Sé que hay muchas razones para no escribir un artículo dando mi opinión sobre el cartel que ha creado el artista Salustiano García para la Semana Santa de Sevilla 2024. Pero sobre todo hay tres que, si fuera prudente, me obligarían a dejar de pulsar en este mismo instante las teclas del ordenador: desconozco por completo la obra de Salustiano, no tengo conocimientos de arte ni para realizar un análisis superficial del cartel, y por último, mi tradición protestante hace que me quede lejano todo eso de cofradías, hermandades, procesiones, imágenes, el paño del Cristo de la expiación, o las potencias del Cristo del Amor. Sin embargo, me tomo la libertad de hacerlo, porque como dijo el propio Salustiano en la presentación del cartel: «una obra no necesita ser explicada, debe hablar por sí misma», y a mí la obra de este artista me evoca varias cosas.
Por otra parte, aunque las heridas del costado y de su mano izquierda son mínimas —parecen casi curadas— no es menos cierto que siguen ahí. El Jesús resucitado de Salustiano, fue previamente crucificado. No se resucita de la vida, sino de la muerte. Pero creer hoy en la resurrección no es una cosa fácil. Cuenta el mismo Salustiano que el cartel refleja mucho de la experiencia que tuvo cuando a los doce años contempló el cuerpo de su hermano muerto transmitiéndole serenidad y dulzura. Y deduzco que muestra también el anhelo de resurrección, de volver a ver algún día a su hermano. Un anhelo que creo es universal, más allá de la fe o la falta de fe que profesemos, de si pensamos que es posible o simplemente es una forma de autoengañarnos: a todes nos gustaría volver a encontrarnos algún día con personas que amamos y que han fallecido. Y la mano del Jesús de Salustiano mostrando sus heridas, parece invitarnos, como hizo el Jesús del Cuarto Evangelio con su discípulo Tomás, a creer que la resurrección, que ese encuentro, es posible: «Bienaventurados los que no vieron y creyeron» (Jn 20,29). A la esperanza de que «la última palabra en la vida no la dirá la muerte, ni la violencia, ni el nihilismo, sino que quien cerrará la historia -la nuestra y la del mundo- será Dios y lo hará en la justicia y la misericordia»[1].
No sé si la obra de Salustiano es más reflejo de una fe inquebrantable ante la multitud de evidencias que indican que esa fe es una locura, o de esperanza a pesar de toda la desesperanza que hay hoy a nuestro alrededor. Probablemente contenga ambas, eso es lo que me transmiten las marcas de la crucifixión que parecen estar a punto de desaparecer. Es como si nos anunciaran que el milagro está a punto de consumarse, y que la esperanza se hará realidad al fin. En un mundo donde nos sentimos amenazados, desconcertados, incluso con cierta resignación ante las barbaries e injusticias de las que somos testigas cada día, el Jesús de Salustiano parece recordarnos que el final no lo decidirá nadie más que él. Cuesta creerlo y confiar en que así sea, cuesta integrarlo en nuestro día a día para promover la justicia a nuestro alrededor, quizás por eso el Jesús resucitado de Salustiano nos lanza, a quienes observamos el cartel, una mirada dulce pero firme. Una mirada penetrante de amor, de serenidad, pero no una mirada que infantiliza, sino que nos hace partícipes de su misión. La mirada de Jesús es la distancia más corta entre nosotros y el prójimo, porque en sus ojos también están reflejados.
Es evidente que el cuerpo de Jesús pintado por Salustiano no pretende recrear el de un hombre judío del siglo primero, no es la vía del hiperrealismo la que ha escogido para representar su obra, ni ha tratado de invitarnos a hacer un viaje al pasado para llevarnos ante el Jesús histórico, o incluso bíblico. Su modelo ha sido su hijo Horacio, en él ha encontrado la inspiración para tratar de transmitirnos su fe y su esperanza en un Jesús cuya resurrección muestra el amor de dios. Esa es una de las cosas más bellas que he encontrado en la obra, porque muestra la convicción de que lo cotidiano, lo que tenemos más cerca, puede ayudarnos a entender lo eterno. Que no es en la letra, ni en una perfecta teología, ni en ninguna ley donde aprenderemos cómo es el amor de dios, sino que es en el amar y en el sentirnos amados donde se nos abren los ojos para vislumbrar, de forma imperfecta, a ese dios que nos llama a la fe y a la esperanza en la resurrección. Porque la muerte no es un regalo, no es el propósito de dios, sino que la vida es su regalo. Esa esperanza es la que celebramos les cristianes en Semana Santa, y agradezco a Salustiano que con su cartel, nos lo haya recordado.
Carlos Osma
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[1] Enric Capó, Per què i per a què sóc cristià, Madrid: Fundación Federico Fliedner 2011, p. 67.