La amenaza de la desesperación


Iba a empezar diciendo que respeto a quienes entienden el cristianismo como desesperación. Me refiero a los que creen que la vocación que han recibido consiste en hacer que la fe se mantenga como siempre fue, sin cambio, sin transformación, sin vida. Pero estaría mintiendo, porque en el fondo tengo la certeza de que los embalsamadores del evangelio son el peligro más importante al que se enfrenta hoy el cristianismo.

Ni secularismo, ni ateísmo, o ni ningún otro ismo… La fuerza que actualmente amenaza de muerte la fe cristiana, es otra fe, que también se llama cristiana, pero que no convierte a los seres humanos en seguidores de Cristo, sino de una ideología neoconservadora que aliena a los seres humanos haciéndoles creer que poseen la verdad. Además, los transforma en una especie de robots sin empatía hacia el prójimo, cuya única finalidad reside en la conversión de los “no creyentes” a su cristianismo de la desesperación.

Pienso que la amenaza debe ser tomada en serio, porque este tipo de cristianismo no ha venido aquí para compartir espacios con otras maneras de entender la fe. Ha venido a destruirlo todo, a imponerse a toda costa, a hacer desaparecer a quienes piensan diferente. Y es difícil encontrar una respuesta certera que esté a la altura de la amenaza, porque hasta ahora se había resistido frente a otras fes cristianas que, aunque cercanas, no las reconocíamos como hermanas. Hoy son iglesias, comunidades, amistades con las que se comparten instituciones comunes, quienes a todas luces se han alejado del seguimiento de Jesús y predican otro evangelio. Un evangelio sin gracia, sin capacidad real de traer salvación. Y si al principio se creyó que lo mejor era respetar el camino que cada iglesia cristiana había tomado, y tratar de tener una convivencia lo más fraternal posible, hoy parece evidente que urge desenmascarar esta ideología pseudocristiana que confunde el evangelio con una moral decimonónica, y espiritualiza a Jesús de tal forma que cuesta encontrar alguna similitud con el que aparece en los evangelios.

Creo que la manera más honesta de actuar, es dejar de tomar una postura defensiva, intentando amoldarnos a los espacios que esta ideología deja para sobrevivir. Su voluntad real, es acabar con el evangelio, con la apertura, con la duda, pero sobre todo: con la esperanza. Hay que denunciar, aunque sean personas con las que hemos compartido una gran parte de nuestro camino cristiano. Hay que levantar la voz, decir que eso no es cristianismo, que es cobardía, ignorancia; que es miedo, inseguridad. Una huida y una renuncia total a la posibilidad de construir el Reino de Dios, un reino de iguales en libertad. Hay que llamarlos al arrepentimiento, mostrando que el cristianismo sin esperanza no es posible. Que la esperanza, esa que se implica en la transformación del mundo para mejorar la vida, a veces se pierde, pero no podemos renunciar a ella para siempre porque es ahí donde reside lo esencial de nuestra fe cristiana.

Urge recomponer un relato consistente que ponga al ser humano y su liberación como centro, porque el relato de la desesperación nos está asfixiando. Predicar la buena noticia hoy, como lo fue desde el principio, no tiene nada que ver con la verdad sino con la esperanza. Pero sin caer en el engaño de quienes la colocan en el futuro y vacían hoy la vida. La esperanza de la que habló Jesús se aferra a lo real e imperfecto del momento presente, huye despavorida de los discursos del miedo de quienes predican condenas y fuego eterno, y nos empuja hacia lo que parece imposible: la justicia, el amor, el prójimo… Hacia la felicidad y la vida. Una vida que no se somete a las interpretaciones del dios de la letra, sino que se abre para que Dios vaya reescribiendo su voluntad en ella.

Los fariseos de hoy, esos y esas que han convertido la Biblia en un código legal, hacen lo que siempre han hecho: predicar el antirreino. Situándose por encima del resto de seres humanos. Ellos son el verdadero peligro que amenaza con dar por muerto el evangelio. Pero donde hay peligro, crece también la esperanza. Solo un cristianismo aferrado a ella, a su predicación y a su realización, podrá superar el envite. La ley lleva a la muerte, la esperanza a la resurrección. Ella es sin duda, la última palabra. Aquella con la que Dios certifica que está del lado de la diversidad y de la vida.


Carlos Osma



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