Eva y Adán. Libertad y Poder

Aunque cueste reconocerlo, la historia de Romeo y Julieta, retocada con el “happy end” de Hollywood, ha ocupado el lugar que tenía en nuestro subconsciente el mito de Adán y Eva. Y es que, más allá de la preciosa historia de amor, Romeo y Julieta es un canto a la libertad del ser humano por encima de lo social o religiosamente establecido. Así lo han vivido no sólo los Capuleto y los Montesco, sino también las primeras parejas interraciales, muchas parejas interreligiosas, o Paulina y Encarnita que, después de haberse jubilado y tras llevar más de treinta años juntas, han podido darse recientemente el tan deseado sí, quiero.

A pesar de esto, volviendo a releer los primeros capítulos del Génesis, me he dado cuenta que la meditación sobre la libertad estuvo tan presente en el momento en que se escribió el relato bíblico, como lo estuvo en la mente de Shakespeare en su Romeo y Julieta, y de como dicha libertad es necesaria en la actual Iglesia del siglo XXI. Me refiero concretamente al texto: “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn 3: 2-5)*.



Muchas veces he oído interpretar este texto diciendo que ante esta tentación la mujer y el hombre pecaron desobedeciendo las normas que habían recibido del mismo Dios. En esta visión Dios es básicamente texto legal que hay que obedecer ciegamente, y el concepto de pecado queda reducido a equivocarse no cumpliendo las claras y sencillas pautas que Dios nos ha dicho de su propia boca. De esta forma lo que separa al hombre de su Creador es su imposibilidad de actuar correctamente. De elegir el mal en vez del bien.

Pero más que desobedecer cogiendo o no de un fruto, más que ofender haciendo esto o aquello, este texto nos habla con más profundidad sobre el pecado humano.  Y claramente lo define como el deseo de ser como Dios, de saber y poseer el bien y el mal. Y en un mundo donde cada grupo y cada religión tienen sus propios árboles plantados a los que prohíben acercarse, descubrir que el verdadero árbol está en el corazón del ser humano, es para mí toda una revelación. A muchos puede sorprender mi última afirmación, pero acostumbrado desde niño a escuchar desde algunos púlpitos, o más recientemente desde federaciones o alianzas, cuál era con exactitud la clara doctrina, qué era lo bueno y qué lo malo… descubro ahora que el verdadero pecado era creer poseer todo este conocimiento.


Pero voy un poco más allá porque, como bien es sabido, el conocimiento es poder, y el que posee la “verdad” puede ser como Dios, diciendo al mundo cómo puede y debe comportarse y anulando la libertad del prójimo. Al final el otro no importa para nada, no necesitamos conocerle ni acercarnos a él, lo rechazamos por no ser fiel a la “verdad”.

Dice el cuarto evangelio que conoceremos la Verdad y ésta  nos hará libres. Y de esta forma muchos se defienden diciendo que la “verdad” no es suya sino dada por Dios o encontrada en la Biblia y que ellos simplemente obedecen. Bien pueden decir esto o algo similar porque las formas de esconder el deseo de poder de algunos son variadas. Pero sería bueno tener en cuenta que la verdad no es esta o aquella afirmación, para nosotros los cristianos la Verdad es Jesús de Nazaret. Y a la Verdad, a Jesús, se le conoce, se le sigue, no se le posee.

Creo que un buen indicio de estar en camino, en seguimiento de esta Verdad, es que somos más libres. Esta libertad no sólo se vive, sino que también se promueve respetando más a todos los seres humanos, sus decisiones, sus aciertos, sus errores…y reconociendo que todos nosotros podemos coger el fruto equivocado, este no es el precio, sino la grandeza de la libertad.

Descubrimos el falso evangelio en la búsqueda de poder, en la posesión de la verdad absoluta, en la falta de respeto al prójimo, en la opresión de una doctrina. Descubrimos a Jesús en el camino, en el dolor, en el hermano, en la alegría, en el amor. Necesitamos descubrir en nuestro entorno, en nuestras iglesias y en nosotros mismos el Espíritu de Jesús, porque donde está su Espíritu que es amor, mansedumbre, templanza, negación de uno mismo, justicia… allí hay libertad.

         Carlos Osma


Artículo publicado en la revista Lupa Protestante en Octubre del 2006

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