Todo por la perla
“El Reino de los Cielos se parece a
un mercader que busca perlas finas; al encontrar una perla
de enorme valor, fue, vendió todo lo que tenía y la compró” (Mt 13, 45-46).
Durante estos últimos días varias personas
han hecho que esta pequeña parábola, como las perlas a las que hace referencia,
resuene dentro de mí. Lo de resonar dentro de mí queda como muy profundo y
rimbombante, quizás sería mejor decir que la han puesto delante de mí para que
me grite: “¡No ves, lo importante es comprar la perla!”. Mi primera respuesta fue
la indiferencia y, por qué no decirlo, el menosprecio, ya que uno prefiere
sentirse interpelado por parábolas de verdad como la del hijo pródigo o el
buen samaritano. Parábolas con buenos y malos, con tramas interesantes y
finales felices. Pero poco a poco, esta perla en mi zapato, se ha ido
abriendo paso hasta llegar a dispararme a quemarropa la pregunta: “¿Cuál es la
perla por la que dejarías todas las demás?”.
Si pudiésemos comparar al mercader con un
hombre o mujer de negocios de la actualidad, concretamente con esa minoría que
se enriquece hábil y honradamente, sacando el máximo beneficio a su trabajo y a
su instinto -hay pocos, pero los hay-, la parábola no sería nada incómoda. Incluso
las asociaciones cristianas de hombres y mujeres LGTBIQ de negocios la pondrían
como ejemplo en sus encuentros anuales, o las de familias LGTBIQ evangélicas la
utilizarían para motivar a sus hijas e hijos y convertirlas en personas de
éxito. Pero lamentablemente, que yo sepa estas asociaciones no existen -animo a
su creación-, y lo que es aún más importante para entender la parábola: los mercaderes
tienen muy mala fama en la Biblia. Así que, si queremos dejarnos interpelar por
ella, hay que ver en el protagonista a una persona más bien poco deseable. No
hay que hacer cinco masters en teología bíblica para saber que los judíos que
se dedicaban a hacer negocios, sobre todo con extranjeros, con personas no judías,
eran vistos con recelo. El evangelio de Tomás, más o menos contemporáneo del de
Mateo, aclara lo que estoy diciendo cuando afirma que “comerciantes y
mercaderes no entraran en los lugares de mi Padre” (EvTom 64).
Por tanto, lo que nos estaría diciendo la
parábola es que el Reino de los Cielos se parece a un indeseable que no puede
entrar en los lugares de mi Padre. Será por eso que a las personas
LGTBIQ cristianas que estamos hartas de que nos digan que no somos bien
recibidas en los santos lugares, esta parábola puede parecernos poco atractiva.
Y nos gustaría escuchar algo más inclusivo, cariñoso y empático. Pero las
parábolas de Jesús son así, y en esta se nos invita a dejar a un lado todos
nuestros discursos de justicia, las ansias de aceptación, el esfuerzo titánico
por parecer cristianos perfectos, para identificarnos con un personaje abyecto.
Y nos molesta, la verdad, porque cuando lo hacemos, reconocemos que en realidad
en nosotras hay también una parte de comerciante y de mercader, y
que no somos la imagen perfecta que tratamos de mostrar para poder ser merecedores
de los lugares de mi Padre. Y entonces, nos planteamos que a lo mejor lo
que puede querer decirnos esta parábola es que el Reino de los Cielos es para
personas reales, que no se esfuerzan en parecer otra cosa, que no gastan sus
energías en ser aceptados por los demás, sino que asumen quienes son, con sus
virtudes y sus defectos, con los errores cometidos y también los aciertos, con los
fracasos que arrastran y el amor que atesoran. Personas que jamás se atreverían
a ponerse ellas mismas como ejemplo de lo que es el Reino de los Cielos.
Pero releyéndola, creo que he cometido el
error de identificar el Reino de los Cielos con el personaje, y no tanto con lo
que este hace. Es decir, me he quedado con la etiqueta de indeseable, olvidando
que quizás en su comportamiento se nos puede estar dando la clave de lo que Jesús
quería transmitir. Nuestro mercader buscaba perlas finas, joyas que la mayoría
de la población no había visto, y que tenían un gran valor, superior incluso al
de los rubíes. Así que no era un pequeño mercader, sino alguien acostumbrado a cruzar
fronteras en busca de perlas finas. El Reino de los Cielos sería por tanto
semejante a ese moverse, traspasar límites, buscar algún tesoro sin descanso
hasta encontrarlo. Y la verdad es que, si eso es el Reino, si eso es lo que se
nos pide, echando la vista atrás las personas LGTBIQ podemos estar tranquilas.
Hemos traspasado límites como nadie, y entre las piedras que nos lanzaron
mientras lo hacíamos, supimos encontrar las perlas más bellas para hacernos un
collar con ellas. Collares que para muchos van contra los ideales del Reino: “Que
las mujeres se contenten con un vestido decoroso, que se adornen con recato y modestia,
no con peinados artificiosos, ni con oro, perlas o vestidos costosos” (1 Tim
2,9), pero que para Jesús, son la prueba de haberlo encontrado.
Sin embargo, el error de fondo de mi
interpretación, es que todo lo dicho hasta ahora no interpela, o al menos no
nos sitúa ante la necesidad imperiosa de tomar una decisión trascendental. Es
únicamente palabrería con la que jugar para que la parábola diga lo que queremos
escuchar: Os ha costado, pero lo habéis conseguido, tenéis las perlas, incluso
os habéis hecho un collar con ellas, sois felices, no necesitáis nada más. Y es
entonces cuando algunas personas con las que te encuentras te obligan a poner los
ojos en la última frase, que es la que realmente desestabiliza: “al encontrar
una perla de enorme valor, fue, vendió todo lo que tenía y la compró”. Un
mercader lo deja todo por una perla, sus posesiones, e incluso su propia identidad,
ya que su voluntad final no parece ser la venta de la perla, sino la perla
misma. Ha encontrado aquello que tiene un valor enorme, más que el resto, y por
esa razón no duda un momento en dejar atrás todo lo que tiene para conseguirlo.
La parábola no dice que la perla de gran valor es el Reino, sino que más bien
es la acción de este mercader la que nos intenta mostrar cómo es. Y quienes decimos
querer construirlo, necesariamente tenemos que preguntarnos si sabríamos
distinguir cual es la piedra de gran valor y si seríamos capaces de jugárnoslo todo
por ella. ¿Qué es realmente lo que tiene valor? ¿Lo ponemos todo en juego para
conseguirlo? ¿Estamos construyendo el Reino?
Noemí trabajaba en la iglesia el tema de la
inclusividad de las personas LGTBIQ, pero su iglesia decidió que la
inclusividad no era para ella prioritaria. Podría haber hecho como que no se
daba por enterada y seguir disfrutando de las perlas que le ofrecía el puesto
que ocupaba. Pero decidió salir de allí, involucrarse con un grupo de mujeres
trans que vivían en situaciones de exclusión. Ellas son su perla de gran valor.
Sergio es el primer pastor abiertamente gay de su iglesia, hubiera podido -como
tantos- ocultarlo para evitarse más de un problema. Pero él dice que se siente
como una cuña que mantiene abierto un espacio en la iglesia para que otras
personas LGTBIQ puedan acceder a ella sin necesidad de engañar a nadie. Lo
tiene muy claro, esa es su perla de gran valor. Andrés era un sacerdote tan
querido como armarizado, hubiera tenido todas las piedras preciosas que
quisiera: reconocimiento, cargos..., pero la dignidad y la honestidad consigo mismo
y con los demás es su perla de gran valor. Por eso lo abandonó todo y fue en busca
de ella. Julia dejó atrás, no solo su identidad como hombre, sino también la
posibilidad de ordenarse como sacerdote. Hace unos días, mientras tomábamos un
café, me preguntaba si en una iglesia protestante una mujer trans podría servir
a los demás sin ser discriminada. Conoce como nadie la exclusión, pero tiene
muy claro que el servicio a los demás, es su perla de gran valor.
Estas, y otras muchas personas, han puesto
la parábola frente a mí de una manera nueva a como la había entendido antes.
Esperamos y queremos colaborar en la construcción del Reino, o al menos eso
creemos. Pero para ello es necesario tener primero claro qué es lo que debemos
hacer, preguntándonos qué es lo que realmente tiene valor. Y cuando tengamos la
respuesta -que la mayoría de las veces ya sabemos cuál es-, entonces debemos valorar
si estamos dispuestos a hacerlo, a dejarlo todo por la perla. Ese es el mensaje
de la parábola, que el Reino es el abandono de lo que parece valioso, de todo
lo que tenemos y nos puede dar seguridad, por algo que a algunos les puede parecer
pecaminoso, pero que nosotras sabemos que es lo que en realidad tiene valor. Yo
estoy ante esta decisión, e imagino que muchas otras personas que me leen
estarán igual que yo, valorando si vale la pena dejarlo todo, por la perla de enorme
valor. Difícil decisión.
Carlos Osma
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