¿Qué tiene dios entre las piernas?
Depende de cómo se entienda, más
que provocadora, la pregunta puede ser ciertamente absurda. Por tanto, hay que
aclarar que nos estamos preguntando sobre la entrepierna de nuestra imagen
cristiana de Dios, que quien más o quien menos tiene hecha, aunque no lo quiera
reconocer. No me refiero al Dios todopoderoso, eterno, inmutable, al que no
logramos ni lograremos comprender, sino al dios con el que pretendemos
aproximarnos a ese Otro, pero que a la vez, refleja en ocasiones estructuras de
privilegio y dominación completamente humanas.
Si nos atenemos a la iconografía,
al menos la más conocida, tendríamos que concluir que dios es un hombre. Si
intentamos buscar en la Biblia, el mismo Jesús habla de Dios como Padre, así que
lo más lógico sería seguir pensando lo mismo, dios es un hombre. Cierto es que
los roles que cumple ese dios parecen evolucionar del Antiguo al Nuevo
Testamento, y que si en el primero los roles de género que se le aplican tienen
más que ver con la creación y la autoridad, en el segundo destacan los del
cuidado, la protección o la educación. Utilizando una visión tradicional del
género, diríamos que el dios de Jesús es más femenino que el de Moisés.
A pesar de lo alejado que dios
esté del centro de gravedad de la masculinidad dominante en nuestra sociedad
(hay que tener en cuenta que la clase social, la educación o el lugar donde
vivimos nos hace percibir la masculinidad de forma diferente), parece
irrefutable que dios es un hombre. A lo sumo podríamos decir que dios es un
hombre algo raro, quizás demasiado afeminado para algunos, aunque evidentemente
no es una mujer.
Sin embargo, que sea hombre no
permite responder a la pregunta de manera definitiva. Nuestro dios podría ser
una hembra, no tener sexo, o abarcar los dos. Aunque si lo pensamos bien, es
complicado sostener que cualquiera de estas tres posibilidades se escondan
detrás de la túnica del dios que pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina , o
tras las ropas del amado de la Sulamita en el Cantar de los Cantares. Podríamos
decir que nunca nos hemos parado a pensar en si el Padre del “hijo pródigo”
es macho o hembra, pero nos engañaríamos si dijésemos que no dábamos por
supuesto lo que era. Aunque pueda parecer irrelevante, lo que damos por válido
sin reflexión alguna, tienen más fuerza configuradora de nuestras estructuras
mentales, que aquello que tenemos la necesidad de justificar.
Llegados a este punto, analizando
nuestra imagen de Dios bajo la perspectiva del género y el sexo, parece
evidente que es un hombre, algo blandito, y macho. Así que, para empezar, la
cosa es bastante sospechosa, puesto que se parece “excesivamente” a
quien está pensando a Dios. Pero si hay algo bueno en esto, nada original por
otra parte, es que al menos somos conscientes de ello, y no vivimos dicha
imagen como una verdad absoluta que hay que imponer al resto de seres humanos.
Además, como es a partir de dicha imagen, que intentamos aproximarnos al Dios
inabarcable, es desde quienes somos, de la realidad sin simulaciones, que
salimos al encuentro del Eternamente Otro.
Claro que todo esto nos puede
llevar a preguntarnos qué ocurre con el resto de personas cuyo sexo y/o género
no coinciden con el que mayoritariamente supone nuestra sociedad que tiene
Dios. ¿Qué ocurre por ejemplo con las mujeres o las personas transgénero?
¿Deben asumir también ellas esta visión, deben rechazarla o transformarla? ¿Es
posible crear una imagen diferente a la “canónica”? ¿Cómo influye en su
fe, en su espiritualidad, el hecho de formar parte de quienes no son como dios?
Es difícil responder a preguntas
que no son significativas para uno mismo, y que sólo nos las podemos hacer de
forma teórica. La teoría siempre deja resquicios para encontrar soluciones
fáciles y respuestas simples que a la hora de la verdad no sirven a quienes se
la están jugando de verdad. Sólo se me ocurre una manera honesta de intervenir,
reconocer que no existe nuestro dios, y que la tradición cristiana, las
doctrinas de ayer y de hoy, o los dogmas que algunos son capaces de defender
hasta la muerte, por mucho que nos ayuden y nos iluminen, están basadas en la
falsa premisa de saber qué y cómo es Dios. Se trataría de acercarse a las
personas que oficialmente están alejadas de lo que dios es, y abrir bien lo
ojos y los oídos para valorar lo que pueden aportar. Sus propuestas no son
amenazas, sino una ayuda para cuestionarnos un dios excesivamente igual a
nosotros.
Otra posible forma de
enfrentarnos a estas preguntas, es buscando una imagen de Dios en la que no
encajemos. Es decir, situándonos en su lugar. Y en mi caso me pregunto por
ejemplo qué orientación sexual tiene dios. Si nos atenemos al hecho de que
buscase a María para poder ser padre, tendríamos que decir que en el imaginario
colectivo, dios es heterosexual. Basta ver las reacciones tan airadas que
encontramos cuando se insinúa que Jesús era gay, para entender que lo santo, lo
divino, sólo puede ser heterosexual.
¿Cómo se sitúa una persona
homosexual, ante un dios heterosexual? Pues la experiencia me dice que de
diversas maneras, generalmente intentando no entrar en conflicto. Es decir,
viviendo una espiritualidad esquizofrénica Algo que sólo denota que el
sentimiento de culpabilidad por no ser como los demás esperan, por no ser como
dios, no se ha superado. El homosexual sería en este caso un no-dios que acepta
la exclusión y que incluso la refuerza con su comportamiento. No hay aquí
ningún tipo de replanteamiento de la fe a partir de la propia experiencia, sólo
miedo de no ser expulsado del pensamiento cristiano dominante.
También podemos negar la
heterosexualidad de dios, dejándonos caer en los brazos de un dios que lo abarca
todo o que es indefinido. Evidentemente es una salida incuestionable a nivel
teórico, y que llama la atención de lo absurdo de la reducción heterosexista de
dios y de las consecuencias opresivas que conlleva. Pero me cuesta creer que
las personas no pensemos a Dios con imágenes concretas... todos sabemos que
Dios no es blanco, ni negro, pero nuestra representación personal de dios, a la
hora de la verdad tiene un color. Es cierto que la vía de la negación para
acercarse a Dios parece haber sido satisfactoria para muchas personas, pero
personalmente, quizás por mi educación, me resulta completamente imposible. Se
que mi dios no es Dios, pero sólo mediante un dios en movimiento, puedo
acercarme a Él. Y mis dioses en movimiento son concretos.
Por eso utilizo otra posibilidad,
construir la orientación sexual de dios, como he construido el resto de
características; A partir de lo que yo puedo entender. Por eso mi dios es gay,
lo tengo bien claro, y Jesús es su hijo concebido por subrogación. María no fue
una mujer utilizada y sometida, sino la persona que decidió ayudar a dios para
que éste llevase a cabo su decisión de traer vida al mundo. La relación entre
mi hombre dios, y la mujer
María , no tiene nada que ver con el sexo, sino con la
colaboración entre quienes son conscientes de que los poderes de este mundo
deben ser transformados a partir del amor, no de relaciones de dominación. Y
eso necesita siempre la acción tanto de Dios, como del ser humano.
Cierto es que la homosexualidad
de dios no dice en principio nada positivo sobre él, numerosos son los ejemplos
en los que la homosexualidad es entendida como alineación. Pero mi dios gay es
un dios que es consciente, por su propia homosexualidad, de que la diferencia
es un valor que suma en el mundo, un valor necesario para comprender la
realidad, y desde donde ésta puede ser transformada. Mi dios gay es tolerante,
respetuoso, sensible, alegre, empático, amante, imaginativo, introspectivo,
prudente, y sabe relacionarse con las mujeres como personas, no únicamente como
objetos sexuales. Mi dios es fiel, construye relaciones familiares en las que
la sangre no lo dice todo y donde nadie está por encima de los demás. Es sobre
todo, un dios amigo de las personas. Como ha sufrido el rechazo, sabe consolar
a quienes sufren y se alegra con los que son felices. Mi dios gay tiene que
reinventarse todos los días para poder enfrentarse a la vida real. Mi dios gay
me ama, estoy convencido, como al resto de personas independientemente de su
género, sexo, orientación sexual, o cualquier otra característica personal.
Aunque también es cierto, que no tanto como Dios mismo.
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