Cristianas y cristianos de todo el mundo celebramos en Navidad el nacimiento de Jesús, la irrupción de la salvación enviada por Dios al mundo. Este acontecimiento lo presentan los evangelistas Mateo y Lucas como un espacio de encuentro entre María, José y Jesús, con ángeles, pastores, ovejas, estrellas y sabios. Si los evangelistas hubiesen integrado una pandemia mundial en sus construcciones teológicas, y el rey Herodes hubiera impedido reunirse aquel día a quienes no formaran parte de la misma familia (entendida esta de forma sanguínea, o sanguinaria como dice mi amiga Lucy), ni el mismo José hubiese podido estar presente, y la joven María tendría un parto de lo más solitario que se recuerda. Algo que, por otra parte, conectaría con la experiencia de las mujeres que este año han dado a luz en soledad debido a la covid-19, o también con la de aquellas que lo hacen desde hace mucho tiempo debido a otras pandemias como la lesbofobia, la pobreza, la transfobia, la guerra, o la explotación sexual.
Y siguiendo con la teología ficción sobre las burbujas de convivencia de las que Jesús formaba parte, es evidente que si el índice de rebrote hubiese estado por encima de mil pocos días antes de la crucifixión de Jesús, y Pilato hubiera decretado que las cenas debían reducirse únicamente a diez personas de la misma familia (tal y como la entendía él en aquel momento, claro), en la última cena no hubiera habido discípulo amado acurrucándose al lado de Jesús, ni Pedro llevándole la contraria, ni traidores como Judas. De hecho el pobre Jesús, como muchas personas este y otros años, se hubiera quedado más solo que la una. Tampoco hubieran tenido lugar las comidas que Jesús hacía a menudo con pecadores, comilones, bebedores o cobradores de impuestos. Ni la pobre María, la hermana de Marta y Lázaro, que no compartía ni una gota de sangre con Jesús, le hubiera podido ungir al maestro con un perfume de nardo puro. Y a los pies de la cruz, no hubieran acudido ni María Magdalena, ni el discípulo al que Jesús amaba. Lo acompañarían únicamente su madre y una tía, que por otra parte, son dos personas más que las que han acompañado a muchos de los que este año han fallecido por la pandemia.
¿Quién es de mi familia? Jesús contestó a esta pregunta diciendo que su familia no estaba determinada por la sangre ni por las disposiciones legales, y que su madre y sus hermanos eran quienes aceptaban la llamada de Dios, al que él consideraba Padre. No deja de sorprender, por tanto, que tantas iglesias se erijan en defensoras de la familia biológica como único criterio para determinar quién es, o quién no es, familia. La familia tan atípica y disfuncional de Jesús, seguro que la compararían con la unión de un hombre con un animal, o la tacharían de provocación para desestabilizar las instituciones divinas. Pero hay que reconocer que también a nosotros nos resulta incómoda su propuesta, porque no la fundamenta en el amor entre sus miembros (al menos en un primer momento), sino en el amor de Dios que nos convierte en hijos e hijas suyos, y por tanto, en hermanas y hermanos. ¿Son mi familia quienes me discriminan, pero tratan de seguir al Dios de Jesús? ¿Realmente sigue al Dios de Jesús quienes hacen esto? ¿No son unos mentirosos quienes dicen que aman a Dios, pero aborrecen o discriminan a sus hermanas y hermanos?
Soy consciente de que la visión de Jesús sobre la familia es más inclusiva que la mía. Él considera que son mis hermanos y hermanas mucha gente con la que yo jamás me sentaría en la misma mesa el día de Navidad. La homofobia y el fundamentalismo son dos virus más letales que la covid-19, así que por experiencia sé que es necesario protegerse y no minimizar o relativizar su capacidad de destrucción. En demasiadas comidas de Navidad tuve que ponerme una mascarilla para taparme la boca, así que prefiero no tener que hacerlo más. Este año pediré a Dios que, como el de la covid-19, estos virus desaparezcan pronto, o que algún día no muy lejano haya una vacuna que cure a personas que he querido mucho. Pero por mi seguridad y la de mi familia, ni la sangre, ni decir que se sigue al Dios de Jesús, serán los criterios que utilizaré para saber quien es mi familia y con quién he de sentarme en Nochebuena o Navidad. Utilizaré otros que sé que son más restrictivos que los que me propone Jesús, pero son los que en este momento me hacen sentir seguro: mi familia son las personas con las que comparto la vida, que me quieren, y a las que yo quiero.
Carlos Osma