El día en el que nació la homofobia


El 17 de Mayo de 1990 la Organización Mundial de la Salud retiró la homosexualidad de su lista de enfermedades. Nacía entonces oficialmente la homofobia, una enfermedad que en realidad ha padecido la humanidad desde hace miles de años, y que puede curarse con una buena educación. Eso lo saben muy bien los lobbys homófobos, por eso se oponen  a que la diversidad sexual se trabaje  por ejemplo en los centros educativos desde el ciclo infantil. Prefieren que se traten sus consecuencias nefastas en adolescentes que han sido educados para ser quienes no son, así ellos y ellas quedan de progresistas, mientras el colectivo lgtbi sigue percibiéndose como un problema de salud pública.

En general no es hasta la educación secundaria que no se trata el tema de la homosexualidad, la transexualidad, la bisexualidad o la intersexualidad; como si todo lo que se ha trabajado hasta entonces en la educación infantil o primaria, no tuviera ninguna influencia en la manera en la que un adolescente se enfrenta a su identidad de género, a su orientación sexual, o al significado de lo que es una familia. Como si hasta entonces no se hubiera intentado convertir a niños y niñas en personas heterosexuales que repiten unos roles de género determinados socialmente. En realidad es todo una hipocresía, que responde a las consecuencias de una educación heterocentrada, que evidentemente genera una violencia en una parte de la población que se hace aún más insoportable cuando desde el entorno familiar se agrava el acoso, o cuando los compañeros y compañeras de aula se sienten legitimados por el discurso “no oficial” para ejercer violencia psicológica y/o física sobre sus compañeras y compañeros.

Se puede comprobar que todos los programas educativos, al menos en nuestro país, que intentan trabajar la diversidad familiar y sexual, o la identidad de género, lo hacen siempre a posteriori, y que cuando desde diferentes entidades se llama la atención de esta carencia, la administración no encara nunca el problema. No se trata simplemente, que también, de que las escuelas respeten el sexo sentido de los menores, sino que eduquen a niños y niñas para que entiendan que los genitales no tienen nada que ver con el sexo, ni con el género. Tampoco se trata de explicar que hay personas que tienen atracción sexual hacia personas de su mismo sexo, o hacia los dos sexos, sino de no dar por sentada la heterosexualidad de los alumnos, y acompañar para que niños y niñas descubran libremente y sin condicionantes heterocentrados que les gusta, que les atrae y que no. No sólo hay que mostrar que existen diferentes formas de familia, sino hacer entender que la calidad familiar reside en el amor, no en la manera en la que esta se configura.

La lgtbifóbia tiene miedo a la libertad, por eso trata de condicionar, y sabe de sobra que lo más importante es hacerlo lo antes posible, cuando los niños y niñas no pueden defenderse ante la agresión y el maltrato que reciben. Cuando se educa para que los menores puedan, no elegir (nadie elige su identidad sexual o de género), sino mostrar libremente quienes son y apreciar como son sus compañeros; entonces estamos ante una situación de igualdad y de justicia. Pero mientras muchos se felicitan por lo progresista e igualitaria que es nuestra sociedad, en realidad se está construyendo una donde la lgtbifóbia sigue campando a sus anchas y ejerciendo violencia sobre los más indefensos. Si diez años después de la aprobación del matrimonio igualitario todavía no se ha modificado en los formularios de los centros educativos lo de "nombre del padre y nombre de la madre", no es difícil saber que ocurrirá dentro de las aulas.

Hay mucha personas que creen que sólo con buena voluntad puede uno realizar su trabajo sin condicionantes lgtbifóbicos, pero eso no es así. Es importante escuchar, ser sensible a las experiencias de las personas lgtbi, pero para salir de la ignorancia y de la homofobia en la que todas y todos hemos sido educados, hace falta formación. Hay muchos profesores y profesoras con buena voluntad a los que les falta la formación necesaria para educar en la diversidad y respetarla. Muchas veces los profesores y profesoras no se “enfrentan” al tema lgtbi hasta que no se hace evidente que tiene un alumno o una alumna homosexual o transexual. Pero la diversidad debería ser un eje que acompañase toda la educación, siempre hay dos o tres alumnos lgtbi en cada clase, aunque no lo expresen abiertamente.  De hecho es esa incapacidad de expresarlo libremente la que pone en evidencia que algo se está haciendo mal. Hay muy pocos profesores que han recibido una educación idónea para tratar la diversidad sexual y de género con sus alumnos. Y la oferta de la administración educativa para subsanar este déficit es casi inexistente, cuando no inexistente del todo. Són por ejemplo las familias lgtb, las familias con hijos e hijas gays y lesbianas, o aquellas que tienen hijos o hijas transexuales, las que presionan para que la educación reconozca la diversidad. Consiguen cambiar pequeñas cosas pero el modelo de educación general sigue priorizando la heteronormatividad.

Hace 26 años que nació la homofobia, la transfóbia se niega a hacerlo oficialmente todavía, vivimos en un mundo que sigue patologizando a niños y niñas que no aceptan el género impuesto. Y podemos alegrarnos, de hecho lo hacemos, por todas las metas alcanzadas que hace pocos años parecían imposibles. Pero no podemos olvidarnos que vivimos en un mundo donde la lgtbifobia sigue controlando lugares estratégicos, y el más importante sin duda es el de la educación. Allí es donde se intenta convertir a las personas lgtbi en enfermas e inadaptadas; allí es donde la sociedad les hace pagar su diversidad, mientras hace discursos de diversidad y de libertad políticamente correctos.

El 57% de los menores lgtbi ha sufrido algún tipo de violencia física o psíquica en su centro educativo, y el 80% de los jóvenes en general dicen haber sido testigos de alguna agresión física o verbal a un joven lgtbi. Los centros educativos en el estado español que trabajan la diversidade familiar con programas como el PEER (Programa Educativo Escuelas Rainbow) se pueden contar con los dedos de una mano, y siempre por el esfuerzo de las familias lgtbi y sin el apoyo decidido de las administraciones. Está claro que la educación debe cambiar y que los poderes políticos deben asegurar un entorno no sólo libre de violencia, sino también constructivo y positivo para todos los alumnos y alumnas independientemente de su orientación sexual, identidad de género o configuración familiar. La lgtbifóbia tiene muy claro que no quiere dejar este lugar desde donde ejerce su violencia, y es aquí, creo yo, donde tenemos que poner todas nuestras energías quienes estamos por una sociedad mejor. Urgen medidas claras, programas concretos que trabajen la diversidad desde la educación infantil, y formación para todas las personas que están involucradas en la educación de nuestros hijos e hijas. La lgtbifóbia se cura con educación, con una buena ecuación para todas y todos.



Carlos Osma

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