Mi familia, por fin, es constitucional




Decir que poco nos hubiera importado que el Tribunal Constitucional hubiese aceptado el recurso que el Partido Popular presentó hace siete años contra la posibilidad de que miles de personas en nuestro país pudiesen casarse con la persona de su mismo sexo que han escogido libremente, sería mentir. ¿Cómo se sentirían los millones de matrimonios entre personas de diferente sexo si se declarase inconstitucional su matrimonio? ¿Cómo se hubieran sentido si durante siete años un Tribunal hubiese estado deliberando sobre si es o no válida legalmente su unión? ¿Qué pensarían si alguien al que no conocen, y que no sabe nada de su realidad familiar, tuviese que decidir influenciado por la posición del partido político que le nombró, sobre si lo suyo puede o no ser llamado matrimonio, o si sus hijas o hijos pueden ser reconocidos por los dos miembros de la pareja?

Podríamos seguir preguntando: ¿cómo se sentirían si millones de personas se hubieran lanzado a la calle para oponerse a su matrimonio? ¿Si una iglesia como la Católica, con una enorme capacidad de influencia, hubiese movilizado cielo y tierra contra su familia?¿Cómo se sentirían si las iglesias protestantes más progresistas hubiesen apostado oficialmente por el silencio, por la ambigüedad, por dejar pasar el tiempo, por la cobardía, por no apoyar su matrimonio? ¿Cómo se sentirían? Por un momento, piénsenlo.

Perplejos, así es como nos hemos sentido algunos de nosotros, atónitos por ver lo que estábamos viendo. Preocupados por nuestros hijos, por el desamparo al que podrían estar abocados, e intranquilos por no saber si nuestras parejas o nosotros mismos quedaríamos a la intemperie cuando las fuerzas ya no nos acompañasen tanto. Y sobre todo decepcionados, por un evangelio descafeinado, aguado, sin fuerza, incapaz de entender hacia donde le empujaba el Espíritu. Cansados de discursos “progres”, o “espiritualoides”, que jamás se atrevieron a concretarse, que nunca se materializaron en pasos firmes y reales por la defensa de nuestras familias. Han sido siete años intensos, de lucha, y enfrentamientos incluso con familiares próximos, siete años donde hemos tenido que ver como nuestros propios hermanos se oponían y rechazaban nuestros matrimonios. Trabajar por la justicia, y perseguir la dignidad, ha tenido un alto precio para muchos. Pero sin duda alguna, el fuego divino que muchos nos lanzaron para que nos devorase, ha servido más bien para purificar nuestras uniones.


Hoy es un día de alegría, de celebración, y creo que no sólo para las personas lgtb, sino para toda la sociedad, puesto que nuestro país es un poco más justo y más digno. Supongo que el tiempo y los intereses reescribirán este hecho sin duda histórico, y que muchas personas, asociaciones, partidos políticos e incluso iglesias querrán apuntarse tantos recordando lo que ellos hicieron por la justicia. Ya veremos, todavía les queda un largo camino para poder hacerlo, en este momento, nuestra sociedad es más justa en este tema que sus ideologías, congregaciones y teologías.

Sin embargo quería mostrar mi más sentido reconocimiento por quienes han puesto su granito de arena para que nuestras familias sean hoy constitucionales. Empezando por las personas que en plena dictadura franquista comenzaron a organizar las primeras asociaciones de gays y lesbianas, por quienes se atrevieron en 1977 a salir a las Ramblas de Barcelona liderados por travestis y transexuales para celebrar la primera manifestación del Orgullo, a la primera pareja del mismo sexo que cuando era imposible se presentaron en el Registro Civil para casarse, a los partidos políticos que apoyaron las primeras leyes de parejas de hecho para personas del mismo sexo y posteriormente el matrimonio; a las personas que independientemente de su orientación sexual asistieron a las manifestaciones multitudinarias para pedir el matrimonio igualitario, para pedir justicia. A José Luis Rodríguez Zapatero por su coraje, a las primeras familias lesbianas que decidieron unirse para luchar por los derechos de sus hijos, a las comunidades que se atrevieron a abrir sus puertas a todas las personas independientemente de su orientación sexual, al comunicado que realizó la Comisión Permanente de la IEE valorando positivamente la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo, a los creyentes que han apoyado y acompañado a nuestras familias, a los pastores y sacerdotes que se han atrevido a hablar claramente sobre el reconocimiento de los derechos de las personas lgtb desde los púlpitos de sus iglesias, o en revistas y otros medios de comunicación, los que se han atrevido a casar a parejas del mismo sexo, a bautizar a sus hijos. A las organizaciones que han pedido hasta la saciedad al Partido Popular que retirase el recurso ante el Constitucional. A las madres y los padres que han estado al lado de las familias de sus hijos, que las han apoyado y defendido a capa y espada. A las personas que hemos tenido siempre cerca, y que sin ser lgtb, han entendido que esta tarea era de todos. Y sobre todo a quien  ha estado detrás de cada paso, de cada grito, de cada abrazo, de cada meta lograda... y de todo el amor y agradecimiento que hoy desprenden nuestras familias.

Carlos Osma

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