Aunque algunes vivamos cómodas en nuestra burbuja cristiana, formando parte de comunidades donde lo queer es un valor que suma a todos, la realidad de la inmensa mayoría de cristianas queer pasa por otro lugar: por la influencia de discursos, teologías, prácticas y experiencias que las denigran. Y eso no lo deberíamos olvidar. Aunque algunes se sitúen por encima del bien y del mal, o lo que es peor, de la realidad, para decirnos que ya tenemos todo lo que queríamos, que bajemos la voz y que respetemos a quienes piensan diferente a nosotres, tendríamos que levantarla aún más para decirles que no, que no queremos un trozo de pastel, que lo queremos todo, y para todes. Y que cada uno puede pensar lo que quiera, y cuanto más diferente a nosotras mejor, pero no estamos dispuestes a que sus pensamientos impacten negativamente sobre nuestros derechos, nuestra dignidad, nuestra fe: sobre nuestra vida.
Sí, en nuestra burbuja cristiana este discurso es todo menos cristiano, y se basa en la ignorancia sobre el ser humano y sobre la Biblia. Pero en la realidad de muchas cristianes hoy, es la Verdad bajada del cielo y revelada por profetas como Itiel Arroyo: «Renuncio con dolor a acostarme con otras mujeres, a ser adúltero. Renuncio a esos deseos porque he encontrado un deseo superior que es Jesucristo. De la misma forma que yo renuncio a esas cosas que deseo, la gente que tiene atracción hacia personas del mismo sexo, debe plantearse: ¿estoy dispuesto a renunciar a este deseo por amor a Jesús? Jesús puede ser suficiente para ti».
Y podemos reírnos al escucharlo, y decirle a Itiel Arroyo que los pactos en su matrimonio deberían también incluir a su mujer. O jugar al psicoanálisis barato como él -aunque intuyo que nos saldrá caro- e invitarle a sentarse en un diván para descubrir cómo ha construido él ese deseo superior al que llama Jesucristo -no vaya a ser una proyección de sus prejuicios-. Podemos enfadarnos y preguntarnos de dónde se saca este señor que Jesús quiso que las personas queer renunciáramos a mantener relaciones afectivas sanas, saludables y activas, por amor a él -o si más bien lo que pretende es que renunciemos nosotras para no tener él que renunciar al literalismo bíblico, y que su teología desfasada pueda seguir manteniéndose en pie-. O relativizarlo todo, y decir que la culpa en el fondo no es de Itiel Arroyo, que personas como estas siempre las ha habido y siempre las habrá, sino de quienes están dispuestes a hacerle caso. Pero estaríamos pasando por alto hasta qué punto influye el entorno de las personas que escuchan a estos predicadores de la queerfobia, y como puede impactar en sus relaciones familiares, de amistad, o incluso laborales, el oponerse a estos discursos.
Donde yo he dicho Itiel Arroyo, estoy convencido de que entre todas podríamos decir decenas, cientos, miles de nombres de cristianos católicos, ortodoxos, evangélicos, con el mismo discurso. Y únicamente necesitamos multiplicar el número de esos nombres por diez, por cien, para entender la magnitud de dolor que ha producido y sigue produciendo el discurso queerfóbico fundamentado en el pseudocristianismo fundamentalista. Aunque lo importante no es poner un número, sino caras, porque la cosa se entiende mejor cuando una persona te mira a los ojos para explicarte su sufrimiento por no poder liberarse del odio que estos profetas han introducido dentro de ella.
Nuestra burbuja cristiana queerfriendly seguro que no ha sido fácil de construir, ni de mantener, pero las burbujas acaban siempre por explotar, y nos dejarán en algún momento a la intemperie. Por eso es importante construir sobre roca, con estructuras firmes y resistentes, a prueba de terremotos y huracanes integristas y fundamentalistas. Y para eso es imprescindible la apertura, los brazos abiertos de la inclusión de quienes han sido expulsados de otras comunidades, el botiquín del evangelio del amor para curar las heridas, la fraternidad para que todes seamos una. Pero también es necesaria la denuncia, no podemos mantenernos calladas ante el daño que la mayor parte de las comunidades cristianas, guiadas por personas profundamente queerfóbicas y que dan cobertura a influencers del odio, están generando en tantas y tantas personas.
Si Itiel Arroyo -o cualquier otro- necesita apelar al Jesucristo queerfóbico que se ha construido para no ser infiel a su mujer, nosotres le respetamos, es su decisión. Pero que a eso no le llame evangelio, ni lo imponga como un modelo a seguir para las personas queer. Para nosotres el evangelio pasa por la libertad, por la comunidad de la diversidad, por el Jesús que Ɐmaba a uno de sus discípulos, por el Jesús que nos ama a todes sus discípules y no nos exige sacrificios absurdos como renunciar al sexo o al amor. Lo que predican personas como Itiel Arroyo no es evangelio, tiene un nombre: odio. Y si con algo deberíamos ser intolerantes las cristianas, es con el odio.
Carlos Osma
El Discípulo Que[er] Jesús ∀maba
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