A Ana la maltrataba Juan, su marido, pero nadie en la iglesia dijo nada. No querían ver las marcas que un líder evangélico dejaba en el cuerpo de su esposa, o quizás, creyeron que Ana debía llevar con resignación la situación sometiéndose a su marido para que los no cristianos pudiesen ser ganados para el evangelio[1]. Un día Juan desapareció y, afortunadamente para ella, no volvió nunca más. Años después Ana conoció a Jorge y se enamoró, y al poco tiempo hubo boda, pero no como la que se merecen las vírgenes que acceden al matrimonio por primera vez. De eso se encargó el pastor de la iglesia, que en su sermón no habló de ayuda mutua, ni de entrega, ni de amor... estaba más preocupado por justificar, Biblia en mano, porqué una mujer cristiana repudiada podía casarse por segunda vez: “cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera”[2]. Pedro, el primo de Ana, que estaba allí el día de la boda, no logró adivinar si las lágrimas de Ana eran de vergüenza, por la humillación a la que estaba siendo sometida por alguien que carecía completamente de empatía, o si por el contrario eran de felicidad, al ver como la palabra fornicación escrita hacía dos mil años en otro idioma, en otro mundo diferente al suyo, le había permitido comenzar una nueva vida con Jorge.
Luís también era de una
familia evangélica, pero de una tradición distinta a la de Pedro, que había
jurado y perjurado que no volvería a pisar una iglesia en su vida. Aún así, tiempo
después, Luís convenció a Pedro para que le acompañara a su iglesia al bautizo
de su sobrino Miguel. La celebración fue muy emotiva, a la hermana de Luís le
había costado mucho tener un bebé, y cuando ya lo daba por imposible, la última
inseminación fue un éxito. Beatriz, la pastora, hizo un sermón impecable:
directo, actual, coherente y lleno de empatía. Al acabar se acercó a Pedro, le
saludó, y le preguntó si se había sentido bien durante la celebración. Pedro le
respondió que no quería ofenderla, pero que no estaba de acuerdo con lo que había
visto, que le parecía antibíblico que se bautizara a un niño, porque como
seguramente ella sabía, se necesita el arrepentimiento antes de ser bautizado.
La misma Biblia lo dice: “Arrepentíos y bautícese cada uno en el nombre de
Jesucristo”[5].
Por otro lado, añadió que él no se consideraba machista, todo lo contrario,
por definición un gay no podía serlo, pero que lo que había encontrado más
alejado de la enseñanza bíblica era que lo hubiera hecho una mujer, y que
además hubiese predicado. Que la Biblia era muy clara en ese sentido y que ella
debería saberlo, pero por si acaso, se lo recitó de memoria: “No permito a
la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio”[6]. Beatriz
ni se inmutó, estaba acostumbrada a esos comentarios, de hecho, los que
realmente le preocupaban no eran estos, sino los que hacían cuando ella no
estaba delante otros pastores que se decían liberales y progresistas, pero eran
incapaces de reconocer su machismo. “Dios te bendiga”, fue la única
respuesta que le dio a Pedro, y aunque a veces le preguntó a Luís por él, no
volvió a verlo nunca más por la iglesia.
Tres semanas después
Beatriz fue a un encuentro de mujeres pastoras, y allí se enteró de que Jaime,
un pastor que recordaba vagamente del seminario, ahora era la pastora Júlia y quería
participar en el encuentro. De hecho, se había presentado en él, algo que a muchas
mujeres pastoras no les había parecido correcto. Beatriz no dudó en acercarse a
Julia para decirle que tenía todo su apoyo, que admiraba su valentía, que
imaginaba que no debía haber sido fácil haber hecho la transición, y que para
cualquier cosa que necesitara todas las pastoras estarían a su lado, incluso
para acompañarla en el día del Orgullo Gay. Sin embargo, le dijo intentando
medir sus palabras, aunque estamos siempre al lado de las personas
transexuales, esto no es un encuentro sobre diversidad, sino para mujeres. “No
para personas que se sienten mujeres, sino para las que lo son”, apostilló,
dándose cuenta de que aquello no había sonado del todo progre. Julia le
respondió que ella no se sentía una mujer, sino que era una mujer. Y Beatriz
acabó por recordarle que, aunque cada persona tiene el derecho a expresarse
como considere, la Biblia deja muy claro que “Dios creó al hombre a su
imagen, a imagen de Dios lo creo, varón y hembra los creó”[7], que
la voluntad de Dios no la puede cambiar un médico en una operación, y que aquel
era un encuentro de hembras creadas por Dios. Julia, indignada, sabiendo que
aquello era una batalla perdida, se dio media vuelta y se marchó.
En la puerta de la iglesia
que Júlia pastoreaba dormían todos los días un grupo de indigentes, y cada
mañana tenía que llamar a la guardia urbana para que viniese a recoger los
cartones y colchones que dejaban. Un día, Júlia llegó más temprano a la iglesia,
Santiago todavía dormía cuando ella empezó a gritarle: “¡Esto es una
iglesia, no un hostal!”. Santiago al escucharla, se levantó enseguida y recogió
los dos cartones con los que esa noche se había protegido del frío. Después, le
explicó que no tenía dinero para pagarse un hostal, pero Júlia le respondió que
si se hubiera esforzado su situación sería otra, y añadió que trabajar y dejar
de vivir de los demás era un mandato divino recogido en la Biblia: “con el
sudor de tu frente comerás el pan”[8]. Santiago
desapareció dejándola con la palabra en la boca.
Cuando dobló la esquina
se encontró con Arturo, al que no conocía y que jamás había visto por allí, que
le preguntó si pasaba cocaína. Santiago le respondió que dos calles más arriba,
había un camello, pero que tuviera cuidado porque era un tipo peligroso que no
se andaba con tonterías. Después, le dijo que vaya mierda haber caído tan bajo,
que daba asco y que se quitara de delante. Que lo mejor que podía hacer era cuidar
su cuerpo porque “era el templo del Espíritu Santo”[9], o
al menos eso era lo que recordaba que le dijo el párroco cuando hace muchos
años hizo los cursos de confirmación. Arturo ni escuchó lo último que le dijo,
únicamente subió dos calles, consiguió la coca, y la esnifó. Con el subidón, se
dirigió a casa, y allí encontró a Dámaris, su pareja, que se negó a mantener relaciones
sexuales con él. Entonces empezó a golpearla mientras le decía que, según la
Biblia, las mujeres deben someterse a sus maridos en todo, porque ellos son su
cabeza[10].
Carlos Osma
El Discípulo Que[er] Jesús ∀maba
Correo electrónico: homoprotestantes@gmail.com
Sígueme en mi página de Instagram:@blogcarlososma
Sígueme en mi página de Twitter: @blogcarlososma