Lian fue educado por su
madre Fiona y su padre Barry con la voluntad de que marcadores definidos socialmente
como el género no limitaran su identidad[1].
Así que a la hora de interactuar con su entorno, algunas personas lo percibían
como un niño y otras como una niña. Él mismo cuenta, ya de adulto, su
experiencia con reflexiones como esta: “Si un adulto creía que era una niña,
me trataba como tal; si creía que era un niño, la manera en la que interactuaba
conmigo era diferente. Y por último, si creía que era una niña y después descubría
que era un niño, se producía un tercer tipo de interacción”[2]. He
recordado esta historia y esta cita mientras reflexionaba sobre la
identidad de género que aplicamos a dios, y creo que ayuda a ver las
dificultades que presentamos la mayoría de seres humanos para relacionarnos con
un ser personal sin limitarlo con un género determinado.
La otra pregunta que me
hago es, si pienso en dios como mujer, ¿en qué mujer estoy pensado y qué ocurre
con las otras? Cuando en mi imaginario dios es un hombre, puede ser desde un
asesino a un padre amoroso, todo ese abanico de masculinidades caben en el dios
al que puedo seguir, depende en gran medida de las masculinidades que me han conformado
a lo largo de la vida. Muchas de ellas incompatibles entre sí, y lo que es más
importante, incompatibles con el evangelio. No veo por qué no puede pasar lo
mismo cuando entiendo a dios como mujer, ¿es una mujer que libera como el dios de
Moisés, o es una mujer que oprime a los demás como el dios del faraón? ¿Puede
ser una mujer lesbiana? ¿O las mujeres divinas no tienen deseo sexual? ¿Es negra?
¿Es pobre? ¿Es vieja? ¿Es gorda? ¿Es insumisa? ¿Es trans? ¿O las mujeres
divinas solo pueden responder al estereotipo que el patriarcalismo permite?
Aunque no siempre sea
así, las personas LGTBIQ somos más elásticas a la hora de tratar con categorías
como el género. Unas estamos acostumbradas a chocar con las paredes de piedra
que la limitan, otras hacemos saltos mortales cuando nos apetece para ver el
mundo desde el otro lado, algunas consideramos que ese otro lado es
realmente el nuestro y vivimos allí, muchas llevamos incrustado en el cuerpo un
taladro para perforar la pared y poder pasar de un lado al otro tranquilamente,
y las más inconformistas, ponemos dinamita en las paredes cada día para que
salten por los aires. Por esa razón creo que cuando las maricas, las bolleras y
resto de inadaptadas nos acercamos a dios, vivimos su género de una forma diferente,
más fluida. Dicen los evangelios que Jesús enseño a sus discípulos a dirigirse
a dios como padre, y para algunos eso implica que dios es un hombre. Ese razonamiento
puede ser definitivo en muchos entornos, pero no en el nuestro. En la novela En
el cuarto oscuro[3],
por ejemplo, la periodista Susan Faludi nos explica los últimos años de
relación con su padre Stefánie Faludi que hacía poco tiempo se había reconocido
como mujer. Stefánie no permitió que su hija se dirigiese a ella como madre,
porque ella siempre había sido su padre. Es un caso puntual, y seguro hay otras
personas trans que prefieren que sus hijos se dirijan a ellas con el género con
el que ahora viven, pero es una muestra de que para nosotras es más fácil pensar
que un dios padre puede ser una Stefánie Faludi feliz y realizada, en vez de un
Seteven Faludi violento y atormentado.
Creo que puede ser un
buen ejercicio para todas nosotras dirigirnos a dios como abba, una palabra aramea
que utilizaban los niños para dirigirse a sus padres de manera cariñosa, pero pensándola
como mujer, como no lo habíamos hecho hasta ahora. A mí me parece útil para
resetear todas las cosas que sé sobre dios y de las que estoy tan seguro, para
luchar contra mis privilegios, contra la discriminación de la mitad de los
seres humanos, para reconocer a las más valientes, sobre todo a las mujeres
trans. Pero también es una forma de crecer y de permitirme ver esa parte de
dios que me había negado a mí mismo. La libertad real es aquella que nos ayuda
a seguir transformándonos: “No os conforméis a este mundo, sino transformaos
por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál
es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”[4].
Carlos Osma
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