En la mente de algunas personas, cuando se habla de lesbianas o gays siempre se piensa “en los otros”, que además viven aislados, todos juntos en un mundo lejano que no tiene nada que ver con el suyo. Pero este intento de aproximación a la realidad homosexual es simplemente absurdo. Los homosexuales, como cualquier hijo de vecino, viven en relación con muchas otras personas, y son éstas las que de una u otra forma se convierten a veces en víctimas del odio.
Si digo que a muchos padres de homosexuales se les ha enseñado que deben rechazar a sus hijos mientras éstos no se alejen de sus “tendencias homosexuales”, algunos me dirán que estoy exagerando. Siento decir que no es así. En numerosas ocasiones madres y padres, además de la vergüenza ante el que dirán, creen que su fe les obliga a escoger entre Dios y su hijo. Y como nos enseña la historia de Abraham, ofreciendo en sacrificio a su hijo Isaac, la elección correcta es bastante evidente.
Tristemente, a pesar de esta renuncia absurda y cruel, ellos también son inculpados. Los que condenan a los hijos también lo hacen con sus padres, convirtiéndolos en parte del pecado: “La culpa es tuya, has hecho algo malo, no has sabido educar a tu hijo”.
Multitud de homosexuales han sido empujados a casarse, intentando ser lo que se esperaba de ellos, o siendo engañados con montones de falsas promesas. Para comprobarlo les remito a un paseo por muchas iglesias o, sin salir de su casa, a ver las páginas Web de todas estas organizaciones pseudocristianas que dicen “curar” la homosexualidad. El premio para el luchador será una relación plena con una persona de distinto sexo.
Ni que decir tiene que esto es un verdadero tormento, pero no sólo para el homosexual, sino para su pareja. La sensación de no ser deseado, amado como uno merece, o el sentimiento de culpa por no poder cambiar al ser querido, es una tortura psicológica para cualquier persona.
Tampoco se detiene el odio ante los hijos de lesbianas o gays, la publicidad homófoba les convierte en seres imperfectos, faltos de referentes, carentes de un entorno adecuado o incluso con problemas afectivos. No importa la evidencia de la existencia de hogares en los que viven felices, es necesario hacerles creer que les falta algo.
A la hora de la verdad, el hijo de un homosexual sólo tiene que enfrentarse a un problema más que el resto de niños: el rechazo de los que quieren defender una situación injusta, que no se sostiene objetivamente. Le pese a quien le pese, y es triste tener que aclararlo, estos niños pueden ser muy felices. Sólo basta que sus madres/padres sepan darle amor y un entorno adecuado para su educación.
Podemos también hablar de las personas o comunidades que ven en la homosexualidad una muestra más de diversidad y riqueza en la creación divina. O aquellos que, antes de tomar una decisión que concierne a seres humanos, prefieren reflexionar y acercarse a su realidad para actuar después de la forma más evangélica posible. Sin duda alguna serán tratados de falsos maestros o de no reconocer la autoridad de la Biblia, de someterse a las ideas y los ídolos contemporáneos. Se hará un llamamiento para enfrentarse al peligro que sus ideas y actitudes encierran, o se llamará a la pureza del propio evangelio aunque esto traiga consigo una ruptura.
Pero mirando ahora las cosas desde otro lado, observo que los propios cristianos que condenan, que discriminan, que no tienen ningún interés en comprender realmente al homosexual, son también víctimas de su propia homofobia. Y la razón la encontramos en el evangelio. No podemos crear barreras con el ser humano, sin crearlas con Dios mismo. Cuando un cristiano rechaza a un homosexual, sin quererlo, se aleja del Dios al que pretende seguir. Las palabras de Jesús son lo suficientemente claras:”…Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o falto de ropa, o enfermo o en la cárcel, y no te ayudamos? El Rey les contestará: ‘Os aseguro que todo lo que no hicisteis por una de estas personas más humildes, tampoco por mí lo hicisteis” (Mt 25:44-45).
Las iglesias mismas también son afectadas, pues en su cruzada contra los homosexuales vuelven a perder credibilidad. Y digo vuelven, porque en la historia de la Iglesia hay una sucesión de condenas y errores, que han hecho que su voz ya no tenga demasiado interés en los países occidentales: apoyo de regímenes injustos, justificación de guerras, potenciación del antisemitismo, esclavismo, racismo, machismo…. ¿Será la homofóbia otra de las inmoralidades que tendrá que cargar a sus espaldas?
Y por último, Dios tampoco se escapa, si Él es el origen de todo amor, como explicar a las personas que conocen a parejas homosexuales que se aman, que Dios les ha dado esta capacidad, pero que deben renunciar a ella. ¿No es este Dios caprichoso y cruel? ¿Es que desea producir dolor al ser humano, hacerle sufrir? En este Dios ¿Quién quiere creer?...Ante este Dios que muestra la homofobia ¿Quién no perdería la fe?
Carlos Osma