Una lectura gay del Apocalipsis III


Las siete trompetas Ap 8,1-11,15

Tras abrirse el último sello, un ángel hace subir hasta la presencia de Dios las oraciones de los santos, después toma el incensario, lo llena con el fuego del altar de Dios y lo lanza sobre la tierra. En ese momento siete ángeles hacen sonar sus trompetas.

Dios no necesita que se abra por fin el libro de la historia para conocer el sufrimiento que genera la Bestia apocalíptica que intenta destruir por todos los medios la libertad y la vida que Dios ha dado a las personas lgtb. Más bien, la apertura del libro hace visible para los seres humanos, lo que hasta ese momento se pretendía esconder o disimular: que las oraciones, las plegarias, muchas de ellas hechas sin nombrar a Dios, de transexuales, bisexuales, lesbianas y gays, interpelan a Dios y lo llaman a actuar. Él no se mantiene impasible, sino que se compadece, sufre junto a quienes están siendo injustamente tratados. Su calor amoroso por los seres humanos se transforma en fuego abrasador contra la Bestia y sus seguidores. Dios no está dispuesto a que la diversidad que ha creado quede atrapada en ideologías patriarcales y heterocentradas. Por eso quienes se posicionan contra su creación, se posicionan contra Él mismo, y quedarán abrasados por su acción liberadora. El juicio está próximo, Dios les espera.

Como las trompetas que sonaron antes de la caída de Jericó, siete trompetas suenan frente al Imperio terrible y sanguinario que ha convertido al hombre heterosexual amo y señor, en el dios ante el que todo ser humano ha de inclinarse. Sólo él es la posibilidad para quienes quieren vivir en libertad, el resto ha de reconocer su falta, su ser incompleto, o su desviación. Pero el Apocalipsis se revela frente al engaño, y nos invita a abrir los oídos para escuchar las siete trompetas que anuncian el final de la opresión.

Las cuatro primeras forman una unidad, y con ellas: tierra, agua, mar dulce y astros de fuego, elementos que constituían para el profeta Juan la realidad cosmológica, son destruidos. El mundo en el que vivían los seguidores de la Bestia se convierte en un infierno para ellos mismos, como en Egipto, cuando el faraón no permitió a Moisés llevar a los esclavos hacia una nueva tierra donde pudiesen ser libres. El mundo de la Bestia no se sostiene, por que no es el que Dios ha construido, sino el que algunos han levantado con la sangre y el sufrimiento de otros seres humanos.


¿Quién no se ha dado cuenta de que la homofobia, transfobia o el patriarcalismo arremete también contra quienes causan estos actos fratricidas? Es fácil percatarse de que las instituciones o sociedades que las promueven son mucho menos justas. En ellas, clara o veladamente, se construye una manera rígida de entender la diversidad y las relaciones humanas, y quienes las forman tienen que esforzarse por entrar en los modelos que se les imponen, o al menos hacer como que caben en ellos. No son sólo las personas lgtb las que no caben, sino todo tipo de diversidad, es decir de realidad. Las mujeres y los hombres reales no son importantes, sino los modelos que se imponen. Y cuando la ideología que se disfraza de naturaleza o normalidad es divinizada, las personas de carne y hueso tienen que desprenderse de muchas de sus potencialidades para no molestar a la Bestia.

¿Quién no se ha dado cuenta de que las iglesias al rechazar a las personas lgtb pierden toda su credibilidad cuando hablan de un evangelio de amor y libertad? Pueden tener millones de razones para actuar de una forma tan injusta, pero evidentemente no sólo son los gays o las lesbianas quienes salen perdiendo, sino que ellas mismas muestran como sus estructuras, sus prejuicios o sus teologías arcaicas están bien alejadas del mensaje de Jesús, al que dicen seguir. En pocas palabras: con su comportamiento colaboran con la destrucción del mundo tal y como Dios lo ha creado, y no en su redención. El evangelio, nunca ha sido propiedad exclusiva de las iglesias, sin embargo ahora parece que lo han caricaturizado con una ideología heteronormativa. Y la victoria final, no puede ser la suya, sino la del Dios de millones y millones de personas que han visto negada su diversidad, su realidad y su propia vida, en nombre de un ser humano ideal que nunca ha existido.

O si nos fijamos en un entorno más reducido, como es el de la familia, ¿quién cree que quienes rechazan a su padre, madre, hija o hermano, por ser lgtb, salen beneficiados? Pregúntenles, acérquense y escuchen sus palabras, lean entre líneas, y verán como cuando una familia se destruye, todos sufren. La lgtbfobia es un arma ideológica que ha destruido familias enteras. Y quienes más se erigen en sus defensores saliendo a la calle, reuniéndose para ver si la familia va bien, o repitiéndonos por activa y por pasiva ignorancia que Dios creó la familia tradicional, son los que en realidad la atacan y la destruyen, intentando reforzar el poder de la Bestia a la que realmente sirven.

Cómo último ejemplo de lo devastador que es el patriarcalismo heterocentrista para sus propios adoradores, basta reflexionar sobre los roles de género que se imponen en las relaciones que ellos llaman idóneas o naturales, es decir las relaciones heterosexuales. Y estas maravillosas y perfectas relaciones, que lo son por la única razón de estar formadas por personas de distinto sexo, se caracterizan en mayor o menor medida por su asimetría. Una asimetría no elegida, sino inducida por la educación y las presiones sociales, que favorece el maltrato que sufren muchas mujeres. Seguir a la Bestia mata, y no en sentido figurado, por eso tienen mucho que enseñar quienes han sido sellados por Dios, aquellos y aquellas que no basan sus relaciones en la diferencia de géneros, sino en la igualdad y el respeto en todos los ámbitos, sin necesidad de que el sexo con el que nacemos nos obligue a cumplir un rol determinado en cada momento de la vida.

La quinta trompeta hace aparecer en escena a Satán, el exterminador, que hace subir del abismo una humareda que entenebrece el sol y el aire, y más tarde una plaga de langostas dispuestas a aniquilar a quienes no están marcados con el sello de Dios. Como resume Xabier Picazza: “Frente al Dios que crea y construye, ha querido elevarse el que descrea y destruye, en tormento interior de violencia[1]”. La sexta trompeta da paso a la masacre de un tercio de los seres humanos por obra de monstruos mitológicos. Es una gran guerra donde los fieles se encuentran protegidos, pero donde muchos violentos sufren la muerte. Y aunque parezca increíble, el Apocalipsis explica como los infieles, los seguidores de la Bestia que no fueron exterminados, no cambiaron su conducta, ni se arrepintieron de sus delitos.

El profeta Juan, y la propia experiencia, ayudan a percibir la discriminación que sufrimos las personas lgtb como diabólica. Es decir, como una fuerza maligna que no tiene un origen claro, sino que parece impregnarlo todo alrededor nuestro. Esta fuerza ciega a sus seguidores, haciéndoles vivir en un mundo tenebroso que no es real, les oscurece el entendimiento, impidiéndoles ver como es la creación divina. Por eso no pueden aceptar la diversidad, porque están ofuscados por prejuicios e intereses. El aire que respiran ha quedado viciado por las tinieblas que surgen del infierno en el que han hecho vivir a muchas personas lgtb, desde esos infiernos de exclusión, se vuelve contra ellos la personificación de la maldad homofóbica para dejarlos sin vida. Su adoración ciega y tóxica al Imperio patriarcal y heteronormativo ha hecho de su mundo un lugar inseguro para ellos mismos. Un final terrible se aproxima, el mal les va haciendo mella y les ataca sin piedad. Su mundo poco a poco se dirige a la destrucción.

La hecatombe total está próxima, pero hay muchos que se resisten a reconocer que Dios ama a toda su creación tal y como es. Aunque caiga a trozos todo aquello que hasta hoy creían evidente, se niegan a rectificar, prefieren mantener sus delitos, aunque sea en pequeños guetos de homofobia, con la esperanza de poder reconstruir algún día el Imperio de odio que adoran. Es asombroso verlos aferrados a estructuras, ideologías o teologías, que han mostrado con creces su incapacidad de responder a la realidad. Saben bien que van contra la evidencia, contra el ser humano y contra Dios mismo, pero se empecinan en seguir su camino hacia la muerte. La victoria final de los escogidos de Dios está próxima, sólo hay que mantener la esperanza, sólo hay que estar alerta para no quedar atrapados en la destrucción a la que está abocado el Imperio de la Bestia.

Y cuando aguardamos a que se escuche por fin el sonido de la séptima y última trompeta, el Apocalipsis nos mantiene a la espera para hablarnos de dos visiones, en la última nos muestra como dos testigos/profetas son asesinados por la Bestia y puestos a la vista de todos los habitantes de la ciudad llamada Sodoma y Egipto. Ellos se alegrarán de su muerte porque su profecía ya no los condena, pero finalmente Dios mismo les reivindica, y como a Jesús, les hace subir al cielo en una nube.

No es fácil, aunque la esperanza esté viva, no será sencillo acabar con la lgtbfobia. El Apocalipsis nos da coraje, nos hace ver que no hay otro fin que la victoria si realmente creemos y confiamos en un Dios de justicia, pero también nos recuerda que Jesús mismo tuvo que entregar su vida para que sea posible otra nueva creación del ser humano. Y los profetas, los testigos del Dios inclusivo, deben ser conscientes de que las cosas no caerán del cielo, sino que su vida tiene que ser, en la medida que cada uno pueda, un ejemplo de resistencia y denuncia de los atropellos con los que el Imperio de Satán pretende someter a los seguidores del Cordero. Resistencia y denuncia son imprescindibles para hacer patente que el mundo heteronormativo no es voluntad divina, y eso siempre tiene un precio. La exclusión, la invisibilización, la caricaturización, la patologización de las personas lgtb, y muchas otras armas similares, han sido utilizadas, y lo seguirán siendo, por los adoradores de la Bestia para destruirnos. Puede ser que por un tiempo lo consigan, pero al final, nuestro redentor vendrá a darnos vida. Esa es nuestra esperanza, desde la que debemos actuar hoy.

Y con esa confianza, estamos ya preparados para oír la séptima trompeta y las voces del cielo que anuncian que el reino de Dios ha quedado establecido, un reino que nunca acabará. Sólo la esperanza nos permite oír lo que nuestros ojos no ven, pero nuestro corazón anhela, el reino definitivo de igualdad, amor y libertad donde todas y todos podamos ser quienes realmente somos. Esa es la promesa de Dios, y nuestra confianza.
                                                                                                                          
                                                                                                                           Carlos Osma




[1] Picazza, X. “Apocalipsis” (Editorial Verbo Divino. Navarra, 2010), p.121

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