Es lamentable que haya personas que tengan que escoger entre su comunidad y su hija, y aunque suene a la trama de una lacrimógena novela de mediados del siglo veinte, esto sigue pasando hoy dentro de muchas comunidades evangélicas (ese es el nombre que usan para vergüenza del evangelio). Cuando una persona medianamente equilibrada se siente sometida a este chantaje, no hay duda ninguna, sale de esa comunidad pitando, ya sea pentecostal, bautista o católica. Las hijas se tienen para cuidarlas, para protegerlas, para que se sientan seguras y amadas, ese es el mandamiento primero de la paternidad o maternidad cristiana, musulmana, judía, agnóstica o atea. Cualquier otra reacción es no estar a la altura de la responsabilidad que asumimos cuando decidimos tener hijes.
Y es que las cosas se tienen que decir por su nombre, no es que no lo veas claro, que la Biblia dice tal o cual cosa, que creas que dios no quiera ver feliz a tu hija con su novia, que necesitas más tiempo. Lo que te ocurre es que has elegido Iglesia, no hija, que has preferido no perder lo que ella ha perdido, que has escogido no ser tan valiente y coherente como ella, que no puedes perder el entorno que te da una identidad, porque no has entendido -ahora lo veo claro- que tu identidad no te la da una iglesia, sino Jesús. Te has elegido a ti, pero renunciando a esa parte tan increíble que te hacía madre. Ha sido una traición en toda regla, y aunque tu hija hasta ahora te diga que te lo perdona todo, tengo que decirte, por experiencia, que eso no dura siempre, que al final, cuando madure, cuando conozca gente que la quiera, se alejará de ti. O mejor dicho, se dará cuenta de que te has alejado de ella, y ya no tendrá nada que explicarte.
La decisión ha sido tuya, la has tomado tú ahora, lo que venga después son solo las consecuencias. Al menos no la culpabilices a ella y sé lo suficientemente valiente para reconocer que has sido tú la que ha decidido abandonar a tu hija lesbiana. Sí, lesbiana, repítelo las veces que necesites, tu hija es lesbiana. Y lo has hecho para poder alabar al Señor, un Señor homófobo al que de verdad no sé donde has conocido, y que te ha traído hasta este triste momento, para dar este lamentable espectáculo, que la verdad nunca ha sido tu estilo. Si en ese Señor ves algo de Jesús de Nazaret, el de los evangelios, entonces es que lo tuyo ya es un caso perdido, que de verdad te han lavado la cabeza. Aún confío en ti, aún creo que esa joven que yo conocí hace treinta años, será capaz de coger el teléfono y pedir perdón a su hija, de ir a la Iglesia y despedirse, no sin antes decirles que su hija es un regalo de dios, un regalo lesbiano de dios, y que ese es el mejor regalo que le han hecho nunca.
No se puede aceptar la homosexualidad de un amigo, de un hermano, de una hija, y orar a dios para que los cambie. No se puede decir que se les quiere por partes, tratando de eliminar algo tan importante para elles como es su forma de amar. No puedes sentarte en su mesa, o invitarles a que se sienten en la tuya, si consideras que lo suyo no es una bendición de dios. No se les debería hacer chantaje emocional, diciéndoles que se les quiere cuando lo que se desea es que sean algo que no son, y cuando estarías dispuesta a que renunciasen a quienes aman para que tú puedas cantar feliz junto a ellos en la Iglesia. Pero sobre todo, no deberías mentirte a ti misma, no es por dios por lo que has elegido Iglesia, ni por amor, al menos a ellas, lo haces por amor a ti, para no tener que salir del entorno que te da sentido. Te has elegido a ti, tu seguridad, y en esa elección no has quedado demasiado bien ni como amiga, ni como hermana, y mucho menos como madre.
Espero que te vuelva la cordura, la rebeldía con la que te conocí, la fuerza de la que siempre has hecho gala, el amor con el que siempre has tratado a la gente que te importa. Espero que te vuelva la fe en dios, el que sacó a su hijo de un sepulcro donde los religiosos lo depositaron. Y que con esa misma fe de dios madre, te dispongas a cuidar, proteger, acompañar a una hija que esos a los que tú cantas con tu preciosa voz, quieren hacer sufrir, crucificar y meter en un sepulcro. Lo sabes, lo has visto con tus propios ojos, sabes que no tienen piedad. Tú eres su madre, compórtate como tal. Escoge a tu hija, escoge ser madre.
Carlos Osma
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