Cristianos homosexuales: enfermos y abusados
Hace unas semanas se aprobó en la ciudad chilena
de Concepción una ordenanza en la que la municipalidad se comprometía, entre
otras cosas, a implementar políticas públicas contra la discriminación de las
personas LGTBI. La mayoría de las iglesias evangélicas estuvieron en contra de
esta ordenanza, y el obispo Carlos Adams, presidente de la Unidad Evangélica
de Chile, mostró su descontento en el canal TVU haciendo uso de unas palabras
muy poco evangélicas: “Lo que a ellos (los homosexuales) les ha pasado es un
problema mental, nada más, que han sido violados cuando niños. Hay muchos de
ellos que se creen mujer, les donan hasta los ovarios. Realmente hay un
problema de cabecita ahí. La tendencia nuestra es llevarlos al camino, que se
encuentren con dios y formen su familia, como es lo natural de la vida”.
Como es lógico el Movimiento de Integración y
Liberación Homosexual (Movilh) expresó su repudio a estas homofóbicas
declaraciones. Sin embargo, y sin voluntad alguna de justificar las palabras
del obispo, creo que Carlos Adams no estaba mintiendo del todo. Simplemente
estaba describiendo su experiencia con las personas LGTBI cristianas. Me atrevo
a pensar que el obispo, como muchos evangélicos alrededor del mundo, no han
puesto un pie fuera de su “mundillo evangélico” desde que nacieron, o al
menos desde hace una eternidad. Y los homosexuales que conocen, los que
compartieron con ellos escuela dominical, coro, estudios bíblicos y cultos de
alabanza; son cristianos que han sufrido abusos y tienen problemas
psicológicos.
Cuando a un niño o a una adolescente evangélica, se
le impide mostrar su identidad de género o su orientación sexual, está
sufriendo un maltrato, un abuso. Para mucha gente esto no tiene ninguna
importancia, simplemente se les está “llevando por el buen camino”, pero
todas las personas LGTBI que han nacido dentro de familias e iglesias cristianas como las del
obispo Carlos Adams, han sido castradas, infantilizadas, culpabilizadas, y
marcadas con el fuego candente de la homofobia en su interior. Un maltrato
psicológico que se justifica como “llevarlos al camino” o “a lo
natural de la vida”. Se entiende por tanto que familias y comunidades como éstas, que
las hay en todo el mundo, no quieran leyes que luchen contra la discriminación
de las personas LGTBI. Y mucho menos, que visibilicen que estos buenos
cristianos son unos maltratadores, torturadores y asesinos.
Antes de empezar a hablar de enfermedades
mentales en el colectivo LGTBI cristiano, querría aclarar que no comparto el estigma
que acompaña a las enfermedades mentales. Al igual que puedo enfermar de
anginas, gonorrea o gripe, puedo hacerlo con una depresión. Y opino que todas
las discriminaciones que acompañan a las enfermedades (no me olvido tampoco del
sida), sólo tienen que ver con la ignorancia. Las enfermedades no nos hacen mejores
o peores personas, sólo nos hacen más vulnerables, y más necesitados y
necesitadas de ayuda y recursos públicos.
Una vez explicado esto, me gustaría decir que sí,
que dentro de las iglesias cristianas la mayoría de personas LGTBI tienen algún
problema psicológico. Me refiero sobre todo a las que pudiendo salir de allí
corriendo, prefieren quedarse sentadas en sus bancos para ser insultadas y
menospreciadas. Una persona sana que entra en una iglesia en la que le dicen
que no tiene derechos, que no tiene la misma dignidad que el resto de personas,
que no tiene porque explicar continuamente a quien quiere, que no tiene porque
mirar las cosas con sus propios ojos... no tardaría más de cinco minutos en
marcharse. Las cristianas y cristianos LGTBI que a pesar de ser discriminados,
se mantienen dentro sus iglesias, es porque han sufrido un abuso espiritual tan
fuerte desde hace años, que necesitan ayuda terapéutica para poder salir de
allí. Quien no cree que puede exigir el mismo trato que su hermano heterosexual
con el que compartió escuela dominical, es porque ha interiorizado que no
está a su mismo nivel. Sin huir o revelarse ante esta humillación, sólo pueden
vivir las personas que están enfermas.
Ninguna lesbiana ni ningún gay atrapados en
iglesias homófobas, viven el evangelio de Jesús. Sólo tienen un enganche
emocional, una dependencia psicológica, un trastorno, una enfermedad. El
evangelio nos hace personas maduras, no niños de diez años que necesitan a
alguien que les diga como tienen que comportarse. Es posible que no pudiéramos
salir huyendo de la iglesia a la que nos llevaban nuestros padres cuando
teníamos cinco años, pero si ahora tenemos veinticinco, treinta, o cincuenta
años, y no somos capaces de enviar todo eso al infierno de la homofobia; es
porque necesitamos un buen especialista que nos ayude.
El evangelio liberador no abusa de las personas
ni les produce problemas psicológicos, las iglesias evangélicas como las del
obispo Carlos Adams, sí. El evangelio nos habla de amor, no de reprimir el amor. Nos habla de una nueva identidad cuando la anterior no nos hacia felices. De
plenitud, no de castración. De felicidad, no de aceptar resignadamente una tortura psicológica. El
evangelio de Jesús nos llama sin lugar a dudas, a salir de todas esas
pseudocomunidades cristianas homófobas, para vivir el evangelio junto a otros
cristianos y cristianas que trabajan por la justicia. Y una manera
de trabajar por la justicia es pedir que las leyes protejan a las personas LGTBI
de los discursos de odio y discriminación. No deberían salir gratis comentarios
como estos, sobre todo porque hay muchos menores que padecerán en sus casas y
sus iglesias las consecuencias de esas palabras tan irresponsables y
diabólicas.
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