Cristianos y cristianas LGTBIQ tenemos que vérnoslas a menudo con discursos de odio contra nosotros y nuestras familias. Muchos de ellos proceden de personas que se autodenominan cristianas y utilizan a Dios para justificar sus prejuicios. Sí a Dios, un Dios en mayúsculas que se ha dejado enjaular en sus teologías LGTBIQfóbicas, y ante el que nadie puede decir ni opinar nada distinto a lo que ha establecido por y para siempre. Y a veces los creemos, y pensamos que solo podemos agachar la cabeza aceptando sus condenas, o salir corriendo dejando atrás el evangelio. Pero no es cierto, y no hace falta tener un máster en teología bíblica para desenmascararlos. Sabiendo leer, y teniendo claros los elementos más básicos del mensaje de Jesús, hay suficiente: «Todo aquel que no hace justicia y que no ama a su hermano, no es de Dios» (1 Jn 3,10).
Para empezar, dicen que la justicia de Dios está relacionada con la Ley, la justicia del Dios macho tiene que ver con cumplir los mandamientos, sus mandamientos, y para ello nos repetirán miles de versículos sacados de contexto. Si bien no podemos dejar de escucharlos, tampoco deberíamos obviar, porque ya los conocemos, que los mensajeros del infierno son personas que necesitan reglas y normas inamovibles para situarse en el mundo, y que la incertidumbre de nuestra diosa queer les crea ansiedad. Los evangelios están repletos de encuentros entre este tipo de mensajeros y nuestro Jesús marica, encuentros en los que le recordaban que era lo que la Ley decía, a la vez que le condenaban por no cumplirla. Y es que para nuestra diosa queer, esa que envió al Jesús marica a nuestro mundo, la palabra justicia tiene otro significado. No es un nombre o un adjetivo, sino un verbo, nuestra diosa queer no habla exactamente de justicia, sino de hacer justicia. Por eso el Jesús marica vivía tratando de devolver la dignidad a todas aquellas personas a las que el sistema político, social y religioso se la había usurpado. Esta justicia evangélica es diabólica para los profetas del odio, porque lo último que quieren es que las personas LGTBIQ (y todas aquellas otras que se les han puesto entre ojo y ojo) nos sintamos dignas cuando nos miramos al espejo. Pero nosotras tenemos que decidir con cuál de las dos formas de entender la justicia nos quedamos, cuál es más próxima al evangelio, la del Dios de la Ley o la del Jesús marica que trae dignidad.
Si el concepto de justicia se les atraganta a los profetas del papel, la palabra amor les pone de los nervios, no la soportan. La razón es que los desnuda, dejando al aire sus vergüenzas, algo que por otra parte no los deja en muy buen lugar. Anhelan el poder del falo, lo anteponen al del amor, por eso se desviven por limitarlo: «Dios nos ama, pero», es la frase con la que siempre comienzan sus discursos de odio, después viene toda una serie de reflexiones diversas cuyo denominador común es tratar de vaciar el contenido de la palabra amor, para finalmente coger el falo y acabar diciendo «Dios al que ama disciplina. Y azota a todo el que recibe por hijo» (Heb 12,6). Así que las personas LGTBIQ que también siguen al Dios del falo, no pueden hacer otra cosa que abandonar sus depravados deseos e identidades para dejarse llevar por un ritual sadomasoquista en el que ese Dios fálico les azota. Dicho de otro modo, los voceros de Baal quieren que nos engañemos, que nos reconozcamos como enfermos para que su Dios nos dé por todos los lados, mientras ellos mantienen su LGTBIQfobia y resto de ignorancias intactas. Pero es que nuestro Jesús marica nos enamora cuando habla de amor de una forma mucho más libre, con menos miedos y complejos. Su dios impotente, el que ha renunciado al falo, nos ama tal como somos, sí tal como somos, aunque seamos terriblemente imperfectos. Y lo sabemos porque nos encontró medio muertos por las heridas que unos ladrones de la fe nos infligieron, se movió a misericordia, a diferencia de todos aquellos religiosos y sabelotodo que pasaron por nuestro lado y no hicieron nada por ayudarnos, vendó nuestras heridas, nos subió hasta su caballo, nos llevó al mesón y cuidó de nosotros. Por eso cuando nos dice que nosotras hemos de hacer lo mismo con nuestros prójimos, sentimos que es un mandamiento difícil de cumplir, pero por otro lado, estamos convencidos de que para cambiar nuestro mundo, no aspiramos a mucho más, es necesario devolver al menos parte del amor que Él nos dio primero. Así que hemos de decidirnos entre el Dios del falo, que nos quiere reprimidos, o el dios que nos reveló un Jesús marica, que nos hace sentir amados y nos llama a ser portadores de un amor queer que no pide nada a cambio.
Finalmente nos topamos con la palabra hermano, ¿quién es nuestra hermana y nuestro hermano? Los mensajeros de la Verdad no nos consideran hermanos y hermanas a las personas LGTBIQ, para ellos somos más bien enviados del diablo que tratan de engañar a los más pequeños y débiles que hay proteger. Esto último es muy importante, porque es la forma con la que justificarán después su violencia. Decir que no se puede ser cristiano y transexual, o cristiana y lesbiana, es lo mismo que decir que no podemos ser a la vez LGTBIQ y hermanos o hermanas. El evangelio de la Verdad no reconoce lazo fraternal con todos los seres humanos, únicamente con quienes forman parte de su grupo, de su forma de entender la fe. En cuanto alguien piensa de otra forma, pasa de ser hermano a ser enemigo. De ser hermana, a ser un peligro. Y a partir de aquí cualquier ataque contra nosotras estará justificado por su fidelidad a la Verdad. Nuestro Jesús marica, como nos tiene acostumbrados, nos propone un camino totalmente diferente y mucho más complicado. Él llamó hermano incluso a quien le entregó para ser crucificado. Y esto nos obliga a actuar de una forma fuera de toda lógica, pero es que a nuestro Jesús marica no le va eso de lo normal y razonable. Y aunque nadie en su sano juicio nos recriminaría nada si pidiésemos a nuestra diosa que lanzase un rayo destructor directamente a la cabeza de los profetas del odio, nuestro dios marica no está por la labor, y nos recuerda que debemos reconocerlos como hermanos y hermanas. No es fácil seguir a un dios así, pero es el que nos entiende, así que es mejor que hagamos todo lo que podamos por aproximarnos a sus peticiones, aunque con esta sea mucho mas queer de lo que algunos podemos soportar. Yo en esto le hago caso, aunque también sigo una máxima de mi abuela, que no era queer, pero era muy lista: «a los hermanos hay que quererlos, pero a algunos es mejor tenerlos lejos».
Carlos Osma
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