Soy un hombre no transexual

 


Soy un hombre, y cuando digo «soy» no me refiero a ninguna esencia, sino a que me etiquetó así el doctor que miró mi entrepierna a través de una ecografía meses antes de que yo naciera. Hoy, sin embargo, ser un hombre forma parte de mi identidad, no de mis genitales, no necesito tenerlos en cuenta para reconocerme como hombre, incluso podría modificarlos, extirparlos, o cambiarlos, y no cambiaría esa forma en la que yo me percibo. No es una etiqueta cualquiera, me otorga privilegios y desventajas, más de lo primero que de lo segundo, y nunca me ha producido excesivos conflictos, quizás porque he vivido en un entorno donde se puede ser hombre de formas diferentes.

No es la única etiqueta que me han endosado sin yo pedirla, pero está a un nivel diferente a otras. La vida es muy larga, y podrían ocurrir sucesos que me hicieran dejar de ser protestante, catalán o del Athletic de Bilbao (tampoco estas etiquetas están al mismo nivel), pero me cuesta pensar que en algún momento dejase de identificarme como un hombre, un hombre no transexual. Incluso si mi familia, mis amigos, el lugar donde trabajo, la iglesia a la que asisto, las leyes, o el Consejo General del Poder Judicial, hicieran todo lo posible para que no me identificara como un hombre, lo único que pasaría es que seguramente me produciría rupturas familiares, dolor emocional, dificultades económicas, o problemas legales, pero yo seguiría identificándome con esa etiqueta que un sexador de bebés me endosó. ¿Solo me pasa a mí?, creo que no.

Decir que mi identidad de género no es biología, no significa que pueda hacer con ella lo que quiera, y si algunas personas tienen esa habilidad, lo considero más una muestra de liberación que un problema. Decir que Dios no me hizo un hombre, que se lo debo más bien a un doctor, y a la fe inquebrantable de mis padres y de la sociedad en la que he nacido en las palabras de ese doctor, no cambia ni un ápice el hecho de que solo sé relacionarme con Dios desde mi manera de ser un hombre no transexual. Decir que soy un hombre, es decir que he asumido esa etiqueta sin mostrar excesiva resistencia, que me he adaptado por miles de razones que desconozco, a lo que se esperaba de mí, al menos, en cuanto a mi identidad de género.

No tengo ninguna razón para pensar que cuando hablo con una mujer o un hombre transexual, o con una persona no binaria, su identidad esté menos definida que la mía. Tampoco que esté determinada por lo que haga con sus genitales, que alguien la pueda cambiar con una terapia, que no pueda relacionarse desde su propia identidad con Dios, que no pueda desear en esta vida cualquiera de las cosas que yo deseo, o que no deba estar igualmente protegida legalmente como la mía. ¿Por qué un niño trans no puede recibir una educación que respete su identidad como uno que no lo es? ¿Por qué una niña no trans puede poner en su DNI que es una niña y una niña trans necesita un informe médico? ¿Por qué una persona no binaria está obligada a identificarse legalmente como hombre o mujer? ¿Por qué una niña trans está confundida y mi hija no? ¿Por qué una mujer trans es una amenaza para las mujeres no trans y no puede acceder a los espacios que se reservan para ellas? ¿Por qué las identidades trans o no binarias están menos protegidas que las identidades religiosas? ¿Por qué un grupo de personas no trans del Consejo General del Poder Judicial ven una amenaza que las personas trans tengan los mismos derechos que ellas?

Me resulta también incomprensible que desde muchos entornos religiosos se hable del amor de Dios por las mujeres y hombres no trans, y de terapias, castigos y limitación de derechos, para las personas no binarias, y las mujeres y hombres trans. O que desde algunos espacios feministas se le tema más a niños y niñas trans que al propio sujeto privilegiado del patriarcado. Me escandaliza que muchos medios de comunicación solo hablen del cuerpo de las personas trans como un objeto que debe ser cambiado, y no hagan referencia a que contiene la misma salud y la belleza que el de una persona no trans. Me aburre cuando escucho a profesionales de la educación desconcertados porque no saben cómo dirigirse a alumnes no binaries, como si estes fueran incapaces de decirles cómo quieren que se les trate si se lo preguntan. Pero me alegro cuando veo a una ministra decidida a aprobar una ley que proteja los derechos de todas las identidades, a pesar de encontrarse con tanto miedo, ignorancia, y en algunos casos maldad.

Soy un hombre no trans, y vivo en una sociedad donde hay otras identidades diferentes a la mía, y otras más que seguro aparecerán. Rechazo las ideologías que pretenden jerarquizar las identidades de género, privilegiando unas y dañando a otras. Como cristiano, prefiero actualizar la propuesta del apóstol Pablo: «no hay hombre ni mujer, ni trans ni no trans, ni no binario ni binario, porque todos sois uno en Cristo». Pero no para negar que esas identidades existen, sino para indicar que hay una identidad por encima de todas ellas: esa que genera el amor de Dios. Por eso, apoyo las propuestas e ideologías de quienes miran a otras personas desde la empatía. No me importa su fe o su falta de fe, sino la justicia que promueven para todes, todas y todos.

 

Carlos Osma

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