Vía crucis en directo


El asesinato de Jesús no tuvo nada de especial, ninguna de las personas que lo vieron pasar arrastrando una cruz pensaron que aquel era un momento único en la historia de la humanidad. Mientras Jesús se comportó como un predicador itinerante más o menos provocador en Galilea, su vida no corrió peligro, pero cuando se atrevió a enfrentarse en Jerusalén con los poderes de su tiempo, el religioso y el político, acabó muriendo como muchas otras personas incómodas han acabado a lo largo de la historia. Los discursos liberadores tienen el recorrido que tienen, y son eliminados cuando el poder los considera demasiado peligrosos para su supervivencia.

Podríamos hacer una lectura de corto recorrido, centrada en nuestras miserias, y diríamos que así somos todos los seres humanos cuando detentamos el poder; por pequeño y limitado que sea nunca estamos dispuestos a que nos lo arrebaten. Los egos son lo que tienen, incluso los cobardes intentan mantener a toda costa su espacio de influencia, y sonríen y te llaman hermano mientras te clavan por la espalda el puñal de su impotencia, de su mediocridad. No hay nada más peligroso en este mundo que una persona que vive con el ego herido, esperará el momento más oportuno para traicionar a quien cree puede hacer lo que él jamás se atrevió a ni a pensar.

Pero del asesinato de Jesús no quiero detenerme en las traiciones de los que estaban más cerca, en las personas que no supieron estar a la altura, en los miedos, los egos, las cobardías, en todos aquellos comportamientos que hicieron que al final Jesús se enfrentara sólo al verdadero poder que acabo con su vida. Porque es eso lo que nos ocurre normalmente, que nos quedamos en lo anecdótico y nos olvidamos de poner nombre a los verdaderos responsables de las injusticias.

Vivimos en un mundo donde el poder religioso y el político han perdido su hegemonía, ahora es el poder económico el que hace y deshace, el que se lanza a la yugular de quienes intentan denunciar su tiranía, y si hace falta los crucifica para que sirva de escarmiento. Y esto pasa todos los días, a nuestro lado, delante de nuestras narices, sin que parezca que podamos hacer nada para remediarlo. Y las crucificadas y los crucificados pueden ser cualquiera: una persona que no puede pagar una hipoteca, un partido político que hable de recuperar el estado del bienestar, o un país que prefiere destinar sus recursos a la gente que a pagar las deudas de los bancos.

Esta Semana Santa no es necesario que salgamos a las procesiones o vayamos a la Iglesia para recordar a Jesús cargando con su cruz hacia el martirio. Podemos hacerlo sentados en el sofá de casa, desde allí somos testigos del vía crucis de las millones de personas que huyen de la guerra de Siria. Vemos niños muertos en una orilla, personas que viven en campos de refugiados en condiciones inhumanas, jóvenes que intentan saltar las alambradas con las que una Europa inhumana se defiende. Y podemos creer que no hay otra solución, que es necesario mantener nuestra seguridad. O podemos pensar que es una injusticia y colaborar de alguna manera para arrastrar durante unos días la cruz de los desplazados. Un vía crucis en directo, televisado para todos los públicos, subiendo las audiencias de las televisiones, y creando debate, opiniones enfrentadas, ruido, mucho ruido, mientras comemos patatas fritas y bebemos coca cola en nuestro salón. Ser hoy en día la turba que grita a los crucificados es mucho más interesante y cómodo que en el siglo primero, y además tiene la ventaja de que no nos perdemos ni un solo plano de su agonía.

Si este éxodo sirio hubiese tenido lugar hace diez o quince años cuando Europa no vivía una crisis económica tan fuerte, los refugiados hubieran sido bienvenidos, se les hubiera puesto una alfombra roja para acompañarlos a sus puestos de trabajo. Hace diez o quince años la maquinaría europea necesitaba mano de obra, necesitaba combustible, seres humanos que le permitiesen seguir creciendo y aumentando los beneficios. Pero actualmente los refugiados sirios son una amenaza grave para la recuperación económica. En la zona euro la tasa de paro supera el diez por ciento de la población, pero en países como España es más del doble. Se habla de una tímida recuperación económica, pero hay analistas que vaticinan que estamos avocados a una recesión aún mayor, por eso el poder económico intenta defenderse de quienes lo amenazan. Y esa amenaza, por mucho que nos cueste aceptarlo viéndolos mojados y tiritando de frío por televisión, son los millones de refugiados sirios que vienen a nuestro continente huyendo de la muerte.

Hace unas décadas se nos vendió que la Unión Europea era la mejor manera de avanzar, de construir una Europa más justa, y creo que la mayoría nos lo creímos. Por una parte sabíamos que en el fondo se trataba sólo de una unión económica, pero pensábamos que si la economía iba bien eso se traduciría en una mayor redistribución de la riqueza. La crisis económica de los últimos años nos ha impedido seguir creyendo esa mentira, y nos ha mostrado que lo importante es sólo la economía, no la gente. Lo importante es que las grandes multinacionales, los bancos y los inversores sigan ganando dinero aunque eso signifique recortar derechos o hacer vivir en la indigencia a millones de personas. Actualmente hay una opinión generalizada de que el Estado de Bienestar es insostenible y que las europeas y los europeos tenemos que renunciar a derechos para que la Unión Europea pueda seguir siendo una maquina económica eficiente.

Hoy en día ya sabemos que tal y como esta concebida la Unión Europea es un peligro para quienes vivimos en cualquiera de los países que la conforman. Ha quedado clara su inhumanidad, mirando la bolsa y los balances bancarios antes que el bienestar de sus ciudadanos o de los desplazados que se acercan para pedir ayuda, y haciéndonos creer que es necesario que el poder económico siga teniendo beneficios astronómicos para que se pueda percibir una tímida recuperación en la economía de las familias. La Unión Europea es un arma en manos del poder económico que controla los gobiernos y sus políticas, y es ella misma la que cada día crea más euroescepticismo. ¿Es posible poner a los ciudadanos europeos por delante de los lobbys económicos? ¿Es posible enfrentar el éxodo sirio sin ver en él una amenaza? ¿Es posible una Unión Europea de las personas y no de los mercados? Si fuera posible volveríamos a tener la ilusión que creó en nosotros hace unas décadas su ingreso dentro de ella. Pero si su esencia netamente al servicio de la economía lo hace imposible, sería mejor abandonarla.

Nuestras cruces, esas que arrastramos, o que vemos arrastrar a otras personas, están creadas por intereses económicos. Unos intereses a los que no les importa una familia desahuciada en Barcelona, o otra que se muere de frío en un campo de refugiados en Lesbos. La fe cristiana es de por sí una denuncia de cualquier poder que crucifica a quienes le amenazan. La fe cristiana habla de resucitar a las víctimas, de retornar la dignidad a los crucificados, de reencuentros de los marginados y desplazados con sus familias, sus amigos... La fe cristiana habla de liberación de las personas de cualquier poder opresor. Por eso estos días sólo cabe la denuncia de la Unión Europea que de manera diabólica se olvida de las víctimas y se niega a tratarlas como seres humanos. Si el bienestar de los ciudadanos y las ciudadanas, o de las personas que se acercan a nuestros países, no son el centro de todo, no es lo prioritario; si sólo podemos seguir construyendo más Europa para el beneficio económico de unos pocos, entonces nuestra fe en un Jesús crucificado nos empuja hacia una resurrección fuera de este poder opresor, fuera de la Unión Europea.



Carlos Osma

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