamericanas diciendo
que tienen un bajo coeficiente intelectual. En Brasil ha llevado a la presidencia
a Jair Bolsonaro, que se ha posicionado a favor del libre comercio de armas, de
la tortura, que reconoce haber fallado con su cuarto hijo porque le salió
mujer, y que piensa de las personas que viven en las quilombas (comunidades de afrodescendientes) no sirven ni para
procrear. Y podríamos seguir con las bancadas evangelicales en otros países de América, pero para no alargarme
acabaré con un toque humorístico (si no fuera por el patetismo que conlleva) y
me fijaré en la (gracias a Dios) irrelevante comunidad evangelical española que, en su medio de comunicación por excelencia,
Protestante Digital, da cobertura
mediante una entrevista a un partido populista de ultraderecha, antiinmigración
y antiislam como VOX.
Parece evidente que el evangelicalismo ha escogido el miedo como
motor de cambio social. Hablaba con una amiga que vive en Sao Paulo y me
comentaba que había sido el miedo por la inseguridad ciudadana que se vive en muchas
ciudades de Brasil el que ha llevado a Bolsonaro a la presidencia. También fue el
miedo a las minorías el que llevó a la América blanca a votar por Donald Trump.
Miedo a quedarse sin trabajo, a que se lo quite un extranjero. Miedo de la minoría evangelical
española a ser ninguneados, ignorados hasta la saciedad por los poderes
políticos. Miedo a que los valores tradicionales no sean los hegemónicos. Miedo
a que sus hijas se conviertan en feministas lesbianas porque se lo inculquen en
el colegio. Miedo a que un cristiano no pueda verbalizar libremente sus
posiciones machistas o tránsfobas. Miedo a que occidente pierda su identidad cristiana.
Miedo, miedo y más miedo… Los evangelicales
se sienten atacados y tienen miedo. Por eso se han revuelto y han decidido
defenderse con uñas y dientes.
No comparto la idea de
quienes consideran que el cristianismo debe ser apolítico… Sé que es posible
vivir la fe cristiana como una evasión, como esperanza en un más allá que no tiene
conexión real con el mundo, ni capacidad de trasformarlo. Pero no tengo muy
claro que estas visiones cristianas de la evasión puedan sostenerse con el
evangelio. El cristianismo es político porque habla de una implicación en la
vida real de las personas para dignificarlas, y también de la naturaleza para
protegerla. Pero me niego a creer que sea el miedo quien deba fundamentar sus
políticas. Como cualquier otra dimensión, debe estar relacionada con al
acontecimiento de la cruz y la resurrección de Jesús. Y allí se nos revela un
Dios que sufre por la injusticia, un Dios que no es abstracción, sino que se deja
entrever en un ser humano marginal e incómodo que intentó dignificar y liberar
a otros seres humanos, pero que fue crucificado por un poder que se sintió amenazado
por él. Frente a esta injusticia, la cruz no llama al resentimiento, a levantar
muros para protegerse; tampoco a la imposición política de la fe cristiana, sino
a la esperanza. Pero no a nuestra esperanza, sino a la esperanza de Dios. Porque
el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús nos abre al futuro y a la vida, a
levantar de las tumbas a quienes son injustamente tratadas, a la solidaridad, a
la paz y al respeto a toda la creación. Quizás estos principios nos puedan
llevar a aproximarnos a diferentes posicionamientos políticos, pero son
incompatibles con aquellos otros que no respetan los derechos de todos los seres
humanos y son insensibles a la diversidad en la creación divina.
Las políticas que nacen
del evangelio, son políticas fundamentadas en la esperanza. Y son solo estas
políticas las que pueden dar respuesta a la complejidad de nuestras sociedades.
Son políticas alejadas siempre de los populismos, porque son incómodas, porque a
todas y todos nos hacen perder un espacio de privilegio para compartirlo con
otros seres humanos. No viven de las encuestas, ni del resentimiento, ni del
poder de convicción de los medios de comunicación. Tampoco del miedo, ni de la
esperanza en construir un mundo que funcione bajo los principios morales que
los evangelicales consideran
cristianos. Viven de la esperanza concretada en cada acción de liberación y dignificación
en nuestros prójimos, y en quienes consideramos que no lo son.
Nos toca ahora levantarnos
contra los populismos evangelicales
para desenmascararlos como populismos del miedo, no del evangelio. Me alegra
saber que hay movimientos cristianos en todo el mundo que se atreven a
denunciar las políticas evangelicales que
se han unido a la ultraderecha, como políticas que atentan contra la dignidad
de los seres humanos, contra el evangelio. Vivimos tiempos convulsos, donde muchas
personas quieren creerse las recetas simplistas de los populistas, y donde los evangelicales no ven otra salida a sus
propuestas trasnochadas que aliarse con líderes políticos ultraconservadores. En
vez de ir hacia el precipicio, hacia la autodestrucción, debemos invitarles a
que pongan de nuevo su mirada en la cruz para reorientar sus posiciones. Hay mucho
dolor y sinsentido en la cruz, pero allí se nos revela de forma clara cuál es
la única manera de transformar nuestro mundo: con esperanza encarnada en
quienes no cuentan, para conseguir un mundo de iguales en la diversidad, que
respete toda la creación.
Carlos Osma
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