¿Hacia dónde vamos?



El movimiento, o mejor dicho, los movimientos de cristianos homosexuales en nuestro país están ante una encrucijada. No hay que ser muy listos para darse cuenta de que algunos caminos ya están agotados, y otros se han quedado cortos para responder a las nuevas circunstancias en las que vive el colectivo LGTB, y que nada tienen que ver con las de hace sólo una década. Por eso urge buscar y encontrar otras estrategias que partan de nuestras propias necesidades, y no seguir encallados intentando transformar unas estructuras cristianas heterosexistas, y a menudo homófobas.

Se ha trabajado mucho, y se ha conseguido avanzar. Hemos logrado visibilidad, y concienciar a muchos creyentes de lo alejado que está del evangelio la discriminación por orientación sexual. Ahora no estamos ni solos, ni escondidos, y aunque debemos valorar lo conseguido y seguir utilizando parte de las energías en la transformación de nuestras comunidades, nos estaríamos engañando si pensamos que la normalización se conseguirá a corto o medio plazo. Ni siquiera la IEE(1), que es la iglesia que ha sido más sensible a nuestras reivindicaciones, está preparada para hacerlo en los próximos años. Las instituciones tienen un ritmo propio que por muy lento que nos parezca, hay que respetar.

Pero de la misma manera, pienso que es necesario dejar de mirar a las iglesias, para preguntarnos hacia dónde vamos nosotros ahora. Ser capaces de actuar como personas adultas, dejando de buscar la aceptación eclesial. Hasta que no hagamos esto, estaremos recorriendo un camino equivocado. Por muy homosexuales que seamos, nuestra fe cristiana exige otras cosas más importantes. No digo que trabajar por una comunidad para todos no lo sea, pero cada vez estoy más convencido de que nuestra fe nos dirige hacia un lugar distinto en este momento.

Hace dos semanas se celebró en un pueblo de Tarragona un encuentro de familias lesbianas y gays. La convocatoria fue un éxito, muchas familias no pudieron asistir por falta de plazas. Me comentaba una de las organizadoras, que desde hace un par de años el número de lesbianas y gays con hijos se ha multiplicado por cuatro, y que la tendencia continúa. Cuando salió a relucir que era cristiano, me miró con cara de sorpresa y me dijo: “yo nunca llevaría a mi hija a un lugar donde me discriminan, yo jamás la llevaría a una iglesia”. Aunque tuve que darle la explicación de turno, me di cuenta de que las iglesias jamás podrán llevar el mensaje de salvación a nuestras familias, su ambigüedad hace que el mensaje de amor incondicional de Dios se pierda por el camino. ¿Qué le dice a las asociaciones de homosexuales cristianas todo esto?


Intentando responder a las nuevas circunstancias en la que vive el colectivo LGTB de nuestro país, algunos cristianos han recuperado una idea que hasta hace sólo unos años era descabellada: crear una iglesia inclusiva. La iniciativa, lejos de las extravagancias a las que algunos nos tienen acostumbrados, parece que puede ser una realidad antes de final de año. Veremos entonces como se han desarrollado los acontecimientos y si el proyecto se lleva a buen término. Si en otros países la existencia de comunidades ecuménicas inclusivas ha sido posible, comprobaremos si en un país con tan poca experiencia en este aspecto, también puede lograrse. Aunque no fuera así, deberíamos animar esta iniciativa que, desde entornos mayoritariamente católicos, pretende cubrir las necesidades espirituales de tantas y tantos homosexuales.

De todas formas pienso que las asociaciones cristianas de gays y lesbianas son las más indicadas para ocupar el lugar que ninguna iglesia se ha atrevido a ocupar todavía. Todas ellas hacen un trabajo incansable de normalización dentro y fuera de las iglesias, pero hoy se necesita más, la comunidad LGTB necesita urgentemente de una labor pastoral y de evangelización. ¿Por qué no atreverse por ejemplo a hacer celebraciones regulares cada domingo, o salir a compartir el mensaje de perdón y reconciliación al resto del colectivo homosexual, a casar, bautizar, u ofrecer entornos de normalización a las familias lesbianas y gays en el que poder educar a sus hijos en la fe?. En definitiva, ¿por qué insistir en que esto sólo lo pueden hacer las iglesias institucionales, sin atreverse a ser una verdadera comunidad cristiana?. ¿Por qué renunciar al papel al que creo las empuja el Espíritu Santo?. Todo esto no anularía el trabajo que se está haciendo hasta ahora, simplemente pretende completarlo.

Jeremías escribió una carta a los israelitas que estaban en el exilio babilónico y esperaban que Dios actuase rápidamente haciéndolos volver a su país. En ella les decía que tenían que estar preparados, que la estancia en el desierto sería larga. Probablemente una carta que tiene mucho que decirnos hoy a los cristianos homosexuales de este país: “Así dice el Señor todo poderoso, el Dios de Israel, a todos los que hizo salir desterrados de Jerusalén a Babilonia: ‘Construid casas y estableceos; plantad árboles frutales y comed de su fruto. Casaos, tened hijos e hijas, y que ellos también se casen y tengan hijos. Aumentad allá en número, y no disminuyáis.  Trabajad en favor de la ciudad a donde os desterré y pedidme por ella, porque del bienestar de ella depende el vuestro.  Yo, el Señor todopoderoso, el Dios de Israel, os advierto esto: No os dejéis engañar por los profetas y los adivinos que viven entre vosotros; no hagáis caso de sus sueños. Lo que ellos os anuncian en mi nombre es mentira. Yo no los he enviado. Yo, el Señor, lo afirmo.’ (3).

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