Los ataques de odio hacia el colectivo LGTBIQ han aumentado en los últimos años, así como la intensidad de la violencia, eso es lo que dicen los distintos observatorios contra la LGTBIQfobia. Se sienten impunes, ayer mismo un grupo neonazi se manifestaba en el barrio de Chueca de Madrid al grito de «Fuera sidosos de Madrid. Fuera maricas de nuestros barrios». Evidentemente esto no ocurre por arte de magia, los discursos de la ultraderecha, o de los fundamentalismos religiosos, ofrecen un marco ideológico que los alienta. Recordemos declaraciones como: «Si realmente se quiere defender a los niños, no hay que defender a los niños homosexuales, si es que existe semejante cosa, o los niños trans» (Alicia Rubio, diputada de Vox en la Asamblea de Madrid), «Nos preocupa que el ejercicio de una opción de vida desde la orientación homosexual se confunda cada vez más con un derecho humano fundamental» (Comunicado de la Alianza Evangélica Española), «La persona homosexual que libremente quiera, siendo mayor de edad, o si es menor de edad con el permiso de sus mentores legítimos, puede buscar sanación espiritual» (Reig Plá, obispo católico de Alcalá), «La propuesta de ley trans dañaría gravemente los derechos de las mujeres en las cárceles. España bajo la dictadura LGTBI» (Con mis hijos no te metas).
Es lamentable que muchas iglesias se identifiquen con los postulados de la ultraderecha. Los analistas políticos perciben que muchos católicos y evangélicos son votantes de Vox. Partido al que las instituciones y entidades cristianas invitan a sus foros y mesas redondas como si fuera un partido político más, blanqueando su discurso de odio, cuando jamás han invitado a representantes de los colectivos LGTBIQ que defienden los derechos y la dignidad de millones de personas. En muchos temas, es ya muy difícil diferenciar entre el discurso de Vox y el de los representantes religiosos. Puede parecer incomprensible que tantos cristianos coincidan con posiciones tan alejadas del evangelio, pero esto no ha ocurrido de la noche a la mañana, claro, las instituciones evangélicas y católicas llevan décadas identificando el cristianismo con la defensa de una moral concreta, en vez de con el seguimiento del evangelio. Es increíble que no hayan sabido entender la diversidad, que no hayan conectado con la injusticia que padecen las personas LGTBIQ. Para mí, esto es aún más incomprensible en el movimiento evangélico, una minoría atrapada en las redes del literalismo.
Hasta ahora las disidencias católicas y evangélicas que apuestan por el reconocimiento de los derechos de las personas LGTBIQ y la integración en sus comunidades, han tenido que defenderse ante los ataques de las instituciones LGTBIQfóbicas que las representan pidiendo respeto y apelando a la libertad de conciencia. Pero en este momento creo que nuestras convicciones cristianas, nuestra firme convicción por el respeto a la vida, nos exigen algo más. Es ahora urgente la denuncia de quienes utilizan el nombre de dios para promover el odio con sus discursos. Dejar de callar, y llamar diabólicos, inhumanos, indignos, origen de dolor y muerte, a todos estos discursos LGTBIQfóbicos que se realizan poniendo buena cara y haciéndolos pasar por cristianos. Exigiendo a quienes los hacen y los promueven: «Dejad de hacer lo malo, aprended a hacer el bien, buscar el derecho, socorred al agraviado, haced justicia»[2]. Si no queremos ser cómplices, tenemos que levantar la voz, llamando al arrepentimiento y exigiendo la vuelta al evangelio de Jesús, al amor y la fraternidad, abandonando todo odio. Haciendo después un análisis de por qué este odio ha impregnado de forma tan generalizada nuestras comunidades, para evitar que pueda volver a hacerlo con muchos otros.
Lo que tampoco es comprensible es que instituciones que promueven la exclusión y la discriminación de personas LGTBIQ reciban dinero de subvenciones públicas. Dinero de una sociedad que se dice a sí misma inclusiva y respetuosa con la diversidad. Tendría que haber unos mínimos éticos a los que las entidades que reciben dinero público deberían comprometerse (incluyo aquí a partidos políticos). Es evidente que esto choca con el poder que la Iglesia católica tiene en nuestro país, y que el trabajo social que realizan tanto la Iglesia católica como las evangélicas es encomiable, pero no podemos caer en el chantaje de permitir los discursos de odio a cambio de esta labor. Se debe presionar por aquí para que, al menos, las instituciones que acepten estos mínimos éticos, tengan prioridad a la hora de recibir una subvención. Y vincular la recepción de las subvenciones a la aceptación de una formación en género y diversidad, por ejemplo. Es terrible que estemos subvencionando con nuestro dinero a entidades que promueven discursos de odio que acaban por matarnos a golpes. Una sociedad avanzada no se debería subvencionar el odio con dinero público.
Hemos avanzado mucho, y eso lo ven como una amenaza quienes estaban acostumbrados a discriminarnos, por eso se revuelven con violencia. Ahora necesitamos más que nunca determinación para no dar ni un paso atrás, para que el miedo no nos paralice. Lo que buscamos no va contra nadie, sino que va a favor de todas y de todos. Queremos justicia. Una justicia que nos proteja (a todas y todos) de los discursos, normas, violencias y leyes, que nos quieren discriminadas, silenciadas o muertas. Queremos libertad, pero no esa con la que se justifican los discursos de odio, libertad para vivir y dejar vivir en paz. Queremos la Ley Trans y de derechos LGTBI ¡ya!, que blinde nuestros derechos, y que incluya sanciones contundentes que lleguen a materializarse a quienes nos discriminan. Queremos una ley de educación que aborde la diversidad de una forma transversal desde la educación infantil, y que tanto los centros educativos públicos como los concertados y privados estén obligados a cumplir. Y todo eso no lo queremos para ir contra nadie, sino a favor de todas y todos. Para que nadie tenga que sufrir discriminación por no ser como los discursos de odio imponen, para que todas y todos puedan desarrollarse, definirse y amar, libremente.
Carlos Osma
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