“El impulso para cambiar la Iglesia y la sociedad no puede venir de los líderes”. Entrevista a Teresa Forcades
El nombre de Teresa Forcades saltó a la opinión pública por su crítica a farmacéuticas y gobiernos en la gestión de la gripe A. Es licenciada en medicina, teóloga y monja benedictina. En los últimos años ha sido muy activa políticamente y es una de las promotoras del movimiento independentista Procés Constituent en Cataluña.
Hace
casi tres años de su “exclaustración” del convento de Sant Benet de Montserrat
para dedicarse a la política. A veces parece que dentro de las instituciones
religiosas las personas están obligadas a escoger entre la dimensión espiritual
y el compromiso político-social. ¿Ha sido difícil para usted compatibilizar
ambas dimensiones?
Sí, ha sido difícil a
tres niveles. El primero es de tipo práctico: mi monasterio está en la montaña
de Montserrat, a una hora de Barcelona en coche y sin acceso directo al
transporte público; además cuenta con un horario incompatible en la práctica
con las reuniones y actos públicos que suelen ser al atardecer (hora de Vísperas
y lectio divina) o por la noche (hora de descanso para poder estar despierta en
la oración de Maitines). El segundo nivel es comunitario: somos, a Dios
gracias, un monasterio plural; no todas las hermanas están a favor de la
independencia de Catalunya o de la forma concreta en que concibo mi lucha por
la justicia social. El tercer nivel es espiritual, interior: ¿estoy segura de
interpretar bien el mensaje evangélico? ¿estoy segura de ser fiel a la voluntad
de Dios?
En
ocasiones personas que provienen de entornos religiosos hacen el salto a la
política para tratar de imponer valores conservadores, patriarcales y
homófobos al resto de la sociedad. ¿Qué piensa de esta connivencia entre
religión y política?
Creo fundamental la
separación del Estado y la Iglesia. Como instituciones, deben de ser
independientes. Esto es bueno y fundamental para ambas: para que el Estado
mantenga su carácter plural y para que la Iglesia mantenga su libertad. Ahora
bien, una cosa es la separación institucional propia de la laicidad (estoy a
favor y creo que debe ser estricta) y otra cosa, ¡muy distinta!, es la
separación entre religión y política. Es imposible separar el evangelio de la
política porque expresa el deseo y el compromiso de Dios con la construcción de
un mundo – social, económico, político – mejor para todos, de un mundo justo y
libre. Un último matiz: el compromiso político no significa necesariamente
formar parte de un partido político. Soy muy crítica con el sistema de
partidos, especialmente tal como está estructurado en España y me parece
fundamental profundizar en la noción y la praxis de la democracia más allá de
la política representativa (con la democracia directa y la democracia
deliberativa).
Usted
es una de las promotoras del movimiento ProcésConstituent, que pretende definir un nuevo modelo de estado y de
organización socio-económico para Cataluña. ¿Puede destacar alguna aportación
de este movimiento al momento político que se está viviendo en Cataluña?
Destaco dos aportaciones:
la sinergia de la cuestión nacional y la cuestión social y la dimensión popular
del proceso constituyente. La cuestión nacional y la cuestión social pueden
oponerse, ya que a menudo se utiliza la cuestión nacional para derivar la
atención del pueblo de la cuestión económica; tras la caída del muro de Berlín,
por ejemplo, la gente de la DDR (Alemania oriental) gritaba: Wir sind das Volk (nosotros somos
el pueblo), reivindicando su derecho a la participación política plena;
Helmut Kohl y sus aliados capitalistas transformaron el grito en Wir sind ein Volk (nosotros somos
un pueblo) y derivaron el anhelo popular de democracia efectiva hacia la
reunificación de Alemania, mientras entregaban a marchas forzadas los bienes
públicos a la especulación privada. Está claro que cuestión nacional y cuestión
social pueden oponerse, pero solamente cuando son sinérgicas tienen la fuerza
necesaria para derrocar el statu quo, tal como muestran las luchas de
liberación nacional de los países colonizados, que es de donde proviene y donde
se desarrolla – según el sociólogo Benedict Anderson – la forma política de la
nación como opuesta a la forma política del imperio.
El
referéndum por la independencia del uno de octubre del año pasado en Cataluña
dejó por un lado la victoria del sí a la independencia, pero por otro, cientos
de heridos, políticos en prisión o el exilio, recortes en la libertad de
expresión, y varios meses de control de las instituciones catalanas por parte
del Gobierno Español. ¿Mejor frenar, mantener las instituciones, y trabajar
para ampliar la base del independentismo? ¿O ha llegado la hora de la
insumisión?
Aunque me parece obvio
que en política, y en la vida en general, se debe ser práctico y realista, me
parece la muerte de la política actuar sólo en función de los resultados o en
función de aquello que se percibe como posible. ¿Quién define lo que es posible
y lo que no? ¿A quién le permitimos que lo defina? Tenemos un mundo absolutamente
desquiciado que prioriza el beneficio económico de unos pocos por encima de la
vida de millones y avanza hacia autodestrucción con la depredación ecológica. Bajando
al contexto local catalán, la seriedad y la coherencia con los propios ideales
me parece fundamental. Ante la represión, resistencia pacífica. Pero al mismo
tiempo, coherencia y seriedad hacia el propio proceso, lo cual me parece obvio
que ha faltado: se habla del pueblo, de la fuerza del pueblo y de un proceso
‘desde abajo’ pero los partidos políticos y sus representantes no están para
nada dispuestos a facilitarlo.
En
su libro “Los retos del papa Francisco[1]”
plantea diferentes líneas de apertura que ha iniciado Bergoglio desde que llegó
al Vaticano, pero que necesitan de la fuerza de los movimientos de base para
materializarse. A quienes no somos católicos nos cuesta ver la apertura en
temas como el sacerdocio femenino, la regulación de la natalidad, el matrimonio
entre personas del mismo sexo, o la denuncia de casos de pederastia cometidos
por sacerdotes. ¿Debería hacer el papa Francisco algo más? ¿O los movimientos
de base no empujan suficiente?
El impulso para cambiar
la Iglesia, igual que el impulso para cambiar la sociedad, no puede venir de
los líderes. El impulso debe venir de la base, que es desde donde ha venido
siempre que se han dado en la historia cambios positivos. Hoy en día existen en
la Iglesia no solamente movimientos de base luchando por la ordenación de las
mujeres, sino movimientos de mujeres católicas que se han sentido llamadas a la
ordenación y han encontrado obispos católicos que las han ordenado; estas
mujeres (unas doscientas) están excomulgadas de la Iglesia católica, pero ha
ocurrido antes que un movimiento de este tipo, aunque esté excomulgado, si
crece y va ganando apoyos, acaba siendo acogido de vuelta en la Iglesia católica
(un ejemplo serían los lefebvrianos). Por lo que respecta a la aceptación plena
de la homosexualidad, la hermana Janine Gramick, una pionera en Norteamérica de
los derechos LGTB, afirma que desde la llegada al papado de Francisco, el
Vaticano ha dejado de importunarla.
Krzysztof
Charamsa, quien fuera oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha
declarado en varias ocasiones que el porcentaje de religiosos y religiosas homosexuales
dentro de la Iglesia católica es mucho más alto que en la población
general. ¿No sería más honesto y
evangélico, no ayudaría más a la sociedad y al testimonio de la Iglesia
católica, que todas esas personas salieran del armario?
Mi experiencia no es que
haya más personas homosexuales entre los religiosos y religiosas que en la
población general. Entre los religiosos y religiosas gais o lesbianas que
conozco, hay algunos que lo son públicamente y otros que solamente hablan de
ello en privado. Me parece que el respeto por la persona en este caso debe ser
máximo. La más completa estadística de violencia contra las personas LGTB que
conozco (UK National Survey, julio 2018) muestra que el hecho de que alguien
revele su orientación sexual sin su consentimiento es una de las violencias más
frecuentes que sufren las personas LGTB.
El
exnuncio Carlo María Viganó ha pedido la renuncia del papa Francisco por
encubrir al cardenal Theodore McCarrick de unos supuestos abusos sexuales a
menores. ¿Qué opina usted de todo esto?
Sobre
los abusos sexuales considero demostrado que la Iglesia católica se ha
defendido a si misma antes que a los niños. Esto es criminal. Sobre las
acusaciones de Viganó, creo que obedecen a una campaña orquestada contra el
papa Francisco por algunos ultraconservadores católicos en connivencia con
grandes fortunas que ven en este papa y en su liderazgo carismático y
comprometido con la justicia social una amenaza real a sus intereses.
Decía
Simone Weil que: “El amor por las cosas
que están fuera del cristianismo visible me mantiene fuera de la Iglesia[2]”. Una
institución tan patriarcal como la Iglesia católica, ¿no puede suponer un
hándicap insalvable para que muchas mujeres se identifiquen con el
cristianismo?
La Iglesia católica ha
maltratado a las mujeres pioneras en vida y luego las ha elevado a los altares
tras su muerte, preservando sus escritos y dándoles difusión (ej. Clara de
Asís, Juana de Arco, Teresa de Ávila, Mary Ward). La sociedad no eclesial las
ha maltratado en vida y además las ha suprimido tras su muerte. ¿Dónde están, las
mujeres del pasado que no sean santas católicas? ¿De cuántas hemos preservado
la memoria?
El
evangelio de Lucas explica con claridad que es la justicia social cuando María
dice que Dios “derriba del trono a los
poderosos y enaltece a los humildes[3]”, mientras
que nuestra sociedad más bien enaltece a los poderosos y derriba a los
humildes. ¿Hemos de resignarnos o todavía es posible invertir la injusticia?
El valor de actuar por la
justicia radica en sí mismo, aunque aparentemente no tenga éxito. Si no, ¿cómo
quieres vivir? ¿Haciendo algo que a sabiendas es injusto? ¿Callando ante la
injusticia? Las luchas deben escogerse bien y a cada uno/a corresponde saber
cuáles son las suyas; intentar evitarlas creo que conduce a una vida sin
sentido. Confrontar la violencia que lamentablemente existe (cada uno/a a su
manera) y vivir con sentido lo veo unido, y no está reñido con los momentos de
paz y de descanso.
Dorothy
Day, una mujer que usted conoce muy bien, en su autobiografía “La larga soledad[4]”
explica que el amor se logra mediante la comunidad, y que esa experiencia de
amor le hace sentirse libre y anhelar a Dios. Amor, comunidad, libertad y anhelo
de Dios ¿Podría ser ese el resumen de una espiritualidad sana? ¿O añadiría
algún elemento más?
‘Conócete a ti mismo/a’,
decía el oráculo de Delfos. Parece fácil, pero no lo es tanto. Es la base de la
espiritualidad. Santa Teresa lo llamaba ‘humildad’: ‘la humildad es andar en
verdad’.
Muchas gracias por sus
respuestas
Entrevista
realizada a Teresa Forcades por Carlos Osma
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