¡Jodie Foster, hija, ya era hora!
La noticia de la salida del
armario de la genial actriz Jodie Foster ha recorrido el mundo en pocas horas.
Allí, arriba del escenario, mientras recogía el premio “Cecil B. Demile”
por su trayectoria cinematográfica, dijo explícitamente lo que todos ya
sabíamos hace años: que era lesbiana. Esta confesión, al igual que los emotivos
mensajes que envió a algunas personas, entre ellas a su expareja sentimental y
amiga Cydney Bernard, con la que tiene dos hijos; hizo poner en pie a los
asistentes a la gala, que la aplaudieron reconociendo lo que realmente es: una
mujer excepcional.
Sin embargo que Jodie Foster era
lesbiana no se puede decir que fuera un secreto, era más bien algo que se daba
por sentado. Aunque por lo sucedido, da la impresión de que Jodie no se había
dado cuenta. Lo que me hace recordar una situación similar que viví hace tiempo
cuando un compañero, con el que trabajaba hacía más de una año, me pidió, con
evidentes signos de nerviosismo, si podíamos hablar un momento a solas. Al
principio me asusté un poco y pensé que le había ocurrido algo grave, pero
cuando después de unos minutos de silencio me dijo que quería que supiera que
él también era gay y que le había costado mucho decírmelo, me quedé sin
palabras. Yo ya sabía que era gay, lo daba por supuesto en las conversaciones
que habíamos tenido, de hecho creo que todo el mundo lo sabía, incluso los
alumnos a los que enseñaba. Sin embargo él pensaba que vivía en el más profundo
de los armarios.
Una de mis escenas favoritas de
cine es aquella en la que
Clarice (Jodie Foster) se queda encerrada en una habitación a
oscuras con Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) en El silencio de los
corderos. Cierto es que los espectadores, aunque entendemos que la
situación ocurre bien a oscuras, vemos claramente lo que está pasando. Algo
similar a lo que ha ocurrido en la vida de muchas personas homosexuales como
Jodie Foster: suponían que estaban encerradas con su peor enemigo en un lugar
donde nadie podía verlas, cuando en realidad todo el mundo era consciente de lo
que pasaba.
¿Porqué la gente no se atreve a
hablar? ¿Porque la gente cree que debe esperar a que la persona se atreva a
decir que es gay o lesbiana, cuando no hace lo mismo con la heterosexualidad?
¿Porqué eso se considera respetar la libertad pero se nos adoctrina en la
heterosexualidad desde que somos niños? ¿Porqué Jodie Foster como millones de
personas en el mundo fueron educadas para ser heterosexuales y se les preguntó
cuantos novios tenían, o cómo era su príncipe azul, y después se les “respeta”
que no quieran contar hasta los cincuenta años que aman a una persona de su
mismo sexo con la que tienen hijos? Ser homosexual es algo muy personal, pero
ser heterosexual es de lo más público. Es evidente que todo esto encierra una
profunda homofobia que intenta arrinconar y silenciar la homosexualidad. Una
homofobia que en más de una ocasión ha sido interiorizada por muchas personas
lesbianas y gays que se parapetan detrás de la indefinición y de la privacidad
para no hacer lo que hace cualquier otra persona, vivir con naturalidad su
afectividad.
Que las definiciones son
reductivas es evidente, que la orientación sexual es mucho más compleja que
unas cuantas etiquetas, también. Pero sólo la definición ha demostrado tener más
fuerza transformadora que cualquiera de las interesantísimas teorías queer
que llenan las estanterías de algunas bibliotecas. Decir soy lesbiana en público,
asumiendo el coste que eso puede suponer, convierte a la persona en alguien que
es capaz de renunciar a cosas importantes por ser quien realmente es. Los
hechos heroicos son más transformadores que las doctrinas teóricas. Es evidente
que para Judie, por su posición, esta declaración no supondrá un coste tan alto
como para la adolescente que vive en una familia conservadora y ultrarreligiosa,
pero hay que agradecerle que su salida del armario sirva para que estas jóvenes
se atrevan a pagar el precio de la sinceridad, sin tener que esperar a los
cincuenta años.
El otro día Jodie Foster acabó
con su Hannibal Lecter personal delante de millones de personas, quizás le
falto preguntar a quienes hoy la aplauden en todo el mundo porque no la había
ayudado en esa larga y complicada cacería. Quizás la respuesta es que no se
pusieron en su piel, esa que Hannibal Lecter ansiaba. Así que más que una
afirmación de la propia identidad, de la que todos los medios de comunicación
hablan, estaría bien reflexionar sobre qué podemos hacer para ayudar a todas las
personas, que sabemos son lesbianas y gays, a salir de esa habitación oscura y
peligrosa en la que conviven con ese criminal llamando “no aceptación”.
A veces no es tan complicado, se trata de no esperar a que lo hagan ellas todo,
podemos enseñarlas a amarse y respetarse a sí mismas, mostrándoles nuestra más
profunda aceptación, amor y respeto.
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