¿Figuritas de porcelana? Mejor un geyperman
Que la ignorancia es
atrevida quizás justifique afirmaciones, artículos o manifestaciones varias
contra la educación sexual inclusiva en los centros educativos. O, más bien,
contra lo que los grupos de (re)presión conservadores (mal)llaman ideología de
género. “Estamos preocupados por la
educación de nuestros hijos”, “solo aceptamos lo que dice la ciencia, que se
nace hombre o mujer, que no se nace neutro”, “no queremos que miembros del
lobby LGTBIQ adoctrinen a nuestros hijos en las escuelas”, etc., etc.… Estos
son algunos de los comentarios que se escuchan de padres y madres que, hasta
ahora, pensaban que preocuparse de la educación de sus hijos e hijas era
llevarlos al colegio, que la última vez que abrieron un libro de ciencia Plutón
era considerado un planeta del Sistema Solar, y que serían incapaces de
explicar que significan las siglas LGTBIQ, y mucho menos poner una cara
conocida a cada una de estas siglas.
Cuando era pequeño en la
habitación de mis padres había unas figuras de porcelana decorando la cómoda.
La verdad es que no recuerdo exactamente si fue un regalo que les hicieron en
su boda, pero para mi madre eran como un tesoro. Jamás llegué a comprender esos
gustos tan delicados de mis padres al decorar su habitación. “Se mira, pero
no se toca” me decían, aunque en principio no se me pasaba por la cabeza
tocar aquellas, para mí, espantosas porcelanas. En la mesita de noche de mi
habitación yo ponía mi geyperman[1]
después de haber estado jugando con él todo el día. Era mi juguete preferido.
Tenía unos músculos que me encantaba tocar, una barba estupenda y, a veces, le
ponía las mallas de las muñecas de mi hermana para que le estilizaran sus fibradas
piernas. Mi geyperman, a diferencia de la porcelana de mis padres,
soportaba cualquier contratiempo, e incluso cuando lo montaba en su coche y lo
lanzaba contra la pared imaginando un accidente terrible, o lo tiraba por las
escaleras pensando que se despeñaba por un precipicio, jamás se hacía un
rasguño. ¿Quién quería unas delicadas figuras de porcelana en su cómoda
pudiendo tener un geyperman a prueba de bomba?
Traigo esta historia a
colación porque siempre he tenido la sensación de que las personas LGTBIQ nos
parecemos bastante a ese juguete que tenía de pequeño. Mostrando músculo o sin
tener ninguno, con corbata o mallas de muñeca, con bigote o sin él, nuestra
vida ha recibido tantos golpes como los que padeció mi geyperman. Golpes
que nos podrían haber destrozado para siempre: insultos, agresiones, negación,
caricaturización, rechazo familiar… Y no diré que estamos nuevas, pero sí que
ha quedado muy claro que nuestra identidad no hay dios que la cambie. Será que
estamos hechos de plástico duro, pero toda la presión que la heteronormatividad
ha intentado poner sobre nosotras, nos ha podido hacer mucho más difícil el
camino, ha podido encerrarnos en un armario, enfermarnos, o a algunas lamentablemente,
les ha podido llevar a la muerte; sin embargo nuestra identidad LGTBIQ se ha
mantenido inalterable.
Pero cuando veo la forma con
la que algunos colectivos pretenden proteger y afirmar la superioridad de la
heterosexualidad o de las personas cisgénero[2]
(por poner dos ejemplos) en los centros educativos, me acuerdo de las
aburridísimas figuras de la cómoda de mis padres. ¿Qué tendrá la
heterosexualidad o el binarismo de género para necesitar tanto cuidado? ¿Será
que están hechas de porcelana a diferencia del plástico duro con el que estamos
construidas las personas LGTBIQ? Si no sirvió de nada toda la presión que
recibimos desde pequeñas para que nuestra identidad disidente fuera reorientada
a lo que la santísima heteronormatividad consideraba divino: ¿explicar
diversidad sexual y de género acabará con las personas heterosexuales y
cisgénero? ¿De verdad que, si le decimos a una niña heterosexual que también
existen niñas lesbianas, está se lanzará en brazos de la peligrosísima mujer
que ha venido a su colegio para enseñarles diversidad sexual? ¿Alguien
realmente cree que su hijo querrá ser una mujer si le explicamos que sus
genitales no determinan que sea un hombre? ¿Tan sensible e inestable es la
heterosexualidad? ¿Tan maleable es la identidad género? A mí tanto miedo e
inseguridad me parece extraño. Y tanta utilización de menores para imponer una
mirada tan estrecha de la realidad me parece obsceno.
Una tarde que mis padres no
estaban, mi hermano se subió a una bicicleta, se puso una capa y empezó a dar
vueltas por toda la casa mientras mi hermana y yo le perseguíamos. El último
lugar al que entró montado en la bici fue la habitación de mis padres, y con la
capa que llevaba tiró una de las figuras de porcelana al suelo rompiéndola en
pedazos. La figura era horrible, pero quedó todavía peor cuando la recompusimos
intentando pegar los trozos con harina y agua a falta de pegamento. Después me fui
a mi habitación a jugar con mi geyperman
y a esperar que mis padres volvieran a casa y no descubrieran el destrozo. Mi
esperanza se truncó rápido, y tras el castigo (in)merecido, vi como mi madre tiraba
a la basura la figura que tanto nos había costado reconstruir. Y es que, la
porcelana, a diferencia de mi geyperman
el día que perdió una pierna y se la pegué con un trozo de celo, o está intacta
o pierde todo su valor.
Parece ser que hay gente
que entiende la heterosexualidad y la identidad de género como una figura de
porcelana. Pero lo que necesitan niñas y niños es poder expresarse, jugar y vivir.
Y todo esto no se lleva bien con figuritas tan frágiles. La mejor forma de
protegerles y evitarles sufrimientos absurdos, es permitiéndoles que se
muestren tal y como son en un ambiente de respeto. Las diversas identidades son
de plástico duro, resistentes a toda coacción. Pero es responsabilidad de los
adultos que esas identidades puedan vivirse de forma positiva, integradora y
respetuosa. Quienes quieren imponer una ideología de la exclusión en las
escuelas son un peligro, una amenaza. Qué se pregunten de donde vienen sus
miedos e inseguridades, en vez de intentar trasmitírsela a nuestras hijas e
hijos.
Carlos Osma
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