Frente a la amenaza Voxpopular

 


Hoy, mientras tomaba el café de la mañana viendo las noticias, me he enterado de que el Partido Popular ha pactado con el partido de ultraderecha Vox la presidencia de la Comunidad Valenciana. En el reparto Vox se ha llevado, además de la consejería de Agricultura, las de Educación y Asuntos Sociales. Que un partido xenófobo, LGTBIQfóbico, y que pretende derogar la Ley de Violencia de Género, haya conseguido estas consejerías es una derrota para todas las que trabajamos por una sociedad más igualitaria, justa, y decente. De eso no hay duda alguna. Además, es el nodo de la película en blanco y negro que veremos los próximos cuatro años si los Voxpulares ganan las elecciones generales en España el 23 de julio.

Quienes de forma más descarada trabajan al servicio del poder económico de este país, ese que pretende la liberalización económica absoluta, la perdida de cualquier protección social, y la explotación de los trabajadores para obtener aún más beneficios, son quienes vencen en el discurso mediático que los propone como salvadores de las clases medias y bajas. Quienes prefieren a las mujeres en casa, calladas, sin posibilidad alguna de decidir sobre su sexualidad o sobre su cuerpo, a menos que tengan el poder económico para hacerlo, claro. Quienes rechazan a las personas por su color, procedencia, idioma, religión, a menos que su billetera los convierta en españolitos de toda la vida. Esos, sí, esos, se han convertido para muchos en los defensores de la moral cristiana católica, y los adalides de la sociedad evangélica que muchos anhelan. La manera en la que en los últimos años entidades católicas y evangélicas han blanqueado a este partido ultraderechista, dándoles voz, es absolutamente vergonzosa.

Pero bueno, no han sido únicamente ellas, los medios de comunicación lo han presentado como un partido como cualquier otro. O más bien, como un partido de reforma de lo políticamente correcto, una reacción frente a los progres, feminacis, la ideología de género y los maricones. Desviando el foco de lo que es realmente este partido: un partido de élites económicas que protege sus derechos y a los que, en el fondo, les importa un bledo todo lo demás.  Así que no es complicado encontrar entre sus votantes, o incluso dentro de sus propias filas, a gais con una homofobia interiorizada que clama al cielo, y a los que les importa un bledo los derechos del colectivo LGTBIQ porque ellos ya tienen el culo a salvo. O a politicuhas para las que la política es un medio para conseguir poder, y están dispuestas a todo para lograrlo, aunque ayer defendieran los derechos de las mujeres y hoy tengan que llevárselos por delante. También es cierto que un porcentaje de sus votantes lo hacen porque sienten que quienes amenazan su trabajo, la educación de sus hijas, o la convivencia, son los migrantes, cuando en realidad son quienes, como la ultraderecha de Vox, apuestan por una sociedad del sálvese quien pueda, y trabajan por desmontar todo el sistema del bienestar de la mano del Partido Popular. Que los partidos de izquierda no hayan sido capaces de llegar a estas personas, tiene que ver con su aburguesamiento, las batallas internas continuas, y los casos de corrupción, algo que no les ha ayudado a mostrarse como una alternativa creíble para resolver las dificultades de las clases trabajadoras.

La semana pasada se hizo viral la brutal agresión en el metro de Barcelona de un energúmeno a una mujer transexual porque le pareció que no se estaba comportando como dios manda. Que esta persona se atreviese a agredir a esta mujer a plena luz del día en un vagón lleno de gente, muestra hasta qué punto la impunidad de los discursos de ultraderecha impactan en las vidas de migrantes, mujeres, trans: en la vida de toda aquella persona que no se somete al lugar que ha escogido para ella el patriarcado. Son una minoría quienes nos quieren hacer volver a las catatumbas, al silencio, a la vergüenza, eso no lo deberíamos olvidar. Pero son demasiados los que les dan cobertura, o se quedan en silencio. 

Esta mañana, mientras tomaba el café, me preguntaba qué estrategia deberíamos seguir nosotres, para no dar un paso atrás a la hora de pedir una sociedad más justa e igualitaria, pero no encontraba respuesta. Después del café, salí de casa para ir al trabajo y, en el camino, delante de mí dos hombres jóvenes caminaban de la mano. Siempre me da envidia cuando veo algo así, porque hacen con naturalidad lo que a las personas LGTBIQ de mi generación les cuesta tanto. Al llegar a una esquina se dieron un beso y se despidieron. Esa es la respuesta, pensé, no tener miedo, no doblegarse, no retroceder, sino darse la mano y un beso, esa es en el fondo nuestra revolución. Ocupar todos los espacios, la calle, las iglesias, los centros educativos, las entidades sociales, la cultura, y todas las instituciones políticas, para que quienes quieren imponer el odio no pueden hacerlo. No nos vamos a rendir, estamos aquí para pedir justicia y no desfalleceremos hasta que lo logremos. No nos vamos a rendir, porque no podemos, ya hemos estado en el mundo donde nos quieren llevar los Voxpopulares, los integristas, y los fundamentalistas, y para nosotras es inhabitable. No nos queda otra, no nos podemos rendir.


Carlos Osma

 

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