“Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba reclinado en el pecho de Jesús”[1].
Pues
sí, esta puede ser una de las frases que considero más bellas de la Biblia, y
no porque rebose homoerotismo por todos lados, sino porque en ella observo amor
cotidiano, ese que muchos tenemos cada día cuando después de una dura jornada
de trabajo nos sentamos en el sofá y apoyamos la cabeza en el pecho de la
persona que amamos. Es posible que para algunos este gesto no tenga
importancia, que no quiera decir nada, pero para quienes de vez en cuando nos
paramos a analizar nuestra cotidianidad, sabemos que en realidad son los más
importantes.
Mientras
el discípulo amado descansaba en el pecho de su amado, Jesús anuncia que una de
las personas que hay en la habitación le va a entregar. Agatha Christie no lo
podría haber hecho mejor, la tensión y el miedo invaden la sala donde tiene
lugar la cena, mientras por unos segundos el evangelista invita a los discípulos
a convertirse en Miss Marple o en Sherlock Holmes para descubrir quién es el
traidor. ¿Quién de todos los presentes entregará a la muerte a Jesús? ¿Seré yo
maestro? ¿Serás tú Simón Pedro? ¿O será el discípulo amado? La desconfianza es
el elemento más siniestro en esta escena. Saber que un discípulo con el que
comparten el seguimiento de Jesús les traicionará, desestabiliza por completo
la comunidad de seguidores del maestro. Frente al desconcierto y la
desconfianza del resto, el discípulo amado reposa su cabeza en el pecho de Jesús.
Ya
hemos dicho antes que la policía del pensamiento teológico verdadero al
leer este texto dirige su dedo acusador hacia el discípulo amado. Es él quien
supone la mayor amenaza para su evangelio de exclusión, y por tanto para ellos
son las personas LGTBIQ las que quieren traicionar al maestro. “Eres tú”,
nos dicen, “tú quieres acabar con el evangelio”. Ante esta fake news podemos
responder manteniendo la confianza, sabiendo en quien hemos creído, teniendo
esperanza, y acercándonos a Jesús para descansar. Pero a veces, en vez de hacer
esto, acabamos imitándoles y preguntándonos también nosotras quienes son los
traidores para los que el evangelio ya no es lo que era (o mejor dicho, lo que
ellos querían que fuese). En nuestro caso suele ser una pregunta retórica,
claro, porque no necesitamos señales divinas para saber quienes comparten con
nosotros el pan y el vino, pero se venden por unas monedas de plata a los
sacerdotes de la religiosidad oficial que quieren oprimirnos. Sin embargo, no
deberíamos olvidar que no hemos sido llamados a ser detectives, ni inspectores
de la vida y la fe de los demás, sino seguidores de Jesús que confían y
descansan en su maestro. Discípulos y discípulas que ponen primero el oído, no
en las palabras de los traidores del evangelio, sino en el corazón amoroso de
Jesús.
El
juego del Cluedo al que nos invita el evangelista es resuelto con rapidez
por el propio Jesús, él mismo desenmascara al traidor, al discípulo Judas Iscariote.
Y es que es el propio evangelio, la buena noticia de salvación, el que nos pone
a cada uno en nuestro lugar. A quienes lo entienden como un escape room de
la comunidad de iguales, los lleva a través de la oscuridad hasta el poder y la
respetabilidad del Templo que quiere acabar con Jesús. Y a quienes lo perciben
como un mensaje de fraternidad, amor y salvación, los lleva a descansar confiados
sobre el pecho del maestro. Los cristianos LGTBIQ también tenemos que decidirnos
muchas veces ante estas dos maneras de entender el evangelio: ponerlo a nuestro
servicio para obtener reconocimiento, dinero y poder, o dejarnos interpelar por
él para mostrar de forma desinhibida nuestro amor por quienes a nuestro
alrededor corren el peligro de ser crucificados.
A
menudo, cuando hemos de tomar esta decisión, la demoramos, la dejamos para otro
momento, intentando posponerla hasta que no haya otro remedio. Sabemos que
descansar en el pecho de Jesús tiene un precio, la experiencia nos lo recuerda
siempre. Pero las palabras que Jesús le dirige a Judas Iscariote antes de que
este se decidiera por la traición, creo que también las podría dirigir al resto
de sus discípulos, a su discípulo amado, y como no, a nosotros y a nosotras: “Lo
que vas a hacer, hazlo pronto”[3]. Los
traidores no dudan, quienes se deciden por el evangelio del amor, tampoco deberían
hacerlo.
Carlos Osma
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